La perspectiva que se tiene de los problemas colombianos cuando se ha vivido mucho tiempo fuera es distinta: muchas oposiciones obvias para quienes no reciben otra información que la de los medios locales resultan falaces. Los colombianos de derecha y los de izquierda no son tan diferentes como ellos creen y en lo esencial representan lo mismo. Lo que hace a las regiones hispánicas miserables, desordenadas y violentas no son las "ideologías foráneas" ni las maquinaciones perpetuas de Karl Marx, avatar de Satanás, sino el anclaje del conjunto social en un pasado bárbaro y la persistencia de formas de vivir y de pensar de otra época.
1. Leyenda negra
1. Leyenda negra
En España tiene un gran éxito un libro que denuncia la "leyenda negra" de la propaganda antiespañola. En la conciencia de los hispanoamericanos esa leyenda negra es un tema conocido porque durante mucho tiempo ha servido para explicar la miseria y el atraso de la región. Todo el mundo recordará a alguien que proclama que otro sería el cantar si "nos" hubieran colonizado los ingleses, como si la India, Jamaica, Belice o Guyana fueran paraísos de prosperidad. Ese "nos" que he puesto entre comillas es una de las idioteces más llamativas: los descendientes de los conquistadores somos los hispanoamericanos, aun en los países de mayoría mestiza o mulata, el elemento predominante en todas partes es el de origen español.
En gran medida tienen razón los que denuncian la leyenda negra hispanófoba porque la Conquista y colonización de América fueron una de las mayores gestas de la humanidad y están en la base del mundo moderno. No se hace justicia a esos conquistadores, menos cuando hoy en los gobiernos de toda Hispanoamérica reina la peor chusma, que en medio de sus juergas y retozos les aplica cómodamente la moralina que no le cuesta nada concebir. Los comunistas que gobiernan las principales ciudades españolas se niegan a celebrar el Descubrimiento porque lo consideran un "genocidio".
En gran medida tienen razón los que denuncian la leyenda negra hispanófoba porque la Conquista y colonización de América fueron una de las mayores gestas de la humanidad y están en la base del mundo moderno. No se hace justicia a esos conquistadores, menos cuando hoy en los gobiernos de toda Hispanoamérica reina la peor chusma, que en medio de sus juergas y retozos les aplica cómodamente la moralina que no le cuesta nada concebir. Los comunistas que gobiernan las principales ciudades españolas se niegan a celebrar el Descubrimiento porque lo consideran un "genocidio".
La hispanofobia tiene en Europa un pasado muy antiguo, ligado al desprecio de los germanos por los pueblos meridionales. El poema que funda la nación francesa, el Cantar de Roldán, muestra a España como el país de los moros a los que somete Carlomagno. Cuando el antiguo Sacro Imperio Romano Germánico cae en manos del nieto de los reyes católicos, las resistencias a un emperador que vive en España con una corte española se multiplican. De ahí y de los intereses del Imperio británico viene la leyenda negra.
Pero no se puede negar que la España posterior al siglo XVII era un país que aportaba poquísimo al conocimiento y aun a las artes, pese a su poderío y riqueza. La clave de ese retraso respecto a Europa, cada vez más acusado, es la Contrarreforma católica, que es la respuesta del clero al Renacimiento y a la Reforma protestante. La Iglesia que se adueña de los nuevos territorios implanta el oscurantismo y la persecución de la crítica. Si en el mundo hispánico no se inventa nada y no se produce casi nada es sólo por efecto de esa tradición.
Pero no se puede negar que la España posterior al siglo XVII era un país que aportaba poquísimo al conocimiento y aun a las artes, pese a su poderío y riqueza. La clave de ese retraso respecto a Europa, cada vez más acusado, es la Contrarreforma católica, que es la respuesta del clero al Renacimiento y a la Reforma protestante. La Iglesia que se adueña de los nuevos territorios implanta el oscurantismo y la persecución de la crítica. Si en el mundo hispánico no se inventa nada y no se produce casi nada es sólo por efecto de esa tradición.
