La igualdad entre las personas es un fundamento de la ley, un fundamento reforzado desde que surgieron las instituciones liberales y democráticas en los siglos XVIII y XIX. Al respecto hay muchos malentendidos porque la propaganda totalitaria denuncia las sociedades libres con el argumento de que son desiguales porque «unos tienen tanto y otros tan poco». Una igualdad en la que todos tuvieran lo mismo, cosa que nunca ha ocurrido en ninguna parte, sería la mayor injusticia porque querría decir que los que trabajaran mantendrían a los demás y así nadie trabajaría. Y si para evitar eso se forzara a alguien a trabajar, ya tendría una ventaja objetiva el que ejerciera la autoridad.
De lo que trata la igualdad del liberalismo es de la igual dignidad de las personas, por ejemplo si un potentado mata a un mendigo la ley no puede castigarlo de forma distinta que a un mendigo que matara a un potentado. Ni se puede concebir, por ejemplo, que el voto de una persona valiera más que el de otra o que una persona pudieran ser la propiedad de otra.
Puestos a pensar en el acceso a los bienes, por ejemplo a la atención sanitaria, lo deseable es que las oportunidades de todos aumenten. Pero no se puede ni imaginar que las oportunidades de todos vayan a ser iguales, y ciertamente nunca ha ocurrido nada parecido. Si un ciudadano humilde enferma no tendrá la misma atención que el presidente, pero en los países libres la mayoría tiene acceso a una atención razonablemente buena. Eso depende de la riqueza del país, y los países prosperan en la medida en que rijan en ellos las instituciones liberales.
El odio a la libertad, cuyo otro nombre es «anticapitalismo», en realidad es resistencia contra esa igualdad en aras de un orden jerárquico en declive. No hay mejor ejemplo de lo anterior que Colombia, donde ciertamente no ha habido nunca ninguna igualdad ni la hay ahora, sino que una minoría lo tiene todo sin producir nada mientras que la mayoría lo produce todo sin tener nada. Aunque ahora se oculte, el rasgo idiosincrásico más marcado de Hispanoamérica es el racismo, por eso «indio» es un insulto y a los indios les dicen «indígenas» para no ofenderlos recordándoles lo que son.
Esa persistencia de la esclavitud es lo que permite el dominio de los totalitarios, tal como ocurre en Cuba, donde los negros y mulatos son los pobladores de los campos de concentración y los puestos de poder son para los blancos. En Colombia el programa comunista impuesto en 1991 produjo un espantoso aumento de la desigualdad económica durante esa década (el coeficiente de Gini estaba por debajo de 0,55 en 1991 y llegó a más de 0,60 en 1999, los ricos al despuntar el siglo eran mucho más ricos y los pobres mucho más pobres): los generosos derechos a la educación y la salud se tradujeron en privilegios para los «educadores» y médicos, y en general para todos los miembros de las castas superiores, que tienen modo de hacer valer esos «derechos fundamentales» y viven del Estado.
Conviene aclarar que la masa de los ricos que mide el coeficiente de Gini no tiene que ver con los grandes propietarios sino con la mitad más rica de la población respecto de la más pobre, y ciertamente en Colombia la mitad más rica la forman principalmente los empleados estatales y los titulados universitarios, es decir, los votantes del narcocomunismo.
El origen de esa desigualdad no es por supuesto la mayor productividad de la mitad más rica, sino la violencia que le ha permitido implantar leyes inicuas a costa de la mitad más pobre. Por eso es tan despreciable todo el que habla de izquierda y derecha. Cada vez más, la definición más exacta de la izquierda es «la derecha». Los votantes de Petro que no son clientes de maquinarias o de gamonales no son tanto enamorados de la épica guerrillera cuanto gentes de clase media absolutamente convencionales que encuentran acomodo en el parasitismo tradicional o en todo caso se identifican con él aunque de momento no puedan disfrutarlo. Los que se sienten «de derecha» son gente de un nivel social parecido que creen que la demagogia los amenaza y ven la amenaza de vivir sin servicio doméstico (como la mayor parte de las gentes acomodadas en los países ricos).
Pero suponiendo que rige la ley y hay juego limpio, la desigualdad como aumento de la riqueza de algunos sería deseable, pues correspondería al premio a una mayor productividad. Si un médico encuentra un tratamiento que cura el cáncer se hará mucho más rico que las demás personas, lo cual no debe entenderse como que alguien sea más pobre por su culpa, al contrario. Los pioneros de la informática e internet han acumulado grandes fortunas, que son una parte ínfima de la riqueza que esos desarrollos tecnológicos nos han traído a todos.
Hay un ámbito en el que el igualitarismo de los comunistas y afines es genuino: el de la educación. Todos los responsables educativos de todos los gobiernos colombianos proceden de colegios selectos y envían a sus hijos a esa clase de colegios, pero la misión de su vida es lamentar la desigualdad educativa, para lo que comparan lo mucho que saben ellos con lo poco que aprenden las personas marginales del último rincón de la selva. Eso sí, a cambio de un ingreso mensual que es varios cientos de veces el de esas personas. No se debe creer que hay alguna diferencia entre esos funcionarios y los comunistas, porque la ideología es un pretexto del parasitismo y ciertamente ningún gobierno colombiano de los últimos cuarenta años ha resistido a esa presión ideológica.
¿De qué modo es genuino ese igualitarismo? Esa clase de personas disfrutan de privilegios y les aseguran privilegios a sus hijos, pero esos privilegios consisten en los contactos que adquieren juntándose con los de arriba, no en ningún conocimiento. Esos privilegios e iniquidades serían casi tolerables si gracias a ellos se formara un parnaso de sabios. A lo sumo los hijos de esa clase de personas van a colegios que imparten las clases en inglés con la esperanza de que terminen adquiriendo un buen acento en esa lengua, a pesar de que estarán en clara desventaja para cualquier otro conocimiento.
El siniestro gobierno de Pedro Sánchez impuso en España una ley educativa que rebaja drásticamente la exigencia para los estudiantes, de modo que todos tienen la ocasión de graduarse sin haber aprendido nada. Esa clase de medidas también se llevan aplicando en Colombia al menos desde el gobierno de Andrés Pastrana.
La desigualdad educativa también sería lo deseable, pues cada vez que alguien aprende algo aumenta esa desigualdad respecto de los que no aprenden nada. Y es lo que no hay en Colombia. Si el país tuviera media docena de personas que produjeran patentes importantes o se ganaran premios Nobel en Física, Química o Fisiología, eso mejoraría al país más que varios millones de cupos universitarios. Las pruebas PISA, en las que Colombia es el último país de la OCDE, reflejan una situación general, ojalá se pudiera decir que los hijos de los ricos sí han aprendido algo. Bueno, a nadie le interesa ni le hace falta aprender nada, a fin de cuentas, el país no produce nada que requiera patentes o conocimientos.
Esa indolencia, otro rasgo que delata los hábitos de la esclavitud, es lo que permite el triunfo de una facción política tan grotesca como la de Petro. Son los inútiles agrupados los que mantienen el orden de esclavitud dirigidos por los descendientes de los encomenderos y criollos, sazonando su dominación y parasitismo con dosis de demagogia y cebo a clientelas miserables, a la vez que lucrándose de mil maneras del narcotráfico.
(Publicado en el portal IFM Noticias el 26 de marzo de 2023.)
(Publicado en el portal IFM Noticias el 26 de marzo de 2023.)