lunes, enero 20, 2020

El siglo de la distopía


La vida en Occidente en el presente siglo parece la realización de las pesadillas que escribieron Huxley y Orwell hace casi cien años: ¿cómo ha aflorado este régimen de dominación y terror, cuáles son sus métodos y cómo podemos hacerle frente?

En el siglo XVI el alto dignatario inglés Tomás Moro publicó una descripción de una isla imaginaria a la que llamó Utopía, palabra que se ha entendido como “lugar que no existe”. En ese paraíso la propiedad privada había sido abolida y la gente vivía en armonía. Esa obra dio lugar en los siglos posteriores a un género literario, el de los paraísos imaginarios, que llevó a Oscar Wilde a declarar que un mapa del mundo que no incluyera a Utopía no debería ser tenido en cuenta.

Los cambios que experimentó el mundo a comienzos del siglo XX inspiraron obras literarias en las que el futuro ya no parecía promisorio sino amenazante. Se las dio en llamar “distopías”. Las dos distopías más famosas son Brave New World, traducida al español como Un mundo feliz, del británico Aldous Huxley, aparecida en 1932, y 1984, del también británico George Orwell, de 1949. 

Si nos detenemos a pensar en cómo vemos el mundo ahora y cómo lo veíamos hace veinte o treinta años, es imposible no sentir que los temores de esos autores se están haciendo realidad. Nuestra realidad ya es una mezcla de ambas pesadillas. 

La caída del comunismo hace ahora treinta años dio lugar a una fiebre de optimismo que se resumió en la famosa tesis de Francis Fukuyama sobre “el fin de la historia”: el triunfo definitivo del modelo liberal-democrático y la economía abierta. Si hubo algún escepticismo fue minoritario, y a menudo encarnado por personas superficiales que entendían “el fin de la historia” como “el fin de los acontecimientos”. Se olvidaron las tendencias históricas previas al comunismo y se descartó prematuramente a quienes habían hecho de la dirección de la sociedad un modo de vida. 

Los que jubilaron el comunismo olvidaron el peso que había adquirido el Estado en la mayoría de los países occidentales. Con el pretexto del bienestar, la burocracia se había multiplicado y los altos funcionarios ya tenían más poder que los dueños de las industrias y bancos. En Europa era hegemónica la socialdemocracia y en Latinoamérica las castas parasitarias tradicionales dominaban los Estados y tenían como recurso la tradición colectivista de ciertos sectores de la Iglesia y los movimientos indigenistas en algunos países.

Esa expansión del Estado no es necesariamente un resultado de la socialdemocracia, los partidos de derecha también ganan apoyos pagando “derechos sociales” que la mayoría de la sociedad aprueba. Y no se da sólo en las sociedades nacionales sino también en los cada vez más poderosos organismos multilaterales y en las ONG, que a fin de cuentas casi siempre resultan financiadas por los Estados y sobre todo controladas por los mismos grupos que dominan los partidos políticos y los medios de comunicación. Son otra herramienta de la nueva casta, que se acostumbró a mandar y a disponer del dinero de todos. 

Para eso necesita la ideología totalitaria. Los clanes funcionariales están condenados a ser de "izquierda" sea cual sea su origen ideológico. El contenido secreto del "progresismo" es el control de los recursos de todos por esos grupos.

La ideología marxista ya no importa, a veces es sólo como un elemento ritual, un santo y seña que identifica a ciertas élites de la nueva casta, como fue en su día la masonería; la mayoría de los guardianes del nuevo orden desconocen por completo el marxismo. Para ellos, más bien, los límites de lo pensable están señalados por la herencia de la contracultura y el discurso de corrección política, que además es muy eficaz para perseguir discrepantes. No necesitan saber ni pensar nada, sólo estar prestos a intimidar a los que ponen en peligro su hegemonía. Por eso casi todos los actores y cantantes, que se morirían de aburrimiento hablando de ideologías, son entusiastas de la llamada izquierda.

Los revolucionarios ya no podrían ofrecer el modelo comunista, al menos en los países avanzados, pero no iban a renunciar al mando. Los particularismos fueron las nuevas banderas de la presión para elevar el gasto público y los pretextos de la persecución ideológica. Las víctimas (reales o supuestas) del racismo, las minorías nacionales o lingüísticas, etc., y después otras minorías que afloraron en los años sesenta, como el feminismo radical, los grupos de homosexuales, los consumidores de drogas, los defensores de la eutanasia, los enemigos de la religión, etc. se convirtieron en el nuevo proletariado. Se dejó de prometer la sociedad sin clases, muy oportunamente porque los “progresistas” se han convertido en una clase rica y dominadora. En cambio se defiende a los “colectivos” agraviados de todo tipo. 

Lo que hace afines a esos grupos con los totalitarios es la voracidad por el presupuesto público: miles de cargos bien pagados por hacer propaganda, leyes que generan más gasto y más empleo a favor de las organizaciones que dicen representar a las minorías y dominación ideológica, por ejemplo con premios literarios que pagan las editoriales porque los libros que divulgan la ideología entre los niños serán exigidos por los profesores gracias, entre otros motivos, a que los sindicatos funcionariales hacen nombrar a gente afín, y a la vez cada docente descubre los inconvenientes de discrepar.

