jueves, agosto 28, 2014

La hecatombe

¿Quién iba a pensar hace seis años que las FARC resucitarían y tomarían el poder? Parecía tan claro el fervor ciudadano contra sus crímenes que ya se soñaba con un futuro sin terrorismo.

Ese impulso masivo fue desaprovechado por el gobierno de Uribe porque sus metas eran limitadas, por decirlo de un modo suave: en lo posible entenderse con la oligarquía y con los usufructuarios del orden heredado del 91 sin cuestionar la Constitución ni a las cortes ni las libertades que se tomaban. Sólo asegurar la parte del control del Estado que estaba al alcance de las urnas, aliados con los clientelistas para conseguir aprobar las propuestas en el legislativo.

Los uribistas tampoco vieron la conexión entre los medios de comunicación y las bandas terroristas. Tras la alianza con Santos, se consideraba que El Tiempo y Semana eran relativamente benévolos con el gobierno. A nadie se le ocurrió crear una prensa diferente, crítica, aunque fuera un diario digital. El uribismo no estaba ni para cambiar la Constitución ni para crear nuevos medios. Tampoco, lógicamente, algún partido trabado por un ideario y no por componendas clientelistas. Esas cosas son más bien inconcebibles en Colombia, como la rueda en la América precolombina.

De ese modo, el liderazgo presidencial y la hegemonía ideológica en la sociedad se quedaron en nada: el formidable avance en seguridad sólo sirvió para que la extracción de petróleo y gas generara grandes recursos que le permitieron a Santos comprar a todo el Congreso y pagar generosamente la propaganda que define su dictadura.

Pero antes de eso ocurrió el prodigio de la segunda reelección. No sólo la "ligereza" de abolir la democracia para implantar un porfiriato de destino incierto sino algo aún más lamentable: la cómoda suposición de que la Corte Constitucional permitiría ese cambio. Cuando estalló el escándalo de AIS, los propios uribistas trataron de apartarse de Arias para que no afectara a la imagen del aspirante perpetuo.

De modo que le entregaron el país a Santos, que en cuatro años preparó el terreno para su tropa. Pero en 2010 todavía había en la opinión una clara mayoría "uribista" que podría haber contestado las ocurrencias de Santos. Sólo que para eso había uribismo, para refrendarlas (a pesar de la violenta y perversa persecución), sólo porque vivir fuera del presupuesto público es vivir en el error, como dicen los del PRI mexicano: porque todas las clientelas propias habrían perdido gabelas si se hubiera hecho oposición.

De ahí que en la primera ocasión que hubo de rechazar a Santos, las elecciones municipales de 2011, el uribismo estuviera con el gobierno, que Uribe hiciera campaña con Luis Eduardo Garzón y Benedetti en Bogotá y apoyara al hijo de Roy Barreras en Cali. ¿Qué le podía unir al lamentable Peñalosa? Simplemente que podía demostrar que era él quien ponía los votos (sin arriesgarse a ir solo). Un partido con ideas coherentes y capaz de contestar a Santos podría haber obtenido una votación modesta, pero habría quedado claro el plan y habría personas activas con él que defenderían el ideario.

Mucho tiempo después de eso la adhesión y lealtad de Uribe al Partido de la U eran evidentes, por mucho que se aprobaran todas las infamias de Santos que le abrían el poder a los terroristas.

Después vino la paz. En este blog hemos comentado muchísimas veces el curioso entusiasmo uribista con la paz y la incapacidad de denunciarla. Muchas personas con sentido común entienden pronto de qué se trata y se ponen firmes en contra, pero los uribistas van detrás de la opinión que crea la prensa y todas las figuras importantes del movimiento se entusiasmaron con la negociación.

Al mismo tiempo hacían algún eco vago a las críticas a la paz que aparecían en las redes sociales y se entusiasmaban con los proyectos de Santos. Como ya he explicado muchas veces, esa jugada de política mezquina de no desagradar a la mayoría sólo sirve para que nadie se pregunte por aquello que se ha dado por sentado y admitido.

Para remediar la tibieza inventaron un pretexto que era doblemente legitimador: "Paz sin impunidad". Primero reconociendo que la componenda de La Habana tiene algo que ver con "paz" y después poniendo una objeción sin sentido y que entra en contradicción con el hecho de negociar. Si los terroristas se fueran a disolver y desarmar se podría pensar en el perdón, pero para eso no habría nada que negociar.

"Paz sin impunidad" sólo es una objeción improvisada a una monstruosidad como la negociación de La Habana para apoyarla sin apoyarla y así ir detrás de lo que la prensa imbuye en la gente con la esperanza de alcanzarla y corregirla después.

La campaña de Zuluaga ya fue el colmo. ¿Alguien entiende por qué le pagaron 750 millones a Sepúlveda? Ciertamente no tenía ninguna presencia en las redes sociales y lo que hacía al parecer salía de publicaciones corrientes. La cuenta de Twitter del candidato se dedicaba a escribir francas estupideces que disuadieron durante muchos meses a los posibles seguidores; característicamente, se detectaba una actitud benévola con "la paz".

Muy llamativo es el desdén de la campaña por la ciudadanía. ¿Cuántos tuiteros uribistas o antiterroristas espontáneos hay? La campaña de Zuluaga nunca los convocó para usar un hashtag ni para nada parecido. La cabecita de los politiqueros es como la de esos gerentes mediocres que llegan a un negocio que organizó alguien antes y lo delegan todo en profesionales. Ahí está el resultado.

Después del escrutinio advertía Francisco Santos de la persecución que viene. Estoy seguro de que será muchísimo peor. Primero las purgas en el ejército y la policía y puede que una vez tengan los terroristas el control de esas entidades, ahí sí, la firma de la entrega del país a la tiranía comunista.

El uribismo, a pesar de las persecuciones, se adaptará al nuevo orden. Fue lo que hizo el alvarismo en los noventa: cualquier búsqueda de imágenes de google con el texto "Constitución de 1991" muestra la foto de Serpa, Álvaro Gómez y Navarro Wolff. Puede que incluso el uribismo tenga un trato benévolo por el régimen y se lo mantenga como oposición a la cual usar para mantener el odio de la chusma.

¿Cómo se combatirá al terrorismo comunista a partir de ahora? Nadie debe esperar que haya una oposición seria del uribismo derrotado (no que no hubiera más votantes convencidos por Zuluaga que por Santos, pero tampoco se pensó nunca en acabar con la compraventa de votos). ¿Qué es el uribismo? Uno encuentra desde exaltados antediluvianos que cuestionan los derechos humanos hasta asesinos y secuestradores ascendidos (parece que en Colombia es honroso). Las ideas y valores son turbios y confusos, por decir lo menos, pero se concluye en una retórica veintejuliera que no está para cuestionar la acción de tutela y muchas otras lindezas del 91.

Lo que ha ocurrido con las bandas terroristas en Colombia es en toda regla un genocidio y se podría demostrar ante la Corte Penal Internacional y aun demostrar la implicación de muchas personas poderosas, incluidas las cortes del país. Algún jurista o grupo de juristas valientes que emprendieran esa tarea responderían de verdad a los criminales. Pero mucho me temo que no los habrá. No se ven puestos ni rentas en el corto plazo, no es cosa que interese a los colombianos.



Se cerró el círculo, se implantó y legitimó la tiranía bolivariana que quedaba. El imperio cubano en Sudamérica ya es un hecho. Ah, con pleno apoyo del gobierno estadounidense, no faltaría más.

(Publicado en el blog País Bizarro el 15 de junio de 2014.)