miércoles, abril 18, 2018

La tarea de Iván Duque


Balance de ocho años
Ya le quedan pocos meses al gobierno de Santos y resultaría muy difícil sostener que hizo otra cosa que integrar a Colombia en el narcoimperio cubano, en aplicación de un designio que tenía desde mucho antes de ser candidato presidencial y que era manifiesto en la carrera de su hermano mayor y en la trayectoria del clan oligárquico que durante casi un siglo ha controlado el Partido Liberal, y a través de éste el país. Las Fuerzas Armadas y la Policía ya están controladas por agentes del G2 y la sociedad está sometida a la persecución potencial de la Jurisdicción Especial para la Paz, nombrada por el gobierno afín a los terroristas y por estos mismos. Eso por no hablar del control de los demás resortes del poder, como los medios de comunicación, la educación, el poder judicial, la función pública, etc. Todo está preparado para el lavado de cerebro que anunciaba Humberto de la Calle (todos los miembros de la "Comisión de la Verdad" tienen trayectoria como activistas de la trama civil del narcoterrorismo) y la expansión del control cubano, que son la fase siguiente a "la paz".

Si se piensa en los demás aspectos de la gestión de Santos, la cosa es verdaderamente estremecedora: la mayor bonanza económica de la historia se gastó en propaganda del gobierno y en compra de conciencias a favor de su plan, Colombia tiene hoy muchísima más corrupción que en 2010, muchísima más deuda pública, muchísimas más hectáreas dedicadas a la cocaína y un crecimiento económico mucho menor, a pesar de que la crisis mundial de 2008 quedó atrás hace tiempo.

Mayorías
Pero los agentes cubanos no tienen verdadero respaldo social, a pesar del control absoluto de los medios de propaganda (entre los que el principal es la "educación"). El único sector en el que son mayoritarios los que están a favor de los narcoterroristas es la función pública, lo cual corresponde sencillamente al orden tradicional de la sociedad. Eso determina que sea imposible tanto plantear la continuidad de Santos, cuya popularidad es bajísima, o de un partido con el que tenga alguna afinidad ideológica, como buscar el ascenso de una oposición controlada enteramente por los cubanos, porque la causa del descontento con Santos es precisamente que le entregó el país a las FARC.

En esas circunstancias, la continuidad del plan que Santos aplicó en su gobierno estaría en peligro, por lo que optó por seguir el dicho que predica "Si no puedes con tu enemigo únete a él". Pero eso en que los cubanos son más débiles que su enemigo no es el poder, que ya controlan y que incluso controlaban durante los gobiernos de Uribe, sino la opinión, mayoritariamente hostil. De modo que ante la carencia de alternativas optaron por dejar ganar las elecciones presidenciales al partido de Uribe, para lo cual le impusieron al candidato y también el programa.

Como esto nunca será aceptado por los uribistas, cuya honradez intelectual es del mismo nivel que la de los seguidores de Petro, invito al lector a pensar una cosa respecto del candidato. ¿Es tan complicado entender que la revista cuyos columnistas fijos son Duzán, Caballero, Coronel, Valencia y Samper Ospina no va a nombrar modelo de líder en 2016 a un enemigo? TODAS las informaciones que aparecen en esos medios sobre Duque son amables y casi siempre claramente elogiosas. Lo mismo ocurre en el diario madrileño El País, que hace sin el menor rubor propaganda de los narcoterroristas. Duque es curiosamente lo contrario de Uribe para todos esos medios. En un programa de televisión de Vladdo (del que aparecen extractos en este video nuestro) se pasa directamente de la más brutal calumnia a Uribe al más zalamero elogio a Duque. ¿Cómo es que no lo ven? Con los colombianos pasa algo fascinante, que es el placer de la mala fe. Dado que mentir sirve a veces para prosperar, se vuelve algo grato aunque no se gane nada.

Los posibles rivales de Santos sufrieron persecución judicial inmisericorde, desde que en 2007 alguien empezó a pensar en la sucesión de Uribe y aparecieron los falsos testigos de desapariciones en el Palacio de Justicia, con lo que tuvieron secuestrado ocho años a Plazas Vega, hasta el increíble montaje del hacker Sepúlveda contra Zuluaga. Pero Duque es unánimemente elogiado por los medios. Insisto, tanta mala fe de los "crédulos" es más siniestra que la perversidad del narcorrégimen.

Y respecto de la actuación política se podría decir lo mismo: ¿qué pensaba hace cinco años la gente que suele votar por Uribe o por candidatos de derecha sobre el proceso de paz? Yo diría que algo ha cambiado, que ahora están resignados a aceptar lo que se negoció en La Habana porque no ven salida, es decir, las salidas que ven son espeluznantes (no estar en el grupo y tener que admitir que gracias a su pasividad y a su lealtad a Uribe ya se impusieron los criminales). Entonces se aferran a la ilusión más absurda, como quien agarra un clavo ardiendo para no caer al abismo: ¡a lo mejor Duque no es tan de extremo centro como dice y resulta conteniendo la caída! ¡A lo mejor sus bravuconadas con las FARC no quieren decir que acepta lo negociado y sólo se resiste a darles más! Bueno, quizá todo es "estrategia", y lo importante es seguir unidos.