Esa simbiosis entre la farándula, los grupos terroristas y mafiosos relacionados con el tráfico de drogas, regímenes como el iraní, las grandes empresas de internet, la alta burocracia transnacional y los partidos afines al leninismo se da espontáneamente y cuaja en sociedades ablandadas por el bienestar que deriva de los avances tecnológicos y cada vez más desconectadas de las tradiciones culturales que permitieron su florecimiento. Al hombre de hoy en día se le da a escoger entre los placeres de la pornografía y la exploración sexual o con drogas y las rigideces de la mentalidad tradicional o antigua. La presión se hace irresistible.

No se debe suponer que ese nuevo mundo coincide con las distopías de Huxley y Orwell porque “la vida copia al arte”, sino porque esos autores vieron en las tendencias de su época el porvenir que hoy vivimos. Si los personajes de Un mundo feliz “disfrutan” de un continuo libertinaje sexual es porque eso se hace inevitable a causa de la prosperidad (algo así ya obsesionaba a Tolstói varias décadas antes que a Huxley, aunque él sólo veía sobrealimentación y ociosidad en las clases altas). Lo mismo se puede decir del “soma”, la droga que los mantiene felices. La tendencia a buscar superar el tedio o la melancolía con psicotrópicos ya era algo que inquietaba en el siglo XIX.

Huxley también supo prever otra tendencia moderna, que casi en los mismos años en que se publicó su libro había empezado en Suecia: la destrucción de los lazos familiares. Los individuos pertenecen al Estado, que los forma para que correspondan a sus fines.

Son muchos los indicadores de que el Occidente de nuestro tiempo es ya una distopía, y sobre todo de que una casta global se ha apropiado de los medios de comunicación y de instrucción y los dedica a una propaganda incesante cuyo fin es dominar al conjunto social. No es posible ver un noticiero en la televisión sin detectar en cada noticia el sesgo que indica al público lo que debe pensar. El feminismo, el ambientalismo, la causa LGBTI y la inmigración proveen la mayor parte de las noticias y la comunidad vive pendiente de esos asuntos. 

La oferta de rasgos de "identidad" ha encontrado público y ha servido para abrirle el camino a la sociedad de castas que describió Huxley: el multiculturalismo es la materialización más clara de la predestinación biológica y social de su novela. Aunque mucha gente cree que se trata de libertad y diversidad, en la realidad lo que ocurre es que las personas resultan adscritas a una "identidad" colectiva que borra su singularidad personal. El inmigrante musulmán en Europa es un completo extraño para el ciudadano europeo normal, y se fomenta que viva en su gueto, incluso sometido a la sharía. En muchos países de Europa hay barrios y aun ciudades en donde no entra la policía porque ya se ha instaurado un orden particular.

Los socialistas promueven ese fenómeno porque cuando esos inmigrantes se naturalizan y pueden votar son aliados naturales contra los conservadores. La destrucción de las tradiciones locales es uno de los objetivos prioritarios de la casta dominante, de ahí las burlas continuas a la religión y a las demás tradiciones populares. Claro, a la religión cristiana, que la musulmana y otras les convienen para implantar su modelo de sociedad.

La esencia de la distopía actual, como de casi todas las obras literarias de ese género, es la dominación. La imposición de patrones de pensamiento y conducta a través de los productos culturales, la educación y aun la intimidación directa, bien mediante la exclusión que sufren los discrepantes de los empleos y el acceso a las rentas, bien mediante la exposición a violencia física grave, como ocurre con los grupos llamados "antifa" en todos los países de Occidente. Aunque además es muy importante el dominio que está alcanzando la conjura totalitaria sobre las instituciones de justicia de muchos países, no sólo mediante la presión de los medios y las redes sociales sobre los jueces sino mediante la labor de grupos de abogados talentosos y bien financiados y aun mediante sobornos (los fabulosos recursos a que tuvieron acceso gracias al éxito del Foro de Sao Paulo en las décadas pasadas son decisivos para eso).

El elemento decisivo de esa intimidación es la llamada "corrección política", que es la disposición a encontrar agravios en cualquier aserto u opinión de cualquiera: para evitar conflictos con grupos activos de feministas, animalistas, ambientalistas, etc., la gente no dice lo que piensa o lo dice filtrando las palabras hasta que no puedan ser cuestionadas por esas nuevas autoridades en apariencia informales pero en realidad promovidas y pagadas por la casta global. Ocurre una atrocidad que a menudo no se detecta: la indumentaria ritual de los verdugos es la de víctimas.

Sobre esto último y la forma en que afecta al propio sistema democrático vale la pena tener en cuenta lo que ocurrió en el estado norteamericano de Georgia: tras aprobarse una ley que endurece el castigo al aborto, las grandes productoras Netflix, Warner y Disney amenazaron con dejar de grabar allí sus producciones.

