Las elecciones que se celebrarán este año y el complejo entorno internacional dan lugar a una gran incertidumbre. Los planes de implantar la tiranía en Colombia se complican tras el triunfo de Trump y el NO del plebiscito de 2016, y más con la crisis venezolana y la caída de algunos satélites del régimen de La Habana en Sudamérica.
Es decir, hay una oportunidad para deshacer la obra de Santos y el narcorrégimen: una cantidad suficiente de ciudadanos descontentos, una economía en crisis evidente, un desprestigio rotundo del presidente saliente y una corriente global de hastío con el socialismo del siglo XXI y sus consecuencias.
A pesar de la formidable operación de maquillaje que llevan a cabo los medios de comunicación y de la adhesión de todas las instancias del poder, particularmente de las clases altas, hay una realidad que no pueden ocultar: el proceso de paz es simplemente la abolición de la democracia. El Congreso que legislará en los próximos años no es representativo de la voluntad popular porque en gran medida fue impuesto en una componenda perversa con criminales, y las campañas electorales estarán viciadas por el sesgo evidente de las instituciones y por la influencia del dinero del tráfico de cocaína, negocio que ha aumentado hasta niveles nunca vistos gracias a "la paz".
Es decir, hay una oportunidad para deshacer la obra de Santos y el narcorrégimen: una cantidad suficiente de ciudadanos descontentos, una economía en crisis evidente, un desprestigio rotundo del presidente saliente y una corriente global de hastío con el socialismo del siglo XXI y sus consecuencias.
A pesar de la formidable operación de maquillaje que llevan a cabo los medios de comunicación y de la adhesión de todas las instancias del poder, particularmente de las clases altas, hay una realidad que no pueden ocultar: el proceso de paz es simplemente la abolición de la democracia. El Congreso que legislará en los próximos años no es representativo de la voluntad popular porque en gran medida fue impuesto en una componenda perversa con criminales, y las campañas electorales estarán viciadas por el sesgo evidente de las instituciones y por la influencia del dinero del tráfico de cocaína, negocio que ha aumentado hasta niveles nunca vistos gracias a "la paz".
Pero una movilización cívica para enderezar el rumbo del país es altamente improbable. La obstaculiza la hegemonía de Uribe y su partido entre los descontentos. De forma explícita el expresidente y su sanedrín intentan acomodarse al nuevo orden impuesto por Santos y los terroristas y acallar cualquier discusión sobre la validez del acuerdo final. El colmo de esa actitud fue la manifestación del 1 de abril de 2017, convocada para rechazar el acuerdo de La Habana pero interpretada como protesta antigubernamental, "contra la corrupción", etc.
Los sectores descontentos cometen un suicidio al apoyar a ese partido, que propone unas vagas "modificaciones" al acuerdo y en absoluto se plantea negar sus efectos. Pero aun siendo conscientes de la necesidad de acabar con el acuerdo prefieren "la unidad" por miedo a quedar aislados en una minoría o a ser descritos como "extrema derecha".
Pero no sólo entre los conformistas es grave la confusión: no hay quien se plantee que el acuerdo es el fin de la democracia, sino que los críticos con el uribismo sólo exigen políticas "de derecha". Esto simplemente quiere decir que no reivindican la ley ni los valores comunes a los demócratas de cualquier parte, sino que aprovechan la ilegitimidad del golpe de Estado de Santos y su componenda con los criminales para llevar el agua a su molino y promover su agenda, llena de elementos sectarios.
Al respecto es muy llamativa la campaña del ex procurador Alejandro Ordóñez, en la que hay muchas más alusiones a la defensa de la familia que al acuerdo de La Habana. Los valores y las creencias del señor Ordóñez son bien conocidos, pero si espera ser el candidato de los sectores más resueltamente tradicionalistas es poco probable que pase a segunda vuelta. Si quiere formar una mayoría y ganarle las elecciones al narcorrégimen, que cuenta con recursos formidables, lo peor que puede hacer es ahuyentar a los votantes que no comparten todas sus convicciones.
En otras palabras, si las elecciones no se plantean como un segundo plebiscito sobre "la paz" y el triunfo de los terroristas, sencillamente ninguna candidatura de oposición tiene futuro. Parece que el señor Ordóñez y quienes lo acompañan no quieren entender que la "guerra cultural" entre el libertinaje y la inquisición, entre la izquierda y la derecha, es lo que quieren los narcoterroristas para legitimarse y cubrir sus crímenes. Las cabecitas de los sectarios pretenden que las masacres, violaciones, secuestros, torturas, mutilaciones, desplazamientos, extorsiones, robos y demás son sólo la sombra de la ideología izquierdista. Para los criminales es el mejor regalo. Y ciertamente en una elección así ganarían.
La mayoría de esos sectarios se han mantenido fieles a Uribe durante todos estos años y ha sido el ascenso de Iván Duque lo que los ha soliviantado. Es decir, no les ha molestado la complicidad de Uribe y el uribismo con "la paz" (explícita, directa y cínica), sólo el vago "progresismo" de Duque (manifiesto en su tolerancia con las uniones de personas del mismo sexo) y su supuesto socialismo. Es una constante en Colombia y recuerda el comienzo de la Guerra Civil Española, cuando verdaderos demócratas y republicanos casi no había.
