miércoles, abril 01, 2020

El tronco torcido


¿Por qué Hispanoamérica es una región condenada al atraso, la miseria, el desorden y la violencia? Mucho más grave que la ausencia de una explicación plausible es el hecho de que al parecer nadie tiene interés en encontrarla y casi todos se quedan con la respuesta más grata y cómoda, de modo que el poder de la droga o la maldad infinita y todopoderosa de las ideas de Karl Marx terminan determinando que el paraíso terrenal no deje de ser nunca un infierno.


El poder de la droga
El consumo de marihuana se disparó en los años sesenta y setenta en todo Occidente, y en los barrios populares de las ciudades colombianas se solía asociar con la delincuencia: un muchacho que se aficionaba a fumar "bareta" terminaba cometiendo atracos. De modo que para alguien que creciera en esa época la droga era la causa de la inseguridad, en buena medida porque era fácil creer que antes no habría atracos. Y no se sabía mucho de otros países, donde millones de jóvenes fumaban marihuana y no atracaban a nadie. Algo parecido ocurre con el negocio de la cocaína, para millones de personas ha devenido la causa de que los gobiernos sean corruptos y de que la gente viva en la miseria. Seguramente se imaginan unos países que avanzarían en orden y productividad de no ser por ese flagelo que hizo poderosos a unos malhechores y con sus enormes recursos lo "corrompe" todo. Pongo comillas en "corrompe" porque ese concepto de corrupción es un enorme malentendido, presupone una situación mejor antes de que apareciera el agente de la putrefacción. Eso es lo que me parece discutible.

Los hispanoamericanos
Hay como un paradigma de la estupidez, para seguir con el tema de la corrupción, que consiste en considerar los desafueros de los funcionarios como la causa de todas las desgracias de este mundo, de modo que la persona se permite verse como un dechado de perfecciones porque no tiene un cargo público y a lo mejor ni siquiera se viste con formalidad. Cuando uno les dice que tras toda esa pasión sólo hay envidia (como ocurre con los que odian a los homosexuales e incluso con los que odian a los consumidores de drogas), se quedan boquiabiertos. ¿A quién se le puede ocurrir pensar algo así? Ellos sólo ven el sufrimiento de las viudas y huérfanos y la injusticia de que otros usen esos automóviles carísimos y se paseen con esas rubias inmorales de pechos grandes, escotes atrevidos y curvas indecentes. Con esa clase de certezas, ¿quién va a persuadirlos para que piensen en lo que define al tipo de hombre hispanoamericano? Todo sería perfecto si no aparecieran los pícaros con sus trampas. Es todo lo que hay que saber, y esa pasión justiciera sólo se remedia cuando el indignado tiene ocasión de prosperar rápido y sin dolor. Pues ¿alguien recuerda algún gobierno de alguna república de Hispanoamérica en algún periodo que no haya sido descrito como el más corrupto de toda la historia? El justo sólo es el que no ha accedido a ningún cargo en el que pueda hacer alguna "pilatuna".

Indolencia y crueldad
Denis Diderot decía en el siglo XVIII, cuando ya los imperios europeos se habían apropiado de toda América y Australia, y se expandían por el resto del planeta, que temía que la gente trasplantada a otros continentes adquiriera, por habituarse a la esclavitud, rasgos de indolencia y crueldad que darían lugar a un daño moral incurable. Ésa es la explicación completa del atraso hispanoamericano, el resto del cuento es la incapacidad de superar ese estado. Incluso la indolencia podría menguar en el caso de algunas personas, pero no la crueldad que explica todas las mentiras de la política local y todos los delitos contra la propiedad. La crueldad en Hispanoamérica es una marca que define el rango de una persona y casi siempre tiene como víctimas a los descendientes de las castas inferiores de la sociedad colonial. Cuando el jesuita manda a los pobres a matar gente sólo está obrando como su compañía hace cuatro siglos y tapando su crueldad con retóricas perversas, cuando el sindicalista se aprende los manuales de Marta Harnecker y organiza el chantaje y la intimidación que permitirá crear una clientela para su partido a punta de privilegios atroces, sólo está ejerciendo la crueldad de los encomenderos de hace cuatro siglos. La retórica igualitaria es absurda, tal como lo era la religión del amor en los que compraban y vendían gente a la que hacían trabajar gratis. Todo es un mismo orden que nadie quiere cambiar, a tal punto que buena parte de los profesores comunistas de las universidades públicas empezaron su carrera en el seminario y, cómo no, proceden de familias de encomenderos.