Las sociedades hispánicas fueron durante la mayor parte de su historia sociedades esclavistas. Todavía está lejos que sus miembros sean "libres e iguales" como se propone en la propaganda de los demócratas españoles. Todavía las mujeres de origen amerindio siguen limpiando las casas de sus redentores, que en el siglo XVI les enseñaban la religión del amor y hoy dedican sus valiosas vidas a la prédica de la justicia social y del derecho a la educación. Los de hoy son seres casi idénticos a sus antepasados. Ya no se dice "encomienda" sino "acción de tutela" (con la primera se cubría con un manto de piedad el trabajo forzoso y gratuito, con la segunda se suprimen las leyes cuyo texto proclama la igualdad y se garantiza el trabajo casi forzoso y casi gratuito). La educación siempre es prioritaria, en tiempos de la Real Audiencia se inoculaba mansedumbre con la amenaza de torturas terrenas y ultraterrenas ("encomienda" era el encargo de evangelizar a los indios), ahora se adoctrina asesinos prestos a defender el orden en el que quienes tienen las riendas pueden prescindir de la voluntad de los demás y de toda noción de legalidad.
2. La máquina del tiempo
2. La máquina del tiempo
Hace años un comentarista de este blog explicó con gran acierto de dónde viene el "izquierdismo" de las grandes familias colombianas. Viajaron al futuro y no les gustó. Viendo cuál es el poderío y el nivel de vida de los europeos y norteamericanos, ¿qué podría ser más sensato que imitarlos? Pues no, no van a vivir sin ser superiores a los demás per se. Uno los ve en Europa, desvalidos sin servicio doméstico (pues a pesar de su infinita ventaja sobre los pobres del país, no tienen tanto para pagarlo en países ricos). No van a aceptar que cualquiera prospere y rivalice con ellos (eso está SIEMPRE: la facultad de sociología del patricio Camilo Torres estaba formada por decenas de personas de familias presidenciales). De hecho, se podría pensar en el secuestro como una limpieza de posibles rivales, y la implicación de Caballero o Pombo en esas proezas no está demostrada pero es obvia. Los sindicatos de funcionarios proveían a los terroristas los datos exactos del patrimonio de cada contribuyente, pero ¿quién los señalaba?
De tal modo, la conjura comunista, también en Cuba y en toda Hispanoamérica, es sólo resistencia del viejo orden y sus usufructuarios, que encuentran en el ensueño comunista una forma de sacarle fruto a la idiosincrasia imbuida por sus antepasados (ya explica ampliamente Antonio Escohotado el origen del comunismo en ciertas comunidades cristianas). Y a la vez un pretexto para gastarse toda la riqueza del país en comprar clientelas y prosélitos. En una sociedad competitiva los medios de comunicación, cuyo principal proveedor de recursos es el Estado, no tendrían tan seguras sus grandes rentas por hacer propaganda. El socialismo les conviene.
Para creer que la respuesta es el ensueño tradicionalista, la continuación del mismo orden de esclavitud con un discurso gastado, hace falta ser un necio incurable. Sencillamente, hay quien no se "avispó" a ponerse el disfraz moderno para poder acceder a las prebendas y beneficios de siempre, o quien estaba demasiado próximo a algún clan perdedor. Si uno va al diccionario, en el que "izquierda" es "reformismo" e "igualdad", la "izquierda" colombiana es simplemente "derecha" y la derecha colombiana (cuando no es pragmática acomodación al dominio de la "izquierda", a lo Gerlein) es mera desubicación: en absoluto respuesta al orden de esclavitud. (Uno de sus valedores en Twitter se mostraba hace un tiempo bastante próximo a discursos neonazis y abiertamente racistas.)
3. Ideología
Ésta es una palabra polisémica que se presta a muchas confusiones y engaños. La definición del diccionario es inocua, corresponde al sentido de "concepción del mundo" pero en su uso corriente alude sobre todo a la doxa, a la opinión como opuesta al conocimiento, al prejuicio. La ideología provee una serie de respuestas que preceden a las preguntas, y de algún modo todo el mundo lleva esa coraza. Con mucha frecuencia la adhesión a una ideología permite precisamente ocultar las verdaderas inclinaciones, sobre todo cuando las generalizaciones cosmológicas pasan por encima de los conflictos inmediatos. El clero antiguo, menguante e incomprendido odia al nuevo clero, al que lo unen con muchísima frecuencia relaciones de consanguinidad (muchísimos profesores comunistas de la Universidad Nacional empezaron en el seminario). ¿Debe uno tomar partido por uno de ellos? Son lo mismo, allí donde en tiempos de Felipe II había órdenes de muy diverso tipo ahora hay universidades dedicadas al mismo parasitismo.
