sábado, noviembre 07, 2015

Funes el memorioso


Hace poco leí un libro fascinante del neurólogo Oliver Sacks titulado El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Me sorprendió enterarme de que los científicos sometidos a Stalin realizaban avances valiosos en el conocimiento del alma humana mientras todo Occidente prestaba atención a la charlatanería psicoanalítica. [Borges: "Proponer a los hombres la lucidez en una era bajamente romántica, en la era melancólica del nazismo y del materialismo dialéctico, de los augures de la secta de Freud y de los comerciantes del surréalisme, tal es la benemérita misión que desempeñó (que sigue desempeñando) Valéry".]

Otra información novedosa es que Sacks supone que Ireneo Funes, el personaje del famoso cuento de Borges, no es un invento del escritor con base en disquisiciones sobre el pensamiento sino una persona que probablemente existió. Los prodigios y limitaciones del muchacho le recuerdan los de víctimas de graves trastornos a las que trató.

Pero en el contexto de este blog el personaje merece atención porque su incapacidad de entender lo obvio hace pensar en los colombianos de clases acomodadas. ["Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)".] ¿Cómo hacen para separar a Iván Cepeda, Clara López y tantos personajes similares de las violaciones de niñas, las castraciones pedagógicas, los niños bomba y miles de proezas semejantes de las bandas terroristas a las que abiertamente representan? ¿Cómo hacen para no ver que la "paz" es sólo una bandera de odio, un eslogan falso de los mismos que siguen haciendo acopio de armas y explosivos, extorsionando y controlando cada vez más territorios? ¿De dónde sacan el afán de perseguir a militares y uribistas y suponer que eso es tolerable para un demócrata que a la vez está dispuesto a ofrecerles poder a los terroristas?

No tiene mucho misterio el hecho de que el terrorismo es el garante del orden atávico de desigualdad y parasitismo (gracias al cual una persona que hace penosos esfuerzos físicos se gana nominalmente una veinteava parte de lo que gana un ignorante bien relacionado que recita la propaganda en una "universidad", cosa que ninguna persona de un país civilizado conoce ni creería; "nominalmente" quiere decir que en la realidad vendría a ser una cincuentava parte, si se contaran los años en que el sabio cobra pensión, normalmente más de treinta, los beneficios que deriva de su cargo y las rentas que obtiene de sus ahorros tan cómodamente obtenidos). Lo que merece atención es la forma en que todo eso se presenta al beneficiado y sobre todo al resto de la sociedad, que tolera sin rabiar la definición de Piedad Córdoba o Iván Cepeda como "defensores de derechos humanos".

En un reportaje sobre las guerras africanas leí que a menudo descuartizaban con machetes a los muertos por arma de fuego: era una forma de asegurarse de que estaban muertos, pues nadie había visto la bala entrar en su cuerpo. Eso mismo pasa con la mayoría de los colombianos, sobre todo los de clases acomodadas, sobre todo en Bogotá. Lo mismo que Ireneo Funes, nadie ha demostrado que Iván Cepeda participe en masacres de soldados, luego, ¿qué importan todas las pruebas de que su padre fue uno de los creadores de las FARC? Pero aun suponiendo la obvia relación de ese personaje con los crímenes, ¿a quién se le va a ocurrir pensar que todos los que lo acompañan y defienden, es decir, todos los medios, todo el gobierno de Santos, todos los magistrados, etc., son cómplices? Ninguno de ellos aparece en ninguna foto con botas pantaneras.

Los que conocieron el marxismo que se enseñaba antes en las universidades colombianas, el catecismo de Marta Harnecker, podrán entender que "el ser social crea la conciencia social", es decir, que la adhesión a la iniquidad más espantosa se sostiene en los réditos copiosos que genera para las clases acomodadas (no crean que se trata sólo de personas ricas; las clases sociales no son tramos de ingreso sino entramados familiares que en últimas remiten a un origen étnico común). Se figuran que la injusticia social (el peligro de tener que trabajar o de no disponer de servicio doméstico) podría implantarse si triunfara la derecha (es decir, si no se premiara el asesinato), mientras que con una negociación de paz todos ganarían, como si esa negociación no fuera el objetivo de todos los crímenes o como si los asesinos no rezumaran satisfacción por su triunfo rotundo.

Esa complacencia (que permite que la candidata que abiertamente representa a los terroristas sea la casi segura sucesora de Petro en la Alcaldía de Bogotá) también es posible gracias a una década larga de bonanza económica. Claro que la economía colombiana crece mucho menos que antes, y en 2016 no crecerá, pero todavía no se siente el empobrecimiento, y, por el contrario, las rentas de los "trabajadores al servicio del Estado", que ya mejoraron con Uribe, han aumentado con Santos.

Pero, con todo, es inconcebible tanta complicidad con el genocidio sin un daño moral que termina siendo cognitivo: no sólo por parte de los dominadores millonarios, sino sobre todo del resto, que no los ve como criminales sino como gente importante y "culta". Algo se enreda en su percepción y hace que el perro de las tres y catorce visto de frente no pueda ser el mismo de las tres y cuarto visto de perfil, que los que se lucran de las violaciones de niñas resulten distintos de sus tristes subalternos que las cometen.

En frente de los colombianos acomodados, cualquiera se siente como el niño del cuento del traje nuevo del emperador: señores intelectuales, rectores, decanos, profesores, periodistas, jueces, procuradores, fiscales, sindicalistas, oenegeros, diplomáticos... Ustedes sólo son unos asesinos, nada cambia con que el trabajo sucio se lo dejen a niños y rústicos, o con que su papel sea cómodo y "limpio". Sin su complicidad, los genocidas no habrían tenido éxito, y los cientos de miles de víctimas de muerte intencionada que se cometerán en los próximos años no serían posibles. Pueden contar con una sociedad servil y confusa que no quiere ver lo que ocurre, pero los hechos son los hechos y por muchos lujos que les paguen ahora las masacres, sus descendientes tendrán siempre esos muertos en su haber. De nada les servirá decir que se lucraban de la muerte en aras de la paz, sólo son parásitos opresores que basan su bienestar en el asesinato en masa.

En últimas, bárbaros. Cuando creen que la ley es la voluntad de un funcionario es como cuando se construyen una justificación cambiándole el nombre a las cosas, o como cuando ultrajan el idioma con sus solecismos y "guachadas". No es que les cueste asociar al que cobra los crímenes con el que los comete sino entender que el asesinato está mal: puede estar bien cuando les conviene, y sin ir más lejos, ¿cuántos intelectuales desaprobaron el atentado contra Londoño y cuántos simplemente intentaron usarlo para desacreditar al ex ministro y a Uribe? Lo mismo les ocurre con cualquier norma, ya sea moral, penal, gramatical o de comportamiento.

(Publicado en el blog País Bizarro el 21 de octubre de 2015.)