Saúl Hernández es uno de los columnistas más lúcidos e interesantes que se pueden leer en la prensa colombiana y sus escritos a menudo explican con bastante acierto lo que la propaganda trata de nublar. Sin embargo, su última columna, tras señalar el nudo de la campaña electoral, termina delatándose en su afinidad con la lógica que lleva a la perdición al candidato uribista y a todo el Centro Democrático. Voy a comentarla.
La demagogia de la paz
Es un hecho que la campaña presidencial aún no despega ni suscita mayores emociones. Y creo que la razón salta a la vista: es una campaña que está viciada por un elemento perturbador que la sitúa en un contexto de excepcionalidad. ¿Cuál? Pues la promesa de una paz incierta que el electorado no se atreve a entorpecer.
Casi que se podría invertir la frase y encontrar el sentido de la actividad terrorista: gracias a la continua amenaza de la violencia, la voluntad de los ciudadanos se suprime, toda vez que en caso de "entorpecer" la paz se pagarían las consecuencias. Es decir, no sólo en el gobierno de Santos, la violencia es un mecanismo de dominación gracias al cual la sociedad sigue sometida a las mismas familias de siempre, el que cuestione ese orden termina amenazando la promesa de paz.
Pero ¿de qué modo puede atreverse el electorado a entorpecer esa "paz"? Tácitamente el columnista carga sobre las espaldas del electorado el hecho de que los candidatos no sean capaces de denunciar el contenido monstruoso de dicha "paz". ¿Cómo puede saberse si el electorado se atreve a entorpecer la paz si nadie le propone que lo haga? (De hecho, Uribe ganó en 2002 porque se atrevió a cuestionar el futuro luminoso que se anunciaba gracias al Caguán.)
En cualquier proceso electoral en cualquier parte se podría plantear algo así: gracias a los motivos que sean, casi siempre a una hegemonía previa de una etnia o de un sistema de valores, quien propone una alternativa se encuentra en minoría y aun en desventaja. Pero intenta imponerse agrupando a la gente que comparte sus ideas. En Colombia no: se culpa al electorado y se lloriquea porque el enemigo no ayuda. La frase final del escrito lo confirma.
Las pruebas abundan. No hay que olvidar que desde que se iniciaron las negociaciones en La Habana señalamos que la paz no se firmaría en este cuatrienio –violando la promesa de que sería una negociación de meses y no de años–, sino que se convertiría en un instrumento para catapultar la reelección de ‘Juan Manuel’, con la premisa de que él es imprescindible para consolidar ese pacto.
Pues bien, ese mismo argumento, que más parece un chantaje, es el que viene machacando Santos en la campaña de ‘Juan Manuel’ con aseveraciones como “No es el momento de cambiar de ‘capitán’, eso sería fatal”, “Ninguno de los candidatos tiene la más mínima experiencia en procesos de paz”, “Vamos a completar lo que hemos comenzado” o “No podemos comenzar de cero cuando estamos a punto de ganar”.
Y, por consiguiente, como la paz es un tema de alta sensibilidad para los colombianos, la mayoría se ha hecho a un lado para no aguar la fiesta, con lo cual ‘Juan Manuel’ podría reelegirse con una votación pírrica gracias a un maniqueísmo descarado que ha dado frutos debido a que a nadie le gusta que lo califiquen de “enemigo de la paz” y lo igualen con los verdaderos enemigos, que son los que llevan 60 años asesinando a colombianos. Esa es una ofensa verdaderamente grave que supera con creces la incultura de quienes hicieron mofa del Jefe de Estado por un insignificante episodio de incontinencia.
Luego, el contenido de la "paz", que es el aplauso a los cientos de miles de crímenes de los terroristas y la sumisión a su autoridad, pasa como algo tolerable, "un tema de alta sensibilidad para los colombianos", algo que nadie se atreve a cuestionar, etc.
Aquel que no quiera ser descrito por los socios de los terroristas como "enemigo de la paz", y por tanto se hace a un lado para no echar a perder la esperanza, es un cómplice, puesto que se trata de la legitimación y el premio de los crímenes: de aquello para lo que se cometen.
Aquel que no quiera ser descrito por los socios de los terroristas como "enemigo de la paz", y por tanto se hace a un lado para no echar a perder la esperanza, es un cómplice, puesto que se trata de la legitimación y el premio de los crímenes: de aquello para lo que se cometen.
El columnista, tal vez por lealtades personales con los jefes uribistas, pasa por alto la profunda inmoralidad de esa actitud, que ya es grave en cualquiera pero lo es mucho más en quien aspira a gobernar y busca los votos de las víctimas y la gente descontenta con Santos y su componenda.