Con el socialismo en general, y con el que se atribuye a Uribe y al CD en particular, pasa lo mismo que con la "guerra cultural": las evaluaciones rectas de las cosas se suplantan con el fetiche de la ideología. No es raro leer que la socialdemocracia es sólo la fachada del comunismo: da lo mismo que en Europa occidental todos los países que han tenido gobiernos socialdemócratas han tenido después gobiernos de derecha que ganan las elecciones o que todas las libertades y derechos se han respetado, o que la mayoría de los que encabezan la lista de países con mayor desarrollo humano (y también en los de mayor renta per cápita si se excluyen países pequeñísimos con riqueza petrolera o paraísos fiscales) hayan tenido gobiernos socialdemócratas... Da lo mismo, el socialismo es simplemente el bando de Belcebú y no hay ninguna posibilidad de salvación de otro modo que combatiéndolo.
Y presentar al crimen organizado como "socialismo" es el mejor regalo que se le puede hacer.
Respecto a Uribe, en términos generales su gestión económica fue correcta y generó el mayor crecimiento del país en muchas décadas. Si se presenta como socialdemócrata no es porque ésas sean sus convicciones (más próximas a la plutocracia) sino porque le conviene para hacerse popular. La extrema desigualdad del país y la falta de información, sumadas a la propaganda, hacen que "socialista" se entienda por "buena persona" (es increíble la cantidad de gente que le reprocha a los chavistas que se rodeen de lujos y a la vez se proclamen "socialistas"; no se les puede explicar que se puede ser socialista y a la vez rico y ostentoso).
Como ya he explicado en otras entradas de este blog, la ideología reemplaza a la defensa de la verdad, la racionalidad, el sentido común, la democracia, la ley, la equidad, la libertad individual y los derechos humanos. Además de que los derechistas son muy distintos unos de otros, en las cuestiones principales opinan lo mismo que los izquierdistas: no encuentran monstruosa la "acción de tutela" ni el gasto en universidades públicas, y hace poco he descubierto que tampoco la atrocidad del "delito político" (por el que el reo de rebelión ve reducidas las penas por asesinatos y otros crímenes). Pero también en cuestiones económicas coinciden: nunca les parece urgentes suprimir los tributos singulares (como el 4 X 1000 o la parafiscalidad), ni tampoco reducir los privilegios escandalosos de los funcionarios. Son pocos los que se plantean reducir el gasto público, y la patochada de la economía naranja es de hecho una ocurrencia para aumentarlo.
Apremiados por la necesidad de "cambiar de tema" para no pillarse los dedos con "la paz", Uribe y su partido buscan argumentos para la demagogia. Al mismo tiempo prometen aumentar el gasto y rebajar los impuestos. Pero Ordóñez no se queda atrás: sale a oponerse a los planes de retrasar la edad de jubilación, quizá porque espera obtener votos entre la gente que pronto se va a retirar. La cuestión clave, la de la equidad, no interesa a nadie: no sólo hace falta retrasar gradualmente la edad de jubilación, sino sobre todo impedir que haya privilegiados que empiezan a cobrar pensión antes que otros (salvo casos de problemas de salud). Esos privilegiados son en esencia la clientela del narcoterrorismo, los funcionarios protegidos por sindicatos abiertamente relacionados con las bandas coumnistas, cuyas inicuas ventajas no fueron tocadas durante los gobiernos de Uribe.
Respecto a Uribe, en términos generales su gestión económica fue correcta y generó el mayor crecimiento del país en muchas décadas. Si se presenta como socialdemócrata no es porque ésas sean sus convicciones (más próximas a la plutocracia) sino porque le conviene para hacerse popular. La extrema desigualdad del país y la falta de información, sumadas a la propaganda, hacen que "socialista" se entienda por "buena persona" (es increíble la cantidad de gente que le reprocha a los chavistas que se rodeen de lujos y a la vez se proclamen "socialistas"; no se les puede explicar que se puede ser socialista y a la vez rico y ostentoso).
Como ya he explicado en otras entradas de este blog, la ideología reemplaza a la defensa de la verdad, la racionalidad, el sentido común, la democracia, la ley, la equidad, la libertad individual y los derechos humanos. Además de que los derechistas son muy distintos unos de otros, en las cuestiones principales opinan lo mismo que los izquierdistas: no encuentran monstruosa la "acción de tutela" ni el gasto en universidades públicas, y hace poco he descubierto que tampoco la atrocidad del "delito político" (por el que el reo de rebelión ve reducidas las penas por asesinatos y otros crímenes). Pero también en cuestiones económicas coinciden: nunca les parece urgentes suprimir los tributos singulares (como el 4 X 1000 o la parafiscalidad), ni tampoco reducir los privilegios escandalosos de los funcionarios. Son pocos los que se plantean reducir el gasto público, y la patochada de la economía naranja es de hecho una ocurrencia para aumentarlo.
