Las recientes declaraciones de la vicepresidenta en contra de la presencia del régimen cubano en la lista de amigos del terrorismo y elogiando su sistema de salud despejan cualquier duda que se pudiera albergar sobre los designios del gobierno de Petro. No es nada nuevo para quien conoce a la llamada izquierda colombiana, pero precisamente el problema es que parece que nadie los conociera. En los comentarios que siguieron a las manifestaciones del 15 de febrero y entre los propios lemas de los manifestantes no había ninguna alusión al comunismo, como si los hubieran convencido de que éste terminó en 1989.
Claro que los colombianos están preparados para asimilar el comunismo porque de algún modo sufren el llamado «síndrome de la rana hervida» (una rana a la que se mete en agua hirviendo salta, pero si el agua fría se va calentando paulatinamente hasta la ebullición, la rana se va acostumbrando). Ya muchos puntos clave del comunismo son creencias arraigadas de los colombianos, como la idea de que las personas tienen un «derecho fundamental» a la salud o a la educación y hasta pueden ir al juez a reclamarlos. A ninguno se le ocurre que no hay un derecho fundamental al alimento, al vestido o a la vivienda, por no hablar de las caricias de otra persona, que suelen ser más necesarios que la educación y la salud.
¿Es concebible esa noción de los «derechos fundamentales» en países que no sean socialistas? Pues no, parecen ocurrencias desastrosas, pero es difícil que un colombiano se lo plantee. Al respecto recuerdo mi sorpresa leyendo hace varias décadas la parte de La democracia en América en que Tocqueville pone a las leyes en el origen de las costumbres. Por extraño que nos resulte, el origen de las costumbres son las leyes tal como el origen del pueblo es el Estado, y no al revés. Los descendientes de los aborígenes americanos creen sinceramente en los dogmas de la religión cristiana, que no fue propiamente un descubrimiento al que llegaron libremente sus antepasados. Los colombianos de hace sesenta años no creían que uno tenía derecho a la educación, pero el poder de la conjura oligárquica lo impuso en 1991. Ahora sugerirles que la gente no debería pagar impuestos para que otros adquieran diplomas les resulta tan inconcebible como espetar a la mamá y asarla a la brasa.
Otro gran avance en la conquista del país por parte del comunismo fue la paz de Santos, que no fue el alivio de la violencia guerrillera sino la entrega del país al narcorrégimen cubano, y que sencillamente determina el dominio comunista sobre el Estado.
El descontento actual y las protestas contra Petro adolecen, en mi opinión, de esa falta de visión de conjunto, congruente con el generalizado cortoplacismo con que se emprende todo en el país. Los que consiguen reunir a muchas decenas de miles de personas descontentas deberían prestar más atención a la historia de Venezuela durante la primera década de chavismo. También había multitudes oponiéndose al tirano pero a la hora de entender que simplemente estaba creando otra Cuba ya no había mucha cohesión.
Se observa una candidez generalizada en la oposición a Petro, también marcada por el apego a Uribe y su partido. Los comentaristas en las redes sociales vuelven con la queja de que las ONG de derechos humanos son complacientes con el gobierno, como si fueran autoridades legítimas y no activistas ligados a intereses particulares.
Se saca pecho por el comportamiento cívico de los manifestantes como si los de la Primera Línea fueran violentos por capricho y no porque la intimidación es rentable y da poder.
Abundan los que proclaman que Petro yerra al imponer su reforma a la salud como si su propósito fuera mejorar la salud de los colombianos o como si un deterioro de ésta lo fuera a perjudicar. Es al contrario, cuanto más enfermos y pobres sean los ciudadanos más seguro es el poder del tirano comunista, de otro modo los cubanos se habrían rebelado para mejorar sus salarios de veinte dólares al mes. Se acusa al gobierno de querer volver al funesto Instituto Colombiano de Seguros Sociales, pero en realidad sólo quiere nacionalizar todos los sectores que pueda.
La reforma a la salud es el conflicto actual gracias al cual ya se olvidó la reforma tributaria. Cuando haya sido aprobada vendrá otra reforma legal que generará descontento y la hará olvidar. Poco a poco la gente se acostumbra a vivir en un país semejante como ya les ocurre a los venezolanos.