Es decir, si un gobernante desalmado se alía con unos asesinos para repartirse el botín y la mayoría se pone de su parte desistiendo de la justicia y de la ley, nadie puede lamentarse diciendo que si obraba honradamente perdía votos. El que se hace cómplice puede tener muchos motivos, y en el caso de la mayoría es el miedo y el servilismo, pero eso no reduce la culpa de esa complicidad.
Es decir, si un gobernante desalmado se alía con unos asesinos para repartirse el botín y la mayoría se pone de su parte desistiendo de la justicia y de la ley, nadie puede lamentarse diciendo que si obraba honradamente perdía votos. El que se hace cómplice puede tener muchos motivos, y en el caso de la mayoría es el miedo y el servilismo, pero eso no reduce la culpa de esa complicidad.
Ese maniqueísmo del chantaje de Santos ha dado frutos porque la supuesta oposición la constituyen enanos morales que no pueden ver que toda concesión al crimen se traduce siempre sin remedio en más crímenes y que (es lo que en últimas dice el columnista) tal vez querrían ser ellos los que se repartan el botín con los asesinos.
De manera que ese talismán que es la promesa de un país en paz ha adormecido la campaña a tal grado que ‘Juan Manuel’ lidera las encuestas con un pobrísimo 23 por ciento que no se compadece con el reparto impúdico de mermelada, mientras que tres cuartas partes de los colombianos se oponen a esa reelección sin hacer olas, pasivos ante la esperanza –que es lo último que se pierde– de que esta vez sí se logre la paz con unos rufianes que a diario demuestran que ni la quieren ni la merecen.
Lo que ha adormecido la campaña es la falta de oposición. El paso siguiente es la hegemonía de los terroristas, poseedores de decenas de miles de millones de dólares con los que pueden comprar a todos los políticos y a todos los jueces y a todos los periodistas e implantar una tiranía mucho peor que la venezolana o la cubana (antes del comunismo esos países eran más bien tranquilos comparados con Colombia).
Pero los uribistas tienen un remedio: lloriquear. Es el sentido del escrito de Saúl Hernández. No habrá país en paz porque lo que ha hecho Santos es dar a los terroristas lo que más necesitan, que es la legitimidad. El acuerdo de participación política es el reconocimiento solemne de que se levantaron en armas porque la democracia era insuficiente. Pero ¿no lo sabe Saúl Hernández ni los asesores de Zuluaga? Sí lo saben, pero no van a frustrarles a sus votantes la dulce idea de que "reconciliándose" con los que han matado a otros van a evitarse riesgos.
Es decir, Hernández y el uribismo renuncian a decirle a la gente que debe ceñirse a la ley y hacer frente a los criminales porque la gente está ilusionada con convivir con ellos y más bien resignada a dejarlos gobernar. Eso se llama hacerse cómplices.
Es como si a la gente la hubieran convencido de que el terrorismo es culpa de todos y que, para solucionarlo, el aporte mínimo de cada uno es el voto a favor de quien tiene la ‘llave de la paz’. Pura demagogia que se sirve de un viejo anhelo colectivo, anclado en el ADN de la Nación, para alcanzar réditos personales o grupales. Con esa promesa se creó la Constitución de 1991 y con la misma, Andrés Pastrana fue elegido presidente.
No, nadie cree que el terrorismo es culpa de todos, sencillamente una sociedad desvertebrada está formada por individuos que no tienen ejemplos ni sentido de comunidad y se ponen de parte del vencedor. En 2008 de Uribe y el Ejército, ahora de las FARC y Santos. El anhelo colectivo anclado en el ADN de la nación es la ausencia de respeto a la ley: tal como se evidencia con los intolerables ataques con ácido, parece que en cada colombiano anidara un salvaje que podría cometer en cualquier momento las atrocidades de los terroristas.
El párrafo es muy elocuente, y permite de nuevo entender el sentido de la acción terrorista: una vez que se reconoce legitimidad a los criminales, el supuesto alivio de las víctimas potenciales conduce a la aceptación de lo que exigen. ¿De dónde salen? De la universidad. ¿Quién iba a la universidad? En algún momento entre 1950 y 1970 el 1% de nivel socioeconómico más alto. ¿Quién dirigía a los estudiantes? El profesorado, nombrado entre las elites sociales. ¿No es claro que el terrorismo es sólo un sistema de dominación de los mismos de siempre, una forma de perpetuar por medio de la violencia la jerarquía heredada?