Con mucha frecuencia la ideología se adopta pensando en realidades distantes: el comunista de 1960 no pensaba en su afinidad con Sangrenegra, Desquite o Chispas sino en Sartre y sus elucubraciones, de algún modo la interpretación de Heidegger le permitía colaborar con la causa de Sangrenegra, Desquite o Chispas y a la vez sentirse protagonizando una batalla cósmica entre reacción y progreso. Eso mismo ocurre hoy con los derechistas, prestos a convencerse de que Alfredo Molano o Antonio Caballero son trasuntos de Chomsky. Toda la retórica anticomunista que reproducen pasa por encima de forma escandalosa del hecho de que en Colombia (y en general en Hispanoamérica) la "izquierda" no es el bando de los pobres sino el de los ricos, que no busca la igualdad sino reforzar la desigualdad, congelar la jerarquía social y asegurar privilegios para los herederos del viejo orden.
De tal modo, la conjura comunista, también en Cuba y en toda Hispanoamérica, es sólo resistencia del viejo orden y sus usufructuarios, que encuentran en el ensueño comunista una forma de sacarle fruto a la idiosincrasia imbuida por sus antepasados (ya explica ampliamente Antonio Escohotado el origen del comunismo en ciertas comunidades cristianas). Y a la vez un pretexto para gastarse toda la riqueza del país en comprar clientelas y prosélitos. En una sociedad competitiva los medios de comunicación, cuyo principal proveedor de recursos es el Estado, no tendrían tan seguras sus grandes rentas por hacer propaganda. El socialismo les conviene.
Para creer que la respuesta es el ensueño tradicionalista, la continuación del mismo orden de esclavitud con un discurso gastado, hace falta ser un necio incurable. Sencillamente, hay quien no se "avispó" a ponerse el disfraz moderno para poder acceder a las prebendas y beneficios de siempre, o quien estaba demasiado próximo a algún clan perdedor. Si uno va al diccionario, en el que "izquierda" es "reformismo" e "igualdad", la "izquierda" colombiana es simplemente "derecha" y la derecha colombiana (cuando no es pragmática acomodación al dominio de la "izquierda", a lo Gerlein) es mera desubicación: en absoluto respuesta al orden de esclavitud. (Uno de sus valedores en Twitter se mostraba hace un tiempo bastante próximo a discursos neonazis y abiertamente racistas.)
3. Ideología
Ésta es una palabra polisémica que se presta a muchas confusiones y engaños. La definición del diccionario es inocua, corresponde al sentido de "concepción del mundo" pero en su uso corriente alude sobre todo a la doxa, a la opinión como opuesta al conocimiento, al prejuicio. La ideología provee una serie de respuestas que preceden a las preguntas, y de algún modo todo el mundo lleva esa coraza. Con mucha frecuencia la adhesión a una ideología permite precisamente ocultar las verdaderas inclinaciones, sobre todo cuando las generalizaciones cosmológicas pasan por encima de los conflictos inmediatos. El clero antiguo, menguante e incomprendido odia al nuevo clero, al que lo unen con muchísima frecuencia relaciones de consanguinidad (muchísimos profesores comunistas de la Universidad Nacional empezaron en el seminario). ¿Debe uno tomar partido por uno de ellos? Son lo mismo, allí donde en tiempos de Felipe II había órdenes de muy diverso tipo ahora hay universidades dedicadas al mismo parasitismo.
Con mucha frecuencia la ideología se adopta pensando en realidades distantes: el comunista de 1960 no pensaba en su afinidad con Sangrenegra, Desquite o Chispas sino en Sartre y sus elucubraciones, de algún modo la interpretación de Heidegger le permitía colaborar con la causa de Sangrenegra, Desquite o Chispas y a la vez sentirse protagonizando una batalla cósmica entre reacción y progreso. Eso mismo ocurre hoy con los derechistas, prestos a convencerse de que Alfredo Molano o Antonio Caballero son trasuntos de Chomsky. Toda la retórica anticomunista que reproducen pasa por encima de forma escandalosa del hecho de que en Colombia (y en general en Hispanoamérica) la "izquierda" no es el bando de los pobres sino el de los ricos, que no busca la igualdad sino reforzar la desigualdad, congelar la jerarquía social y asegurar privilegios para los herederos del viejo orden.
