miércoles, diciembre 23, 2015

Perder siempre es ganar un poco


Como siempre, lo primero es plantearse cómo concibe uno lo que ocurre. Por ejemplo, ¿cree el lector que hay alguna comunicación directa o indirecta entre el fiscal Montealegre, antiguo presidente de la Corte Constitucional, y las altas cortes, o cada uno obra por su cuenta y sólo saben lo que piensan y hacen los otros a través de los canales formales? ¿Es muy atrevido suponer que obran de forma coordinada y que reciben presiones del clan que domina el país?

Pensando en la persecución contra Plazas Vega a partir de 2007 y la que sufrieron todos los posibles rivales de Santos después de 2010, me acordé del caso Invercolsa: ¡qué casualidad que los jueces revivieran "sorpresivamente" el escándalo cuando Uribe nombró ministro de Interior a Fernando Londoño! Mientras tanto, para decidir sobre la casación del caso Plazas Vega hay que esperar muchos años, con el demandante preso.

De modo que quien no obre de mala fe debe suponer que todas las persecuciones y canalladas de los sicarios togados y del fiscal tienen que ver con directrices de las familias del poder y sus jefes cubanos. Y si eso es así, ¿cómo es que la Corte Suprema de Justicia se apresura a archivar el caso contra Uribe que presentó el fiscal? ¿No podría éste haberles preguntado por teléfono qué harían para no resultar fracasando? ¿O la amenaza condujo a algún tipo de pacto secreto, para el que habría sido concebida?

La situación de Uribe respecto del poder judicial define toda su conducta: vista la desfachatez con que obran esos jueces, que avergonzaría a los propios asesinos, ¿qué les costaría encontrar testigos que implicaran a su hermano con actividades "paramilitares"? Lo que haría otra persona sería salir del país y demostrar la persecución y el prevaricato sistemático desde el exterior, pero eso es inconcebible para un hombre que tiene propiedades considerables y parientes con los que el narcorrégimen se podría ensañar. Más razonable es, para sus intereses, resistir en Colombia y hacer oposición hasta donde lo dejen.

La desgracia es que su popularidad hace que nadie se plantee una oposición aparte, y finalmente lo único que se hace es lo que él decide, rodeado por gente que comparada con la que lo acompañaba en su segundo mandato no sale mucho mejor parada. De ahí que en todas las elecciones habidas desde 2010 se haya evitado denunciar con firmeza al régimen y su esfuerzo por premiar el genocidio: ningún candidato de ningún partido se ha opuesto a negociar con las FARC. Y eso que la mayoría de las personas que se reconocen como uribistas odian a esa banda asesina. La voluntad de los ciudadanos confusos y dispersos no importa, sólo las cuentas del expresidente y sus cohortes de lambones.

Esa circunstancia se debe tener en cuenta al pensar en el plebiscito con que Santos pretende legitimar la imposición de un narcorrégimen controlado por la casta que dirige su hermano y con vastas regiones en manos de un partido armado que dicha casta dirige. Debería planteársela cada ciudadano, pero parece que el juicio cívico de la gente apenas llega hasta la simpatía por un líder u otro.

Si se acepta que Uribe es rehén del poder judicial y por eso no se opone a la "paz", el corolario lógico es que por su propio prestigio y por la propia conveniencia del régimen deba hacer alguna oposición, como cuando los directivos de un equipo de fútbol compran a jugadores del rival: éstos deben fingir que juegan por el triunfo de su equipo. Lo que cuenta es el resultado, la oposición se hace, pero de modo que siempre resulte perdiendo y cada uno salve la cara.

Pero aunque no se acepte dicha premisa, ¿qué cree el lector que deberíamos hacer quienes nos oponemos al "proceso de paz"?

Es imposible llegar a ningún entendimiento con gente que obra de mala fe. Y suponer que los líderes uribistas se oponen a ese proceso es pura mala fe, cuando todos los días manifiestan que lo apoyan y veladamente que podrían mejorarlo con su presencia.

Es muy llamativo que los columnistas y otras figuras del uribismo se apresuren a pedir que se vote No. Eso es lo que espera Santos: sacar adelante su atraco con alguna resistencia y lograr una mayoría a través de las habituales presiones sobre los alcaldes, congresistas, sindicatos, "sociedad civil", empresas que contratan con el Estado, etc. También, claro, con amenazas directas de los terroristas, compra directa de votos y orgía de propaganda en los medios. Un plebiscito en el que se escoja entre la paz y la guerra daría una participación de más del 30%, con más de 20 puntos de ventaja para el Sí.

Pero es que votar No a una infamia es reconocer legitimidad a quien la plantea. Como el viejo dicho que reza que cuando una señora dice "no" quiere decir "quizá". Una señora a la que se le sugiere hacer algo deshonroso no dice "no" sino que responde con un bofetón o llama a su marido para que ajuste cuentas con el atrevido.

De modo que aun descartando el acuerdo del uribismo con el régimen, votar No es un error gravísimo que comporta el reconocimiento del proceso de paz, dado que no significa que se condene el proceso sino que se rechaza el acuerdo, tal vez en aras de uno mejor.

Lo que se debe hacer es llamar a la abstención, deslegitimando el proceso y arrinconando al régimen, que resultaría indistinguible de las FARC. Los argumentos para denunciar el acuerdo terrorista son infinitos, y la gente expuesta a la disyuntiva de apoyar a los terroristas u oponerse opta por desentenderse del asunto. Claro que el margen de 13% de votos por el Sí que el hampa gobernante impuso se alcanzará de sobra, pero aunque se doblara (y no se doblará) resultaría ilegítimo frente a una sociedad que mayoritariamente demuestra que no cree en el atraco de Santos. Las rutinas leguleyas de mucha gente hacen pensar que el resultado electoral es importante, cuando lo único que cuenta es lo que piensen y sientan los ciudadanos.

Bueno, es cuestión de cada uno: la diferencia entre el No y la abstención activa es la aprobación tácita del proceso de paz y de la legitimidad del régimen. El que acepta un juego se muestra dispuesto a reconocer su resultado, y es casi obvio que los senadores y congresistas del Centro Democrático esperan acomodarse en el nuevo orden y seguir conservando una cuota de poder en representación de los descontentos, para lo que no vacilarán en seguir con el lloriqueo eternamente. Los ingresos de los representantes populares son deliciosos. No hay que culparlos a ellos. De hecho, ni siquiera votaron No a la convocatoria del plebiscito.

Pero nadie debe engañarse: si se acepta el plebiscito, que con toda certeza se pierde, se acepta el resultado y el orden resultante. El que piense en una verdadera democracia debe basarse en esa mayoría que no aprobaría a las FARC y que con otro gobierno estadounidense y tras la caída de las satrapías bolivarianas apoyaría una refundación legítima. Pero ¿no era algo que podría haberse planteado el uribismo desde antes de 2006?

(Publicado en el blog País Bizarro el 27 de noviembre de 2015.)