Se depositan esperanzas en los legisladores de partidos distintos al de Petro, la inmensa mayoría de los cuales aprobarán todo lo que les pongan siempre y cuando puedan lucrarse haciéndolo…
En fin, Petro es un patán ignorante y de muy corta visión que simplemente aplica el libreto que le dictan los Santos y sus socios cubanos. No hay que olvidar que en plena pandemia viajó a la isla a recibir instrucciones y asegurarse el favor de los jefes, los mismos que pusieron al español Enrique Santiago, dirigente del Partido Comunista de España, a negociar en nombre de las FARC. Ese libreto conduce a la destrucción de la democracia tal como ya ocurrió en Nicaragua y Venezuela y pronto en Bolivia. Petro no es un mal gobernante que perderá las elecciones (ni siquiera sería sorprendente que los cubanos lo mataran, como hicieron con Allende y probablemente con Chávez, para poner a uno más controlable) sino el títere cubano al que reemplazará uno que confirmará sus reformas, tal como Duque confirmó las de Santos.
Sencillamente, desde los años de Uribe, con Juan Manuel Santos en el ministerio de Defensa, y hasta ahora, han ido controlando las Fuerzas Armadas y la policía, que en pocos años serán completamente afines a las FARC. Éstas no han desaparecido sino que controlan extensas zonas rurales sin que ya les haga falta matar soldados ni cometer secuestros. A la par irán conquistando totalmente las instituciones y así las elecciones que haya a partir de ahora serán una farsa en la que siempre ganarán ellos porque cuentan con el narcotráfico para comprar votos y con el soborno a los políticos de la oposición o con el asesinato si hace falta. Ya controlan el poder judicial desde hace décadas, ahora tendrán de su parte a las Fuerzas Armadas y la policía.
La oposición no puede vivir centrada en el último exceso o en el último atropello del régimen, ni creer que en 2026 se cambia el gobierno y se empieza a arreglar todo. Es necesario partir de entender que el régimen narcocomunista es ya una realidad y que para combatirlo hay que deslegitimar todos los golpes de Estado que han traído hasta aquí y toda la trayectoria del comunismo en el país, tanto la Constitución del 91 como los acuerdos de La Habana deben ser llevados a juicio, y es natural que quien piense en algo así esté en minoría y en el corto plazo no vaya a ganar elecciones. Pero sin esa perspectiva el descontento no servirá para nada, a lo sumo para la carrera de algún demagogo que prosperará lloriqueando en el Congreso.
Restaurar la democracia sólo es posible si se entiende que ya la abolieron. No es que las manifestaciones y protestas sean inútiles, pero para que no lo sean hace falta un proyecto que atienda a la realidad antes que a los intereses de candidatos a curules en las que vivirán bastante cómodos prestando reconocimiento tácito al narcorrégimen. Un proyecto coherente es lo imprescindible si se quiere evitar que el narcorrégimen comunista que llevan medio siglo implantando se quede hasta el siglo XXII.
(Publicado en el portal IFM Noticias el 19 de febrero de 2023.)
¿Es concebible esa noción de los «derechos fundamentales» en países que no sean socialistas? Pues no, parecen ocurrencias desastrosas, pero es difícil que un colombiano se lo plantee. Al respecto recuerdo mi sorpresa leyendo hace varias décadas la parte de La democracia en América en que Tocqueville pone a las leyes en el origen de las costumbres. Por extraño que nos resulte, el origen de las costumbres son las leyes tal como el origen del pueblo es el Estado, y no al revés. Los descendientes de los aborígenes americanos creen sinceramente en los dogmas de la religión cristiana, que no fue propiamente un descubrimiento al que llegaron libremente sus antepasados. Los colombianos de hace sesenta años no creían que uno tenía derecho a la educación, pero el poder de la conjura oligárquica lo impuso en 1991. Ahora sugerirles que la gente no debería pagar impuestos para que otros adquieran diplomas les resulta tan inconcebible como espetar a la mamá y asarla a la brasa.
Otro gran avance en la conquista del país por parte del comunismo fue la paz de Santos, que no fue el alivio de la violencia guerrillera sino la entrega del país al narcorrégimen cubano, y que sencillamente determina el dominio comunista sobre el Estado.
El descontento actual y las protestas contra Petro adolecen, en mi opinión, de esa falta de visión de conjunto, congruente con el generalizado cortoplacismo con que se emprende todo en el país. Los que consiguen reunir a muchas decenas de miles de personas descontentas deberían prestar más atención a la historia de Venezuela durante la primera década de chavismo. También había multitudes oponiéndose al tirano pero a la hora de entender que simplemente estaba creando otra Cuba ya no había mucha cohesión.
