sábado, mayo 09, 2020

El corazón derechista



La más odiosa de todas las mentiras que la gente cree en Colombia es la de una oposición entre izquierda y derecha, entre un bando de los ricos unidos en torno a valores conservadores y otro de progresistas que intentan corregir esa desigualdad y ese atraso.

¿Creen en esa oposición los funcionarios de la ONU, de todas las ONG internacionales y de los gobiernos europeos o la explotan para favorecer a los comunistas armados en aras de sus propios intereses? ¿Lo hacen los usufructuarios del triunfo comunista desde los años ochenta o sólo se acomodan a un orden sempiterno en el que disfrutan de los mismos privilegios de sus abuelos en un país más rico y más poblado? Lo más importante, y esto no es una pregunta: en esa oposición creen los que en las redes sociales proclaman su rechazo al comunismo. Esa confusión define la tragedia colombiana, no puede haber una oposición contra los propios valores, Harvey Weinstein no puede ser el encargado de vigilar a Michael Jackson. Lo que Colombia necesita SÓLO es parecerse a los demás países de la OCDE, a ello no sólo se oponen los parásitos millonarios de obediencia cubana, sino también sus supuestos enemigos.

Hace ya varios años publiqué un post explicando la mentira flagrante, obscena, de esa interpretación: la llamada izquierda, el comunismo, no es más que la retórica de propaganda de las clases altas de la vieja sociedad y su revolución sólo consiste en la negación de la democracia y los derechos políticos de la mayoría. Este gráfico sobre la evolución de la desigualdad a partir de la Constitución de 1991, que es el gran triunfo de la llamada izquierda, y durante los primeros años del gobierno de Uribe, debería servir para explicar esa mentira y mostrar lo que verdaderamente es esa izquierda.


En una cabeza recta todo sería transparente, indiscutible. La multiplicación del gasto público no se tradujo en una reducción de la desigualdad en el ingreso sino que por el contrario la agravó. Pero en Colombia no hay cabezas rectas sino cabezas derechistas, de modo que ¡no pueden condenar ese hecho porque el aumento de la desigualdad no les parece una mala noticia! Dicho "en plata blanca", ese cambio registrado en esa década es la realización de sus deseos, sólo que por desgracia los beneficiarios más claros no fueron ellos. En general en todas partes el aumento del gasto público significa bienestar para los más débiles, al menos es lo que ha puesto en práctica la socialdemocracia en los países de Europa sin que la derecha haya cambiado claramente eso. El hecho de que en Colombia ocurra lo contrario no lleva a esos derechistas a cambiar su visión, y su polémica con el socialismo (que en Colombia no significa lo mismo que en otras partes) se mantiene como si fuera lo mismo Petro que Felipe González. La contienda entre libertarios y socialistas en Colombia es una payasada porque esos socialistas sólo son parásitos de viejo estilo, y esos libertarios también, sólo que de un estilo aún más viejo, que respecto de lo que hace de Colombia un país bárbaro no mienten sino que aplauden esa diferencia con el resto del mundo.

El sentido de toda esa mentira ya lo expliqué en el post enlazado, pero hay algo que me intranquiliza: ¿por qué esas personas no aprueban simplemente una asimilación a los países avanzados? ¿Qué sentido tiene ese anhelo de aferrarse a la defensa de la desigualdad? No es sólo que sean sinceros, es algo profundo, es el espíritu de Colombia que cualquiera que se haya criado en el país ha experimentado en forma de crueldad, de servilismo, de arrogancia grotesca de patanes ventajosos y en resumen de dominación... De hecho, la llamada izquierda asesina, mafiosa y parasitaria es eso mismo pero ejercido con más astucia.

Conviene prestar atención a lo que significa "igualdad". Es una palabra de espectro muy amplio, nadie podría pedir en serio que todos seamos iguales porque ¿todos con el mismo color de ojos? Pero ciertamente la igualdad es el sentido mismo de todo sistema legal. Puede que los mandamientos de Moisés, y la consecuente persistencia de la nación judía, tengan que ver con ese principio en su enunciado, no hay rango que pueda estar por encima del "No matarás". En Colombia sí lo hay, baste pensar en el impacto periodístico, policial y judicial que tuvo algo como el asesinato de María Arango con el de cada una de las cientos de miles de víctimas del Partido Comunista.

Pero se me dirá que sólo se ha pensado en el sentido restringido de "igualdad" como la proximidad en el ingreso entre los diferentes grupos sociales, y así se vuelve a la discusión de otras sociedades, como si el conservador del departamento del Magdalena quisiera conservar lo mismo que el conservador de Ohio. Puede enfocarse de muchas maneras, por lo general en cualquier ciclo de expansión económica rápida tiende a aumentar la desigualdad, como ocurrió con la revolución informática, pero unos indicadores continuos de extrema desigualdad según el coeficiente de Gini en los países de Sudamérica no aluden a ningún ciclo de expansión sino a rasgos estructurales de esas sociedades.

Baste cruzar la lista de países por igualdad de ingreso con la lista de países por índice de libertad económica (que según las premias de esos derechistas debería ser la misma lista) para entender que no los mueve el anhelo de ensanchar el PIB o el desarrollo empresarial sino de proteger un orden jerárquico del que son también usufructuarios, a menudo porque han heredado propiedades o forman parte de clanes poderosos, o bien disfrutan de ventajas gracias a su "nivel de formación superior" respecto de los demás. Y es que tras el rechazo al coeficiente de Gini y a denunciar el aumento de la desigualdad gracias al aumento del gasto público está una defensa de la desigualdad que define a las sociedades hispanoamericanas: la esclavitud. El orden de castas en que han vivido esas sociedades desde su surgimiento y que ahora apenas a medias se ocultan.

Es decir, tras el rechazo a la igualdad en el ingreso parecida a la de países como Australia o Nueva Zelanda está la igualdad que es la base de todas las constituciones modernas y de la democracia. Les encanta sentirse superiores a sus esclavos y no se escandalizan de que personajes como María Jimena Duzán o Héctor Abad Faciolince vean a sus víctimas como ganado, sólo que sienten que se lo quitan a ellos.

(Publicado en el blog País Bizarro el 6 de abril de 2020.)