En definitiva la afinidad de los derechistas colombianos con los izquierdistas colombianos es profunda y absoluta: ambos resisten al mundo moderno, los primeros desde el lloriqueo impotente de perdedores y los segundos convencidos de encarnarlo mientras disfrutan de las ventajas del parasitismo y la esclavitud. No representan nada distinto, no se va a remediar la deriva totalitaria con ensueños coloniales ni retóricas pinochetistas. Hace falta otra cosa...
4. La ley, la democracia...
La barbarie es la ausencia de leyes efectivas en el conjunto social. También la ausencia de significados precisos del lenguaje. Las palabras significan cualquier cosa para el primitivo porque no se ha detenido a pensar, y lo que dice termina no teniendo efecto porque significa cualquier cosa (tal como para los que hablamos español y no tenemos un oído fino las diversas "e" del francés nos suenan igual). Eso pasa con la "democracia" o la "ley", que en Colombia son conceptos vacíos que usan con inverosímil frecuencia los comunistas, aun los jefes narcoterroristas. Los derechistas no son diferentes, baste pensar en la reelección sucesiva de Uribe, puro marxismo de la línea Groucho ("éstos son mis principios, si no le gustan tengo otros"). Cuando la ley no conviene al sueño dictatorial de un régimen sin posibilidades de alternancia (sólo una nueva versión de Porfirio Díaz, Anastasio Somoza, Alfredo Stroessner o Alberto Fujimori), pues se cambia la ley. Y si no fue posible cambiarla drásticamente en un primer intento, pues se vuelve a cambiar: la ley sirve al gobernante y no éste a aquélla. Es una concepción arraigada que naturalmente comparten los izquierdistas.
(En 2006 apoyé la reforma que permitía a Uribe aspirar a la reelección, era una situación extremadamente crítica, con rivales claramente ligados al narcoterrorismo, y una presidencia de ocho años no era una extravagancia sino algo normal en Estados Unidos y hasta en Brasil. La discusión con los valedores del narcoterrorismo impedía ver las flaquezas del uribismo entonces.)
Y si se piensa en lo que realmente hace falta, la asimilación a la modernidad, la verdadera vigencia de la ley, el respeto a los derechos humanos, la democracia como el régimen en que la voluntad popular cuenta, los ensueños retrógrados son un problema y no una solución. Como ya he explicado arriba, la izquierda, o sea, la universidad, es sólo un estamento de ese pasado bárbaro. Cuando se explica que sería deseable cerrar las universidades públicas y cobrar impuestos a las privadas como a cualquier empresa, la derecha vuelve a ser lo mismo que la izquierda: la misma indignación y los mismos argumentos, no les importa que los recursos comunes se gasten en proveer certificados de rango social sino que las rentas se las lleven otros. Todos replican lo mismo, que hay que abrir oportunidades a los jóvenes de bajos ingresos, como si no fuera del patrimonio común de donde sale el dinero (es decir, también de los recursos de los jóvenes de bajos ingresos que no estudian y que son la mayoría, todo para proveerles rentas a los mismos descendientes de los encomenderos que en la siguiente generación descubren las ventajas de ser comunistas, como Álvaro Leyva, hijo de un ministro de Laureano Gómez).
Sin ese gasto monstruoso, el desarrollo del país estaría asegurado, no porque haya el menor mérito en su población sino porque el progreso tecnológico alcanzado en otras partes provee infinitas ventajas. También la calidad de la educación, que consiste en la eficiencia de los egresados y no en la cantidad de títulos, en lo que Colombia es digno rival de Cuba y Venezuela. Al haber otras oportunidades de empleo (que no existen porque se cobran impuestos confiscatorios a quienes trabajan, y cuando el gobierno Santos intentó reducir la parafiscalidad se encontró con el rechazo de Uribe), las posibilidades de prosperar y educarse de los pobres se multiplicarían.