Casi no hay aspecto de las obras de Huxley y Orwell que no se encuentre en la vida actual, de modo que tal como el tango describe el siglo XX como una prendería, nosotros podemos hablar del XXI como una siniestra distopía. Un elemento característico es la corrupción del lenguaje, que tanto inquietaba a Orwell, pero en realidad a muchos otros pensadores.

La corrupción del lenguaje que describió Orwell tiene cierto aspecto de caricatura, y ya se había vivido en los regímenes totalitarios que intenta retratar, pero la presión actual no es en absoluto blanda. Uno de los pretextos típicos de esa "cruzada" es el feminismo. Se intenta cambiar los diccionarios y los usos habituales para que contengan la llamada "perspectiva de género", con lo que cada vez que una persona habla empieza a cuidar todo lo que dice para no resultar expresándose como solía, lo que puede molestar a los nuevos inquisidores.

La tal "perspectiva de género" es una de las obsesiones de los propagandistas y allí donde se puede se impone a los jueces, lo que conduce a atrocidades morales sin límites. En España en los últimos meses se han presentado hechos tan curiosos como que un chileno que mata a un español por llevar unos tirantes con la bandera de España y que tenía antecedentes por dejar parapléjico a un policía es condenado a cinco años de prisión, de los que apenas cumplirá dos, mientras que unos futbolistas que estuvieron con una chica de quince años que les practicó una felación a los tres y se acostó con uno (sin otra prueba de la intimidación que el testimonio de la chica, muy dudoso según otras informaciones que han circulado) fueron condenados a 38 años de prisión cada uno.

Una parte decisiva de la nueva sociedad distópica es el adoctrinamiento infantil, en el que desempeña un gran papel la llamada "teoría de género" o "ideología de género", basada en la pretensión totalitaria (también común a bolcheviques y nazis) de imponer decretos sobre la naturaleza, esta vez inventándose agravios con una audacia espeluznante. La sodomía era un crimen en todo Occidente, en el siglo XX se impuso la tolerancia, pero ahora es una identidad que da lugar a un agravio. Si alguien busca placer con personas de su mismo sexo automáticamente pasa a formar parte de un grupo oprimido por los que no lo hacen. Lo mismo pasa con la persona que cree ser de otro sexo que el que marca su aparato reproductor: hasta hace pocos años se consideraba afectada por un trastorno psiquiátrico, ahora resulta una víctima de persecución del enemigo ideológico de la casta dominante.

Y en definitiva sería agotador enumerar los diversos frentes de propaganda e intimidación. Conviene que nadie se distraiga porque la inmensa mayoría de las noticias en la inmensa mayoría de los medios son propaganda con ese interés, o la contienen cuando aluden a cualquier otra cosa. Lo que ocurre es que no hay suficiente determinación ni dedicación para hacer entender a todo el mundo que el "feminismo" actual no es una manía de algunas mujeres enfermas de odio por los hombres, que en ese caso no tendrían por qué "transferir" su pasión a los bancos y al capitalismo, ni ocurre nada parecido con los ambientalistas, animalistas, abortistas, antiprohibicionistas, antitaurinos, ateos militantes, veganos, defensores del "colectivo LGBTI", etc. Claro que hay personas a las que atraen con esos "motivos", pero los recursos, la planeación, la organización y sobre todo el control del presupuesto público no dependen de ese target de la propaganda sino de núcleos organizados que obedecen a los gobiernos de La Habana y Teherán, a grupos de extrema izquierda arraigados desde hace muchas décadas en las universidades estadounidenses y a la red de ONG y medios que dependen de la financiación de Soros y otros magnates asociados.

Urge partir de la conciencia de ese orden que domina actualmente a casi todos los países de Occidente (en contraste, China florece recuperando su tradición clásica y los valores que la acompañan, integrándola en el mundo moderno y aprendiendo a funcionar con los códigos inventados en nuestra decadente parte del mundo). Lo que determinará la vida de las próximas décadas es la capacidad que tengamos de resistir al nuevo totalitarismo, de describirlo, analizarlo, combatirlo y vencerlo con la verdad y el anhelo de libertad.

Para terminar quiero poner una cita de 1984 que presagiaba lo que se hace actualmente con todas las series de televisión y aun con obras clásicas: no falta el que hace quitar cuadros en que aparecen viandas de las que disfrutan los carnívoros o muchachas desnudas, pero más grave es que hayan hecho una versión de la ópera Carmen en la que no matan a la gitana, u otra de Turandot en la que la heroína es lesbiana y su enamorado un acosador. El control de las mentes es lo que buscan (y consiguen) con el bombardeo inclemente de propaganda, el adoctrinamiento escolar, el control del poder judicial y la formación de bandas de matones que apalean a quien se atreva a discrepar. Cada vez que nos esforzamos por defender lo que sabemos que es verdad o lo que nos parece justo, cada vez que defendemos el sentido recto de las palabras y nos esforzamos por conocer la formidable tradición de la humanidad, estamos resistiendo a esa monstruosa tiranía.

Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron… solo existirán en versiones neolingüísticas, no solo transformados en algo muy diferente, sino convertidos en lo contrario de lo que eran. […] Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia. [...]

Publicado en el blog País Bizarro el 10 de diciembre de 2019.