Se observa una candidez generalizada en la oposición a Petro, también marcada por el apego a Uribe y su partido. Los comentaristas en las redes sociales vuelven con la queja de que las ONG de derechos humanos son complacientes con el gobierno, como si fueran autoridades legítimas y no activistas ligados a intereses particulares.
Se saca pecho por el comportamiento cívico de los manifestantes como si los de la Primera Línea fueran violentos por capricho y no porque la intimidación es rentable y da poder.
Abundan los que proclaman que Petro yerra al imponer su reforma a la salud como si su propósito fuera mejorar la salud de los colombianos o como si un deterioro de ésta lo fuera a perjudicar. Es al contrario, cuanto más enfermos y pobres sean los ciudadanos más seguro es el poder del tirano comunista, de otro modo los cubanos se habrían rebelado para mejorar sus salarios de veinte dólares al mes. Se acusa al gobierno de querer volver al funesto Instituto Colombiano de Seguros Sociales, pero en realidad sólo quiere nacionalizar todos los sectores que pueda.
La reforma a la salud es el conflicto actual gracias al cual ya se olvidó la reforma tributaria. Cuando haya sido aprobada vendrá otra reforma legal que generará descontento y la hará olvidar. Poco a poco la gente se acostumbra a vivir en un país semejante como ya les ocurre a los venezolanos.
Se depositan esperanzas en los legisladores de partidos distintos al de Petro, la inmensa mayoría de los cuales aprobarán todo lo que les pongan siempre y cuando puedan lucrarse haciéndolo…
En fin, Petro es un patán ignorante y de muy corta visión que simplemente aplica el libreto que le dictan los Santos y sus socios cubanos. No hay que olvidar que en plena pandemia viajó a la isla a recibir instrucciones y asegurarse el favor de los jefes, los mismos que pusieron al español Enrique Santiago, dirigente del Partido Comunista de España, a negociar en nombre de las FARC. Ese libreto conduce a la destrucción de la democracia tal como ya ocurrió en Nicaragua y Venezuela y pronto en Bolivia. Petro no es un mal gobernante que perderá las elecciones (ni siquiera sería sorprendente que los cubanos lo mataran, como hicieron con Allende y probablemente con Chávez, para poner a uno más controlable) sino el títere cubano al que reemplazará uno que confirmará sus reformas, tal como Duque confirmó las de Santos.
Sencillamente, desde los años de Uribe, con Juan Manuel Santos en el ministerio de Defensa, y hasta ahora, han ido controlando las Fuerzas Armadas y la policía, que en pocos años serán completamente afines a las FARC. Éstas no han desaparecido sino que controlan extensas zonas rurales sin que ya les haga falta matar soldados ni cometer secuestros. A la par irán conquistando totalmente las instituciones y así las elecciones que haya a partir de ahora serán una farsa en la que siempre ganarán ellos porque cuentan con el narcotráfico para comprar votos y con el soborno a los políticos de la oposición o con el asesinato si hace falta. Ya controlan el poder judicial desde hace décadas, ahora tendrán de su parte a las Fuerzas Armadas y la policía.
La oposición no puede vivir centrada en el último exceso o en el último atropello del régimen, ni creer que en 2026 se cambia el gobierno y se empieza a arreglar todo. Es necesario partir de entender que el régimen narcocomunista es ya una realidad y que para combatirlo hay que deslegitimar todos los golpes de Estado que han traído hasta aquí y toda la trayectoria del comunismo en el país, tanto la Constitución del 91 como los acuerdos de La Habana deben ser llevados a juicio, y es natural que quien piense en algo así esté en minoría y en el corto plazo no vaya a ganar elecciones. Pero sin esa perspectiva el descontento no servirá para nada, a lo sumo para la carrera de algún demagogo que prosperará lloriqueando en el Congreso.
Restaurar la democracia sólo es posible si se entiende que ya la abolieron. No es que las manifestaciones y protestas sean inútiles, pero para que no lo sean hace falta un proyecto que atienda a la realidad antes que a los intereses de candidatos a curules en las que vivirán bastante cómodos prestando reconocimiento tácito al narcorrégimen. Un proyecto coherente es lo imprescindible si se quiere evitar que el narcorrégimen comunista que llevan medio siglo implantando se quede hasta el siglo XXII.
(Publicado en el portal IFM Noticias el 19 de febrero de 2023.)