El párrafo es muy elocuente, y permite de nuevo entender el sentido de la acción terrorista: una vez que se reconoce legitimidad a los criminales, el supuesto alivio de las víctimas potenciales conduce a la aceptación de lo que exigen. ¿De dónde salen? De la universidad. ¿Quién iba a la universidad? En algún momento entre 1950 y 1970 el 1% de nivel socioeconómico más alto. ¿Quién dirigía a los estudiantes? El profesorado, nombrado entre las elites sociales. ¿No es claro que el terrorismo es sólo un sistema de dominación de los mismos de siempre, una forma de perpetuar por medio de la violencia la jerarquía heredada?
Sí, el cuento de la paz ha sido un factor emocional que ha perturbado por décadas nuestro trasegar político. Desde las palomitas de Belisario, pasando por la ‘Séptima papeleta’ de 1990 y el ‘Mandato por la Paz’ de 1997, hasta llegar a la reelección de un mandatario que no tiene otra cosa que ofrecer. Por eso, la manipulación de conciencias con la incesante invocación de lemas publicitarios: ‘estamos reparando a las víctimas’, ‘preparémonos para el postconflicto’, ‘hay que convocar al Consejo Nacional de Paz’.
¿Cómo es que no hay una oposición que le explique a la gente que las víctimas lo son de los criminales y no del "conflicto" y que todo lo que Santos promete sólo significará la multiplicación de los crímenes? Sencillamente porque en el orden de siempre y en el que creó el engendro del 91 hay un sector social significativo que medra gracias a la integración en ese orden y que no tiene interés en destruirlo. Por eso Uribe nunca quiso crear partidos diferentes ni oponerse a las castas políticas ni cuestionar a las cortes heredadas del 91 ni menos convocar una Constituyente para empezar a plantear un país basado en la ley y no en las componendas con los criminales. Por eso los uribistas están encantados de acudir a paneles televisivos a discutir con León Valencia y María Jimena Duzán, exhibiendo sus excelentes modales. Por eso es imposible encontrar a uno solo que entienda de derecho y no sea entusiasta de la "acción de tutela" porque todos los que tienen educación y contactos pueden beneficiarse de la abolición del derecho.
De nuevo, todos se harán a un lado cuando emerja, por reclamo de las Farc, la ‘Comisión de su Verdad’, que prodigará culpas a diestra y siniestra (sobre todo a diestra) y exculpará a estos arcángeles hasta del menor de sus crímenes. Luego se abrirá la puerta a su Asamblea Nacional Constituyente con la inocente convicción de que de allí surgirá una paz definitiva y absoluta. ¡Qué ingenuidad! Por eso, un tema tan azaroso, que suele ser presa del oportunismo político, debería estar excluido del debate electoral.
Pero ¿quiénes son todos los que se harán a un lado? ¿Se hará a un lado el columnista? ¿No está justificando que el candidato uribista y aun los senadores y representantes elegidos se hagan a un lado?
Bueno, ¿dónde está la ingenuidad? Santos se encontró un Estado rico y reparte favores a toda clase de funcionarios y logreros que complacen como sea a los criminales, tal como, siguiendo con el ADN de la nación, los policías buscan ocasión de entenderse con los ladrones. Los que firman la paz no son los mismos que mueren, ésos no le importan a nadie. Nadie es inocente ni ingenuo en esa pieza de horror, sólo se trata de las rentas fabulosas del crimen.
La partícula "Por eso" con que comienza la última frase confunde un poco: ¿por la ingenuidad? ¿Por qué?
Pero esa frase, esa idea, tanto lo que lleva dentro como el hecho de publicarla, ¡hasta qué punto muestra lo que es Colombia! ¿Alguien le hará caso y querrá sacar el tema del debate electoral? ¿De qué modo se conseguiría que quedara fuera? Ya es inconcebible que en Colombia las autoridades respeten la ley, no faltaría más sino que los políticos no manipularan el asunto que más interesa a los ciudadanos.
Bueno, ¿dónde está la ingenuidad? Santos se encontró un Estado rico y reparte favores a toda clase de funcionarios y logreros que complacen como sea a los criminales, tal como, siguiendo con el ADN de la nación, los policías buscan ocasión de entenderse con los ladrones. Los que firman la paz no son los mismos que mueren, ésos no le importan a nadie. Nadie es inocente ni ingenuo en esa pieza de horror, sólo se trata de las rentas fabulosas del crimen.
La partícula "Por eso" con que comienza la última frase confunde un poco: ¿por la ingenuidad? ¿Por qué?