Por otra parte, todo el mundo tiene unos referentes de personas a las que admira o al menos en las que confía. Esas personas "prominentes" en muchísimos casos esperan nombramientos tras el triunfo de Duque y por eso están dispuestas a reconocerle méritos a la paz y en todo caso no quieren ser molestas para el liderazgo de su partido ni ser asociadas con los extremistas de derecha que rechazan el acuerdo. (Al respecto, esa idea de que rechazar el acuerdo es de derecha es MONSTRUOSA: en ningún país europeo ocurriría que unos sociópatas que han cometido miles de crímenes atroces dominarían un país con el apoyo de ningún partido de izquierda. Y lo más monstruoso es que es verdad, los críticos del acuerdo son prácticamente sólo personas de ideología ultraconservadora, tradicionalistas, integristas católicos y divulgadores de teorías de conspiración.)

El ciclo completo
Hace unos años publiqué una serie de entradas de este blog sobre el ciclo que Santos cierra y que comienza con la fundación de las guerrillas comunistas (entre 1964 y 1974) y cuyo punto central es la Constitución de 1991. En realidad lo que viene con Duque es la continuación de ese plan, él mismo se proclama el defensor de esa constitución. Hace unos años eso lo decían los del Polo Democrático. Bueno, la negociación con los terroristas fue lo que abrió el camino de esa constitución, y también es un mandato explícito en ella. A partir de esa constitución el poder judicial pasó a manos de los cubanos. La paz de Santos es sólo el segundo plazo de la entrega, y aún queda la paz con el ELN, para lo que da lo mismo lo que haga Duque: podría no negociar y así renacería el conflicto y la demanda de negociación, o bien negociar cediendo aún más, nobleza obliga, y abriendo el camino a su muy probable sucesor: Iván Cepeda.

Realmente no hay casi nadie a quien le interese cambiar esa constitución. Hay un consenso entre los colombianos según el cual una constituyente es como meter todo en una mezcladora sin saber qué va a salir, cosa muy extraña porque hace pensar que ninguno puede concebir una ley fundamental copiada de la de los países civilizados y basada en la experiencia de las constituciones previas, a la que podrían apoyar los ciudadanos que valoran la democracia. Ni siquiera les importa que el engendro del 91 se hiciera violando la ley ni que los constituyentes fueran elegidos por menos del 20% del censo electoral. De nuevo, los únicos críticos posibles son los radicales de derecha descritos arriba.

Perspectivas inmediatas

En resumen, es muy improbable que Duque no gane la presidencia. Incluso hay quien dice que podría ganarla sin necesidad de segunda vuelta. Pero en el peor de los casos, ¿cuál sería su rival? Petro es un demagogo más tosco y despreciable que Maduro y genera unas resistencias que llevarían a las mayorías a votar en su contra. Vargas Lleras probablemente no quedará segundo en la primera vuelta, pero incluso si lo consiguiera tendría que hacer frente a la suma de uribistas y conservadores y a las maquinarias del gobierno, sin ninguna esperanza de que los antiguos votantes de Petro o de Fajardo lo apoyaran.

De modo que se puede dar a Duque por elegido. Hay un claro consenso de los medios y la oposición. ¿Cómo será su gobierno? Al respecto él no se esconde ni engaña: extremo centro, nombrará a los uribistas menos conflictivos con el gobierno actual y gastará en propaganda de su economía naranja, proeza que después se demostrará ineficaz como todo lo que se hace para mejorar la economía desde la inversión pública. A nadie se le impide desarrollar patentes o crear obras de alto vuelo, y si Colombia tiene ciertos logros en las industrias culturales, como el éxito de ciertas figuras del show business, no es gracias a la inversión estatal. Pero todo es hacer alguna propaganda y disfrutar del poder.

Porque las cosas importantes que ocurrirán durante el gobierno de Duque no dependen de lo que haga el ejecutivo, cuya única opción es la pasividad frente al desarrollo del acuerdo de La Habana, con la JEP y los resultados de la Comisión de la Verdad, que es abiertamente un órgano de las FARC. Ésa es su tarea. eso será su gobierno, no algo que se pueda atribuir a su actuación como presidente sino algo que ya hizo su partido, que fue aceptar la negociación y su resultado y aun antes del CD, durante los gobiernos de Uribe, no querer reformar la Constitución de 1991. Pero tampoco es algo que se deba atribuir a Duque ni a Uribe ni a su partido: los colombianos aceptaron esa infamia. Lo pagarán, y lo pagarán sus hijos.

(Publicado en el blog País Bizarro el 17 de marzo de 2018.)