viernes, abril 07, 2017

La zona oscura

Por @ruiz_senior

Las recientes protestas del uribismo tras la prevista aprobación por el Congreso de puntos muy sensibles del acuerdo de La Habana son en cierta medida desconcertantes, pues parece puro fingimiento, dado que se sabe desde el comienzo qué se buscaba con los diálogos y sencillamente no se ha querido hacer nada para impedirlo, únicamente aprovechar el descontento para acceder a las curules desde las cuales lloriquear y en algunos casos entenderse con los demás congresistas en aras de beneficios personales o grupales.

Lo mismo se puede decir de las movilizaciones previstas, cuyo motivo no son los acuerdos de paz sino la corrupción del gobierno, como si alguna vez en algún país hispanoamericano hubiera habido un gobierno al que no se acusara de corrupción para derribarlo. Tácitamente hay una aprobación de esos acuerdos, que, según manifiesta Uribe en un tuit muy comentado, no intentarán revocar sino corregir para que no conduzcan a un régimen castrochavista. Un régimen castrochavista ya existe en Colombia desde 1991, cuando el crimen organizado accedió al control del poder judicial (personajes tan fascinantes como Carlos Gaviria y Eduardo Montealegre fueron presidentes de la Corte Constitucional, mientras que otros magistrados hicieron su carrera como militantes de organizaciones marxistas ligadas al terrorismo, caso de Alfredo Beltrán o Armando Novoa, por citar sólo un par de ellos).

Para Uribe y su sanedrín ha habido siempre algo más importante que el porvenir del país, evidente desde que Santos anunció en su discurso de posesión de 2010 que la llave de la paz no estaba en el fondo del mar. Se trata de su cuota de poder, que puede menguar pero no desaparecer de golpe. De ahí esa percepción de "normalidad" que se evidencia en el "rechazo al gobierno corrupto", como si la entrega del país a una banda de asesinos fuera igual que cualquier desmán de algún funcionario. (A propósito, es muy llamativo que la corrupción aumentara durante los gobiernos de Uribe, respecto al de Pastrana, aunque eso se podría atribuir a la multiplicación de las oportunidades empresariales que trajo la mejora de la situación de seguridad.)

Pero de eso ya me he ocupado en muchísimos posts de este blog, lo que me interesa señalar es que nada de eso ha tenido la menor resistencia ni el menor reproche hasta la reciente carta de algunos comentaristas descontentos. Con perdón por la jactancia, fuera de este blog no recuerdo a nadie que estuviera fuera de dos bandos claramente identificables, el de los odiadores de Uribe que acompañan toda la persecución mediática y judicial, y el de sus adoradores, que NUNCA dijeron nada de que en las elecciones de 2011 no hubiera ningún candidato diferenciado de los que promovía Santos (salvo Peñalosa, que resultó elegido en 2015 con el apoyo de grupos afines al narcoterrorismo y que simplemente era la alternativa a Petro; probablemente habría ganado en 2011 de no ser por el apoyo de Uribe, al ser tan urgente para el gobierno impedirle a éste demostrar que los votos eran suyos, por lo que se promovieron las tres candidaturas de distracción que permitieron ganar al payaso).

NADIE se sintió incómodo cuando Óscar Iván Zuluaga aseguraba en un artículo publicado en El Tiempo el 7 de agosto de 2011 que el gobierno merecía aprobación, ni cuando ya en 2012 aseguraba que quería que a Santos le fuera bien porque era lo que convenía a su partido (el PSUN), ni cuando Rafael Nieto Loaiza aseguraba que "sólo los criminales" deseaban que a Santos le fuera mal en sus negociaciones de paz. Francisco Santos declaró en una entrevista que si su primo conseguía la paz sería "el rey del universo". Fui el único que la leyó. La he enlazado MUCHOS MILES de veces en Twitter y NUNCA nadie me ha dicho que la conociera o que supiera que el uribismo aprobaba la negociación o que alguien discrepaba de Santos. 

Mucho más grave es que tampoco nadie discutiera nunca que la propaganda del gobierno confundía "paz" con "negociaciones de paz". Como ya he señalado, para mantenerse en una zona de confort se asumía que los colombianos aceptarían el atajo de la negociación, cosa que en sí es complicidad con el crimen, pues tácitamente el Estado renuncia a la ley. Pero como no es cuestión de ser descritos como culpables de la "guerra" ("enemigos de la paz"), pues tampoco va a pasar nada con que "paz" sea lo que se hacía en La Habana. Buenas personas, al fin y al cabo, en lugar de crear problemas con la semántica, denunciaban todos los días las atrocidades terroristas, como si no se cometieran precisamente como "pedagogía de paz". Como quien negocia un secuestro les pone a los paganos la grabación con el llanto del niño para convencerlos de que paguen, así estos "descontentos" publicaban el horror sin negarse a premiarlo, a lo sumo matizando algunos puntos y siempre buscando producir la impresión en el público de que ellos eran los "intérpretes de la angustia popular".