Pero esa frase, esa idea, tanto lo que lleva dentro como el hecho de publicarla, ¡hasta qué punto muestra lo que es Colombia! ¿Alguien le hará caso y querrá sacar el tema del debate electoral? ¿De qué modo se conseguiría que quedara fuera? Ya es inconcebible que en Colombia las autoridades respeten la ley, no faltaría más sino que los políticos no manipularan el asunto que más interesa a los ciudadanos.
Pero, ¿qué? Supongamos que ocurriera, que el tema más importante de la historia, la caída en un régimen impuesto por bandas de asesinos que asegurará la miseria por siglos y una catástrofe como la de Camboya o la de Ruanda quedara fuera del debate democrático, ¿sería eso lícito? ¿Sería buena idea?
De lo que se trata es simplemente de lloriqueo: nadie tiene la decencia de explicar que la llamada paz es un crimen, la alianza con los asesinos y secuestradores para repartirse el botín que se les entrega gracias al miedo. No lo hace el candidato de la supuesta oposición ni ninguno de los demás, como si fuera muy inconveniente oponerse al canibalismo o a la prostitución infantil y sólo quedara lamentarse de las dificultades de la vida.
No podía faltar la muestra de solidaridad con Santos y su "insignificante" episodio de incontinencia. Sin contar que al parecer estaba borracho, ¿cómo es que un espectáculo tan penoso nunca lo da ningún gobernante de otro país? Porque ningún país se deja gobernar por individuos cuyo organismo colapsa. Pero ¿no encontrarán condena de los compasivos con el presidente que jamás prestan atención a los niños bomba ni a los policías torturados? Ni se cuestiona la "inocente" esperanza de la paz ni se deja de mostrar solidaridad con el pobre hombre enfermo. (¿No sería una estratagema de J. J. Rendón?). Podrían decirles que son enemigos de los buenos sentimientos.
Tiene verdadera gracia que la campaña en que Colombia escoge el abismo y nadie se opone porque podría resultar excluido y aun amenazado en el imperio futuro de los terroristas sea "aburrida". Claro que lo es: el candidato parece un débil mental que proclama todos los días que es excelente persona y promete cupos universitarios para todos y cuanto se le quiera pedir (parece que tal como cuenta con el amor a la paz de la mayoría también cree que todos conciben una caja inagotable de la que sólo hace falta que llegue un hombre honrado y generoso como él para remediarlo todo), y nadie detecta que la "timidez" para denunciar la componenda criminal es una forma clara y especialmente deshonrosa de complicidad.
El país cae en manos del terrorismo por obra de Santos, de los lagartos, de las mayorías indolentes y de estos impostores que suplantan lo que en una democracia sería la oposición.
(Publicado en el blog País Bizarro el 9 de abril de 2014.)
De lo que se trata es simplemente de lloriqueo: nadie tiene la decencia de explicar que la llamada paz es un crimen, la alianza con los asesinos y secuestradores para repartirse el botín que se les entrega gracias al miedo. No lo hace el candidato de la supuesta oposición ni ninguno de los demás, como si fuera muy inconveniente oponerse al canibalismo o a la prostitución infantil y sólo quedara lamentarse de las dificultades de la vida.
No podía faltar la muestra de solidaridad con Santos y su "insignificante" episodio de incontinencia. Sin contar que al parecer estaba borracho, ¿cómo es que un espectáculo tan penoso nunca lo da ningún gobernante de otro país? Porque ningún país se deja gobernar por individuos cuyo organismo colapsa. Pero ¿no encontrarán condena de los compasivos con el presidente que jamás prestan atención a los niños bomba ni a los policías torturados? Ni se cuestiona la "inocente" esperanza de la paz ni se deja de mostrar solidaridad con el pobre hombre enfermo. (¿No sería una estratagema de J. J. Rendón?). Podrían decirles que son enemigos de los buenos sentimientos.
Tiene verdadera gracia que la campaña en que Colombia escoge el abismo y nadie se opone porque podría resultar excluido y aun amenazado en el imperio futuro de los terroristas sea "aburrida". Claro que lo es: el candidato parece un débil mental que proclama todos los días que es excelente persona y promete cupos universitarios para todos y cuanto se le quiera pedir (parece que tal como cuenta con el amor a la paz de la mayoría también cree que todos conciben una caja inagotable de la que sólo hace falta que llegue un hombre honrado y generoso como él para remediarlo todo), y nadie detecta que la "timidez" para denunciar la componenda criminal es una forma clara y especialmente deshonrosa de complicidad.
El país cae en manos del terrorismo por obra de Santos, de los lagartos, de las mayorías indolentes y de estos impostores que suplantan lo que en una democracia sería la oposición.
(Publicado en el blog País Bizarro el 9 de abril de 2014.)