Pero todo eso no interesa a la derecha porque el mundo antiguo que defiende es el del rechazo al trabajo de la tradición hispánica. Ésa es la madre del cordero, la resistencia a una sociedad competitiva por los usufructuarios del orden jerárquico de siempre, hoy en día caracterizados por ser de "izquierda". Cambiar eso no requiere un programa ideológico sino sentido común, determinación de aplicar efectivamente la ley, reducción drástica del gasto público, sobre todo en educación superior, eliminación de la parafiscalidad y otros gravámenes encubiertos sobre los salarios (y no aumentos del salario mínimo como claman "sindicalísticamente" los uribistas)... Cuando se piensa en todo eso resulta lo mismo que en todo: que la derecha y la izquierda están en el mismo bando.
Otro ejemplo es la "acción de tutela". El que vive en otro país se sorprende de que la mayor parte del trabajo de los juzgados colombianos consista en resolver recursos de amparo en defensa de derechos fundamentales. ¿Cómo es que no ocurre en otras partes? Porque una noción como la de "derecho fundamental" no tiene unos límites en la cabeza de los colombianos, lo mismo que paz, democracia, ley: significa cualquier cosa. La acción de tutela provee al funcionario un pretexto para prescindir del texto de la ley y hacer lo que le da la gana. ¿A quién beneficia? Primero a los propios jueces y a sus clientes, que es de lo que se trata (no hay que olvidar que los jueces gobernaron hasta la instauración del virreinato en 1717), después a los que pueden pagar abogados bien relacionados y en conjunto a las castas superiores de la sociedad (dicen que se benefician de esa atrocidad los de estratos 3 y 4, como si en el conjunto de la población colombiana aquéllos no formaran parte de la minoría rica). Es un factor retrógrado que suprime la ley y que por eso no incomoda en absoluto a la derecha, toda vez que los derechistas pertenecen a esas castas superiores y se benefician de la defensa del "derecho fundamental" que su pariente o amigo siempre sabrá encontrar.
Sentido común es negar validez a los acuerdos de La Habana, pero en Colombia, al menos entre quienes opinan en las redes sociales, quienes lo proponemos somos una minoría ínfima. La derecha anda interesada en perseguir a quienes no van a misa o ven pornografía, y respecto a esos acuerdos se plantea "modificarlos", o sea aceptarlos parcialmente, tal como se aceptó el monstruoso engendro de 1991, porque si se rechazaba podría salir un texto peor.
Hace falta cambiar el entramado legal y las costumbres y mentalidades para asimilarse al mundo moderno. Para impedirlo están la izquierda y la derecha.
(Publicado en el blog País Bizarro el 9 de diciembre de 2017.)
4. La ley, la democracia...
La barbarie es la ausencia de leyes efectivas en el conjunto social. También la ausencia de significados precisos del lenguaje. Las palabras significan cualquier cosa para el primitivo porque no se ha detenido a pensar, y lo que dice termina no teniendo efecto porque significa cualquier cosa (tal como para los que hablamos español y no tenemos un oído fino las diversas "e" del francés nos suenan igual). Eso pasa con la "democracia" o la "ley", que en Colombia son conceptos vacíos que usan con inverosímil frecuencia los comunistas, aun los jefes narcoterroristas. Los derechistas no son diferentes, baste pensar en la reelección sucesiva de Uribe, puro marxismo de la línea Groucho ("éstos son mis principios, si no le gustan tengo otros"). Cuando la ley no conviene al sueño dictatorial de un régimen sin posibilidades de alternancia (sólo una nueva versión de Porfirio Díaz, Anastasio Somoza, Alfredo Stroessner o Alberto Fujimori), pues se cambia la ley. Y si no fue posible cambiarla drásticamente en un primer intento, pues se vuelve a cambiar: la ley sirve al gobernante y no éste a aquélla. Es una concepción arraigada que naturalmente comparten los izquierdistas.
(En 2006 apoyé la reforma que permitía a Uribe aspirar a la reelección, era una situación extremadamente crítica, con rivales claramente ligados al narcoterrorismo, y una presidencia de ocho años no era una extravagancia sino algo normal en Estados Unidos y hasta en Brasil. La discusión con los valedores del narcoterrorismo impedía ver las flaquezas del uribismo entonces.)