Causa y consecuencia
De tal modo, el narcotráfico y el comunismo no son la causa del estancamiento de las sociedades hispanoamericanas, sino consecuencias casi inevitables de su tradición. Claro, a lo mejor en otras circunstancias no habría negocios tan rentables como el de la cocaína, pero eso no determinaría que las sociedades fueran diferentes. Los cubanos en Venezuela no necesitaban el narcotráfico para comprar a los militares y a los delincuentes, bastaría el control político porque los recursos del país eran formidables, a tal punto que se dice que en veinte años el régimen ha recibido más de un billón y medio de dólares (es decir, un millón y medio de millones y no 1.500 millones como creen todos en Colombia porque nadie consulta los diccionarios). Pero claro que una fuente de negocio tan copiosa no se desaprovecha. Lo mismo pasa con el comunismo, que por lo demás no fue nunca popular en sociedades en las que tenían arraigo nociones como la igualdad ante la ley o la ciudadanía. La ingeniería social presupone la jerarquía, que, de nuevo, en Hispanoamérica "replica" la sociedad de castas de la época colonial. El profesor universitario colombiano se retira a los cincuenta años, si quiere, con la pensión que equivale al sueldo de más de diez sufridos trabajadores, y no cree que esté cometiendo ninguna injusticia sino accediendo, a costa de los millonarios y de supuestos poderes extranjeros, a lo que deberían tener todos. Una mentira tan burda no sería tolerable para alguien que no tuviera la certeza de pertenecer a una casta superior. Lo mismo que, en Colombia, la atribución del narcotráfico a Uribe y sus seguidores, como si alguien no fuera a enterarse de quiénes dominan ese negocio.

¿Quién discrepa?
El rastro de la crueldad se encuentra a todas horas en las actuaciones de los hispanoamericanos, baste pensar en las víctimas de los narcoterroristas colombianos. ¿A alguien le importan? Objetivamente todos los que se "reconciliaron" durante los años en que fue presidente Juan Manuel Santos son tan criminales como los que mataron, violaron, secuestraron, torturaron y mutilaron gente, pero es que los demás colombianos tampoco viven muy inquietos por la situación de las víctimas, a lo sumo es algo que podría generarles rentas y por eso los propios asesinos se presentan tranquilamente como "víctimas del conflicto". Los políticos son felices decretando indemnizaciones para las víctimas, dado que los jueces, tan criminales como los propios terroristas, les darán rango de víctimas a sus clientes. Es decir, jueces, políticos y "lagartos" se repartirán el dinero sin que nadie se moleste por los que en efecto han sufrido los crímenes. La actitud del gobierno de Duque se define por la tranquila disposición a entenderse con los terroristas y con los políticos aliados de Santos, acaso en busca de "gobernabilidad", lo que, de nuevo, es sólo complicidad con los criminales a costa de las víctimas. 

¿Hay salida?
Después de México, el país con más hispanoamericanos étnicos y aun hablantes de español es Estados Unidos. Queda la duda de si conseguirán convertir a ese país en otra república hispana, o si se asimilarán a la cultura todavía mayoritaria. Respecto de cada república situada al sur del río Grande, la cuestión es si se asimilará a la democracia liberal o si el viejo orden encontrará alguna forma de mantenerse. Es verdad que la cocaína genera recursos abundantes que sirven a las entidades mafiosas para conservar el poder, pero también que el orden de esclavitud no ha sido cuestionado. Baste pensar en los derechistas, que creen que los problemas de su país son los mismos de Estados Unidos y saltan ante las críticas contra la desigualdad en el ingreso, como si los ricos en Colombia fueran los dueños de empresas manufactureras o de servicios y no los socios de las castas políticas asociadas a los terroristas. O la facilidad con que aceptan las endemias del país, que son a la vez ejercicio de crueldad y resistencia ante todo intento de modernización. ¿Cuántos derechistas aceptan el "delito político" que figura en la Constitución y en la jurisprudencia? ¿Cuántos quieren realmente redefinir la llamada "acción de tutela", que suprime el derecho para que nada estorbe el dominio de los "juristas"? ¿Cuántos consideran necesario cerrar las universidades públicas para que los recursos comunes no se gasten en el privilegio de unos ignorantes criminales? Es más fácil creer que el problema es el narcotráfico o la ideología tras la que se oculta el orden de siempre, o la corrupción de la que todos se quejan pero nadie remedia. Sin siquiera plantearse que el problema es la organización social tradicional, la lucha contra el comunismo y el narcotráfico será tan inútil como los triunfos de la ley en la época de Uribe, que no impidieron el triunfo final de los criminales. No aparecieron esos flagelos para dañar el paraíso, sino que encontraron un tronco torcido en el cual arraigar.

(Publicado en el blog País Bizarro el 20 de enero de 2020.)