En las tres elecciones que se celebraron en 2014 (las legislativas y las dos vueltas presidenciales), tampoco hubo el menor interés en aludir a la "guerra", o sea, a la "paz". En la cuenta de Twitter de Óscar Iván Zuluaga se hablaba de "consolidar la paz" mediante inversiones en Inzá, pero fui el único que lo leyó. También lo he mostrado cientos de veces en Twitter, pero en los terminales ajenos no llega, nadie lo vio. El único que recuerdo que con ocasión de esas campañas manifestó algo sobre la paz fue Saúl Hernández, que protestaba porque se la utilizara como tema electoral. Debería prohibirse. Para que no crean que me lo invento, cito el fragmento.
Por eso, un tema tan azaroso, que suele ser presa del oportunismo político, debería estar excluido del debate electoral.
Esa renuncia generalizada a la verdad, que es lo que hay en esa aparente filigrana semántica, tampoco la detectó nadie, y los uribistas proclamaban después de las elecciones que nada habría cambiado con Zuluaga respecto a "la paz". ¿O alguien ejecutó la inverosímil proeza de leer esta perla del uribista Sergio Araújo, entenderla y darse por enterado? 
Un gobierno de Zuluaga habría sido reconciliador. La suya hubiera sido una paz responsable. Su álter ego, Luis Alfonso Hoyos –y no Uribe– habría sido el hombre más importante del Gobierno. Y Colombia hubiera dado seguramente el salto educacional que nos insertara en el primer mundo, transformándonos.
Nadie lo leyó. Es sencillo, lo he explicado muchísimas veces con base en lo que afirmaba Octavio Paz: la Contrarreforma de los siglos XVI y XVII dejó en la América española el rastro del rechazo a la crítica. No hay discusión real porque en cualquier momento Roma locuta, resulta uno discrepando con Uribe y echa a perder su carrera. En el mismo enlace afirma Mauricio Vargas que un grupo de amigos de Uribe lo intentaba persuadir para que aplaudiera los acuerdos. Parece que lo convencieron.

Tras las elecciones declaraba Óscar Iván Zuluaga:
Siete millones de colombianos cuya voz tendrá que ser escuchada por el nuevo gobierno. Aquí hay una opinión ciudadana que reclama un espacio en la política de construcción de la paz negociada.
(Citado por Rafael Guarín en un artículo obviamente dedicado a aplaudir la paz negociada y a llamar a la inclusión del uribismo.) 

Pero eso tampoco lo leyó nadie, no faltaría más sino que además lo recordaran. Y no obstante lo que ocurrió después fue mucho peor: ¿qué pasó con las reuniones de representantes del uribismo con Álvaro Leyva? No le interesan a nadie y son paparruchas tan despreciables que nadie las va a comentar, como el testimonio del vendedor de fruta que vio a Sigifredo López dirigiendo el secuestro de los diputados, según el inefable Montealegre. (El caso de ese asesino bastaría para demostrar que el uribismo es sólo una farsa de unos canallas, una evidente suplantación de la sociedad en aras de beneficios particulares: se renuncia a la justicia a cambio de quién sabe qué incentivos.)

Y como NADIE sabe ni quiere saber, salvo los "exegetas", que siempre interpretan las cosas de modo que resulte lo que quieran, tampoco se puede conocer lo que piensa NADIE del proyecto de acordar una Constituyente con las FARC, explícito en este artículo de Juan Lozano que Uribe divulgó en su cuenta de Twitter y que obviamente corresponde a los cálculos del uribismo. Por entonces creían posible anular el referendo, que daban por perdido pues ¿quién no va a aprobar una paz estable y duradera? La solución, visto que el acuerdo que pedía Zuluaga y proponía Guarín no se conseguía, era acordar una Constituyente en la que a cambio de la sumisión a la paz las FARC concederían algo al uribismo, yo casi apuesto a que sería la posibilidad de Uribe de volver a ser candidato.

En ese escrito, Lozano le reprocha a Santos incumplir sus promesas a las FARC, pero curiosamente NADIE lo leyó. Ahora se sorprenden de que Uribe anuncie que no buscará revocar el acuerdo final, pero ¿no es un poco cínico y a la vez ridículo sorprenderse? Es ocasión simplemente de renovar el voto de amor al Gran Timonel y advertirlo contra los malos consejeros, recomendándole que dé marcha atrás y mantenga la ficción de que se opone al acuerdo, como en aquella canción de Camilo Sesto:
Miénteme, porque sólo así me harás saber / que aún nos podemos entender. / Miénteme, tus ojos dicen la verdad, / miénteme.
Y es que sólo esa ficción permite mantener los hechos reales en esa zona oscura en la que no existen, en la que se puede no ver lo que abiertamente ocurre hace muchos años.

Cuando se acusa a los uribistas de rendirse lanzan su protesta: #NoClaudicamos. Ya claudicaron en 2010 y en realidad antes, cuando el gobierno en lugar de acabar con el engendro del 91 prefirió "corregirlo" sólo para poder instaurar un "uribato" inspirado en Mao Zedong y el "culto de la personalidad" que cultivó el comunista chino. Y cuando en combinación con esa proeza aplaudieron la alianza con la politiquería regional y Santos para conservar su cuota de poder.

Y es que el problema de Colombia no es el narcoterrorismo ni la mafia gubernamental sino el uribismo, tal como el enemigo de la salud en África no es el mosquito que transmite la malaria sino la falta de políticas eficientes para erradicarla. No habrá remedio para Colombia mientras no haya una movilización ciudadana que incluya al uribismo en el bando de "la paz" y lo rechace tajantemente, y eso no ocurrirá durante mucho tiempo. Tampoco habrá después de 2018 ningún gobierno uribista, pues la alianza planeada con el gobierno y sus aliados para hacer elegir a Duque se acabará en cuanto sea el candidato oficial: ya no lo querrán tanto los medios y puede que algún juez le encuentre alguna conducta dudosa. Pero es que ¿qué candidato es? ¿Qué representa? Bueno, representa el uribismo, la más vil politiquería y falta de principios que ha permitido la instauración de una dictadura criminal de la que será muy difícil salir.

Pero insisto, para la historia quedará esa derrota total y previsible, para la historia de la conciencia quedará ese milagro increíble de que NADIE haya visto lo que pasaba. Esa zona oscura en la que los hechos obvios no demandan respuesta y ni siquiera se registran.

(Publicado en el blog País Bizarro el 23 de febrero de 2017.)