Apremiados por la necesidad de "cambiar de tema" para no pillarse los dedos con "la paz", Uribe y su partido buscan argumentos para la demagogia. Al mismo tiempo prometen aumentar el gasto y rebajar los impuestos. Pero Ordóñez no se queda atrás: sale a oponerse a los planes de retrasar la edad de jubilación, quizá porque espera obtener votos entre la gente que pronto se va a retirar. La cuestión clave, la de la equidad, no interesa a nadie: no sólo hace falta retrasar gradualmente la edad de jubilación, sino sobre todo impedir que haya privilegiados que empiezan a cobrar pensión antes que otros (salvo casos de problemas de salud). Esos privilegiados son en esencia la clientela del narcoterrorismo, los funcionarios protegidos por sindicatos abiertamente relacionados con las bandas coumnistas, cuyas inicuas ventajas no fueron tocadas durante los gobiernos de Uribe.
Ordóñez no sólo ahuyenta a los discrepantes en cuestiones culturales (ideológicas y morales) que podrían apoyarlo como única respuesta a la abolición de la democracia, sino que por otra parte se muestra temeroso de ir por su cuenta sin el apoyo de Uribe. Para eso insiste en la unidad de los partidarios del NO, como pasando por alto que el Centro Democrático renunció desde el principio a defender esa causa. Por una parte, deja ver la vieja manía de depender de Uribe y presuponer que la gente votará por quien él diga, por la otra, como resultado de lo anterior, exhibe la torpe astucia de evitar que lo acusen de dividir un bando de oposición cuyo enfoque es bastante turbio. Ordóñez exige una consulta popular como si olvidara que en caso de celebrarse en todo caso la perdería, bien porque son mayoría los que se pondrían de parte de Uribe, bien porque el régimen llevaría a votar a sus clientelas por Duque (con el que muestran los medios de comunicación una extrema benevolencia, tanta que asusta pensar que realmente sea el continuador previsto de Santos, con cuyo triunfo desactivarían a la oposición).
Todavía hay muchos candidatos y es difícil saber cuál pasará a segunda vuelta. Si se mantienen igualados los de la cocaína, lo más probable es que forjen nuevas alianzas, de modo que la cuestión clave es quién representará a la derecha u oposición. Si Duque, Pinzón y Vargas Lleras llegan a la primera vuelta, se abre una posibilidad para un candidato de verdadera oposición. ¿Quiere serlo el señor Ordóñez? En mi opinión debe renunciar a la coalición con el uribismo, mostrar el máximo de firmeza en la determinación de revocar los acuerdos de La Habana y presentarse como el defensor de la ley y la democracia. No tiene sentido replicar que todos lo hacen, ya que es fácil demostrar que en la realidad al mando está el crimen organizado y desvelar en la propaganda de los demás candidatos los diversos engaños que usan para favorecerlo.
Ordóñez puede pasar a segunda vuelta con menos del 20% de los votos, pero para eso debe dejar en paz a "la familia" (causa que se percibe como intolerancia con los estilos de vida alternativos) y cesar en las proclamas ideológicas y religiosas. Los godos muy godos de todos modos votarán por él, pero no son tantos. Y los que no quieren vivir en una tiranía como Cuba o Venezuela sí son mayoría, pero nadie les advierte de la inminencia del peligro.
Sé muy bien que no me harán el menor caso, pero haría mal callando sobre algo que me parece obvio. Es decir, no "propongo" nada a quienes se mantienen sordos, sólo explico por qué fracasarán.
(Publicado en el blog País Bizarro el 18 de enero de 2018.)
Todavía hay muchos candidatos y es difícil saber cuál pasará a segunda vuelta. Si se mantienen igualados los de la cocaína, lo más probable es que forjen nuevas alianzas, de modo que la cuestión clave es quién representará a la derecha u oposición. Si Duque, Pinzón y Vargas Lleras llegan a la primera vuelta, se abre una posibilidad para un candidato de verdadera oposición. ¿Quiere serlo el señor Ordóñez? En mi opinión debe renunciar a la coalición con el uribismo, mostrar el máximo de firmeza en la determinación de revocar los acuerdos de La Habana y presentarse como el defensor de la ley y la democracia. No tiene sentido replicar que todos lo hacen, ya que es fácil demostrar que en la realidad al mando está el crimen organizado y desvelar en la propaganda de los demás candidatos los diversos engaños que usan para favorecerlo.
Ordóñez puede pasar a segunda vuelta con menos del 20% de los votos, pero para eso debe dejar en paz a "la familia" (causa que se percibe como intolerancia con los estilos de vida alternativos) y cesar en las proclamas ideológicas y religiosas. Los godos muy godos de todos modos votarán por él, pero no son tantos. Y los que no quieren vivir en una tiranía como Cuba o Venezuela sí son mayoría, pero nadie les advierte de la inminencia del peligro.
Sé muy bien que no me harán el menor caso, pero haría mal callando sobre algo que me parece obvio. Es decir, no "propongo" nada a quienes se mantienen sordos, sólo explico por qué fracasarán.
(Publicado en el blog País Bizarro el 18 de enero de 2018.)