Y si se piensa en lo que realmente hace falta, la asimilación a la modernidad, la verdadera vigencia de la ley, el respeto a los derechos humanos, la democracia como el régimen en que la voluntad popular cuenta, los ensueños retrógrados son un problema y no una solución. Como ya he explicado arriba, la izquierda, o sea, la universidad, es sólo un estamento de ese pasado bárbaro. Cuando se explica que sería deseable cerrar las universidades públicas y cobrar impuestos a las privadas como a cualquier empresa, la derecha vuelve a ser lo mismo que la izquierda: la misma indignación y los mismos argumentos, no les importa que los recursos comunes se gasten en proveer certificados de rango social sino que las rentas se las lleven otros. Todos replican lo mismo, que hay que abrir oportunidades a los jóvenes de bajos ingresos, como si no fuera del patrimonio común de donde sale el dinero (es decir, también de los recursos de los jóvenes de bajos ingresos que no estudian y que son la mayoría, todo para proveerles rentas a los mismos descendientes de los encomenderos que en la siguiente generación descubren las ventajas de ser comunistas, como Álvaro Leyva, hijo de un ministro de Laureano Gómez).
Sin ese gasto monstruoso, el desarrollo del país estaría asegurado, no porque haya el menor mérito en su población sino porque el progreso tecnológico alcanzado en otras partes provee infinitas ventajas. También la calidad de la educación, que consiste en la eficiencia de los egresados y no en la cantidad de títulos, en lo que Colombia es digno rival de Cuba y Venezuela. Al haber otras oportunidades de empleo (que no existen porque se cobran impuestos confiscatorios a quienes trabajan, y cuando el gobierno Santos intentó reducir la parafiscalidad se encontró con el rechazo de Uribe), las posibilidades de prosperar y educarse de los pobres se multiplicarían.
Pero todo eso no interesa a la derecha porque el mundo antiguo que defiende es el del rechazo al trabajo de la tradición hispánica. Ésa es la madre del cordero, la resistencia a una sociedad competitiva por los usufructuarios del orden jerárquico de siempre, hoy en día caracterizados por ser de "izquierda". Cambiar eso no requiere un programa ideológico sino sentido común, determinación de aplicar efectivamente la ley, reducción drástica del gasto público, sobre todo en educación superior, eliminación de la parafiscalidad y otros gravámenes encubiertos sobre los salarios (y no aumentos del salario mínimo como claman "sindicalísticamente" los uribistas)... Cuando se piensa en todo eso resulta lo mismo que en todo: que la derecha y la izquierda están en el mismo bando.
Otro ejemplo es la "acción de tutela". El que vive en otro país se sorprende de que la mayor parte del trabajo de los juzgados colombianos consista en resolver recursos de amparo en defensa de derechos fundamentales. ¿Cómo es que no ocurre en otras partes? Porque una noción como la de "derecho fundamental" no tiene unos límites en la cabeza de los colombianos, lo mismo que paz, democracia, ley: significa cualquier cosa. La acción de tutela provee al funcionario un pretexto para prescindir del texto de la ley y hacer lo que le da la gana. ¿A quién beneficia? Primero a los propios jueces y a sus clientes, que es de lo que se trata (no hay que olvidar que los jueces gobernaron hasta la instauración del virreinato en 1717), después a los que pueden pagar abogados bien relacionados y en conjunto a las castas superiores de la sociedad (dicen que se benefician de esa atrocidad los de estratos 3 y 4, como si en el conjunto de la población colombiana aquéllos no formaran parte de la minoría rica). Es un factor retrógrado que suprime la ley y que por eso no incomoda en absoluto a la derecha, toda vez que los derechistas pertenecen a esas castas superiores y se benefician de la defensa del "derecho fundamental" que su pariente o amigo siempre sabrá encontrar.
Sentido común es negar validez a los acuerdos de La Habana, pero en Colombia, al menos entre quienes opinan en las redes sociales, quienes lo proponemos somos una minoría ínfima. La derecha anda interesada en perseguir a quienes no van a misa o ven pornografía, y respecto a esos acuerdos se plantea "modificarlos", o sea aceptarlos parcialmente, tal como se aceptó el monstruoso engendro de 1991, porque si se rechazaba podría salir un texto peor.
Hace falta cambiar el entramado legal y las costumbres y mentalidades para asimilarse al mundo moderno. Para impedirlo están la izquierda y la derecha.
(Publicado en el blog País Bizarro el 9 de diciembre de 2017.)