sábado, mayo 20, 2023

Semántica bizarra

Sin un sentido fijo de las palabras no es concebible ninguna verdad, y toda concesión que se haga en este punto deja ver el triunfo de la propaganda. Las palabras significan lo que dice el diccionario y no lo que a uno le puede parecer. En esa confusión conceptual fue donde Petro encontró votos, gente que no tiene fijos en la cabeza los sentidos de «comunismo», «Venezuela», «Palacio de Justicia», «Pablo Escobar». Vamos a precisar algunos conceptos cual quijotes lanzados a desfacer entuertos.

El áulico es el del palacio. Goethe era consejero áulico del duque de Weimar. El doctor Behrens, de La montaña mágica, era consejero áulico. Era una de las más altas dignidades. ¿Cómo llegó esta palabra a significar en Colombia «vil adulador»? Puede ser que alguien entendiera «favorito» y empezara a usarlo para denunciar los privilegios, y otros supusieran que esos favoritos eran aduladores de un poderoso y prefirieran denunciar el servilismo.

Más curiosa es la palabra pérfido, que sólo quiere decir «desleal» pero que en todos los países de habla hispana se asocia a un tipo de maldad especialmente ponzoñosa.

Muy de Colombia, sobre todo de Bogotá, es el uso de la palabra tenaz. ¿De qué modo llegó a reemplazar a «tremendo» y se vuelve muletilla de complicidad con una polisemia muy variada? Un crimen es tenaz, una provocación, una trayectoria vital dura, la crueldad, el peligro. La gente es tenaz en ese uso impropio. «Tenaz» significa «perseverante».

La heterodoxia, por llamarla de algún modo, del lenguaje de los colombianos tiene mucho que ver, como señalaba Octavio Paz respecto de toda Hispanoamérica, con las costumbres de la Contrarreforma religiosa que empezó en el siglo XVI. Nada estaba por encima de la Iglesia tal como después nada estaba por encima del gobierno o del partido, de ahí viene la expresión Roma locuta, causa finita, «habló Roma, se acabó la discusión». En los países en los que se venció a la Iglesia empezaron a primar la razón y el conocimiento. En el ámbito del lenguaje, esa hegemonía del clero genera sumisión y desapego a la verdad. La profesión de fe permitía encubrir lo que de verdad se estaba pensando. De ahí viene esa convicción de que las palabras no son importantes, no cuesta nada suscribir cualquier cosa, todos aceptan sin desasosiego que «paz» es un nombre tolerable para «negociaciones de paz» y depués para «premio del crimen» y «triunfo de los criminales».

En ese sentido, casi todas las palabras con que un colombiano se refiere a los políticos y figuras públicas narcocomunistas son términos legitimadores que ellos han impuesto y que los demás interpretan con un sentido restringido. Es algo arraigado en la tradición, ya en el Himno nacional se llama «el bien» al bando de los insurrectos desleales y sanguinarios de hace doscientos años.

Entre los términos que más confusión dejan ver está ese curioso insulto de “guerrillero” que se usa para describir a Petro a raíz de una bizarra denuncia del muy bizarro Roy Barreras. Un guerrillero es el que toma parte en una guerrilla y ésta es una guerra pequeña, con frecuencia la que hace un bando débil contra otro más fuerte. Es una forma de actividad bélica tan legítima como todas las demás. Sólo que se ha admitido el término guerrilla para designar a las FARC, el ELN y el M-19 porque son un bando más débil contra el ejército, pasando por alto su ilegitimidad —al ser portadores de una ideología criminal y del anhelo de despojar a los ciudadanos de sus libertades y la clase de actividades a las que se dedican—. Guerrilla es lo que soñaba Camilo Torres. Las componendas de los Santos Calderón y los Samper y los López y García Márquez con el narcotráfico y la industria del secuestro no se pueden describir como guerrilla sino como organización criminal o mafia. Decirle «guerrillero» al malhechor Petro es usar un término que lo legitima. A las bandas de asesinos comunistas de los años cincuenta sólo los llamaban guerrilleros sus copartidarios, para los demás eran bandoleros o chusmeros.

Otro caso muy curioso es el de «héroe», que ha llegado a significar «policía o soldado asesinado». En Colombia no hay héroes sino corruptos, pero si visten uniforme la muerte los hace héroes. Tal vez unos policías más vigilantes y eficientes sean vistos como los pobres hombres que son y no alcancen la dignidad de héroes, que les habría correspondido si se hubieran dejado matar. Y si algo hace falta para enfrentarse a la tiranía de estilo nicaragüense que viene es héroes que denuncien sus crímenes y desarmen sus falacias, porque con esos piropos a las víctimas y esos insultos a Petro, que son lo que quiere oír, no se va muy lejos en la tarea de advertir a la gente de la necesidad de resistir.

En definitiva, el narcocomunismo es la persistencia del viejo orden y la vieja dominación. Las palabras significan lo que quieren los medios hegemónicos, cuyos dueños son los dueños del país. Sin una clase de personas capaces de sobreponerse a ese lenguaje es imposible esperar que se lo pueda vencer porque sus presupuestos ideológicos son obviedades para todos debido a que lo aceptan en el lenguaje, como ocurría con «paz». La mayor parte de los presupuestos ideológicos del gobierno de Petro los comparten casi todos los que votaron por otros candidatos, y el que lo dude puede pensar en cuántos están indignados con la «acción de tutela», o con que los militares no puedan votar, o con que se gaste una parte enorme del presupuesto en universidades en las que sólo se preparan futuros militantes narcocomunistas. Ya dice el dicho que «lo malo de la rosca es no estar en ella», lo malo de los funcionarios inútiles que se pensionan antes de los cincuenta años y sólo tienen que firmar el cheque de la nómina o a veces hacer propaganda del gobierno desde los computadores de alguna entidad, es no contarse entre ellos. Y así esos tiranos aniquiladores que hoy están en el poder tienen seguro el triunfo.

(Publicado en el portal IFM Noticias el 30 de abril de 2023.)