jueves, junio 04, 2015

El nombre de la tragedia colombiana es "uribismo"


Uribe en 2001
En las sociedades en las que se elige a los gobernantes, los políticos siempre intentan convertirse en los "intérpretes de la angustia popular", cosa que corresponde a la lógica del mercado, con empresarios que intentan detectar necesidades insatisfechas. Eso ocurrió con Uribe durante el gobierno de Pastrana, en el que la escalada de crímenes terroristas produjo una fuerte corriente de rechazo.

Tal vez convenga detenerse a comentar ese gobierno, que no fue elegido por la foto con Tirofijo, como a menudo se repite, pues en esa caso se da por obvio que los votantes habrían refrendado el samperismo, con la mayor crisis económica que se recuerda en décadas (que estalló un año antes de las elecciones). Los abusos continuos de los terroristas le generaron un gran desprestigio a Pastrana, a la vez que las dificultades económicas multiplicaban el descontento. Cabe recordar que los mayores críticos del proceso del Caguán al comienzo eran los samperistas, en un ejercicio de oportunismo increíble, pues el terrorismo había ascendido gracias a los narcogobiernos liberales previos. Lo que conviene preguntarse ahora es si la escalada no sería un designio de los Castro y Enrique Santos Calderón, pues lo peor para sus intenciones habría sido que Pastrana tuviera éxito.

La carrera de Uribe hasta entonces estaba marcada por su apoyo a las Convivir cuando fue gobernador de Antioquia, pero antes había sido un político destacado del régimen del 91, compañero de filas de Ernesto Samper (al que incluso defendió cuando el escándalo de los narcocasetes) y promotor de la impunidad para el M-19. Gracias a la firmeza y eficiencia que había mostrado como gobernador, era el político más opcionado para atraer a los descontentos con la orgía de crímenes de las FARC. Al obtener el apoyo de Fernando Londoño, resultó el portavoz de los sectores conservadores menos dispuestos a someterse a las FARC.

Pero ese año el sentimiento de rechazo a los terroristas era generalizado y las aspiraciones de las mayorías eran claras. Lo que interesa razonar es hasta qué punto como líder de esa corriente Uribe la llevó al triunfo o si el resultado fue otro. La incapacidad de la crítica, esa herencia de la Contrarreforma que tanto obsesionaba a Octavio Paz, hace que nadie quiera evaluar eso: si Colombia ahora está en manos de las FARC fue a pesar de la infalible actuación del líder al que todo se le debe. Bueno, además de la aversión a la crítica está el servilismo, la lealtad al superior del que en últimas se espera siempre algún favor.

Morir de éxito
Los resultados del primer gobierno de Uribe fueron sencillamente de ensueño, si bien se debe tener en cuenta que la economía en parte se había saneado en el gobierno de Pastrana (el ministro de Hacienda era Santos) y que en esos años los altos precios de los combustibles generaron muchos ingresos (en el mismo año 2006 en que Uribe fue reelegido, Chávez ganó unas elecciones con un porcentaje de votos parecido). El caso es que todos los indicadores de violencia se redujeron drásticamente, al tiempo que la economía empezó a crecer y el optimismo a hacerse generalizado.

Pero entre la alegría del éxito y el diario forcejeo con los propagandistas del terrorismo se pasó por alto lo principal: que no había ningún partido que representara a la nueva mayoría, ni ningún proyecto de país distinto a seguir haciendo lo mismo, ni ningún distanciamiento respecto al engendro del 91, gracias al cual, por ejemplo, la Corte Constitucional legisló alegremente impidiendo llevar a cabo el plan de gobierno.

Nadie echó de menos nada parecido: todos los de mentalidad conservadora estaban contentos y el entusiasmo con el líder nacional (que había recurrido a la aparición continua en televisión siguiendo el ejemplo de Fujimori y Chávez) no admitía el menor matiz. La idea de cambiar la ley para permitir la reelección sólo molestó a los del bando terrorista, en parte porque la imposibilidad de repetir mandato era una excepción colombiana. Tanto Bush como Lula habían sido reelegidos porque las leyes de sus países lo permitían. Hasta el más exigente se resignó a que el precio de esa continuidad fuera la componenda con los peores clientelistas del legislativo, como la inefable Yidis Medina (un país en el que legisla alguien así podría enviar a un obeso mórbido a correr los cien metros en las Olimpiadas) y, mucho peor, con las logias de políticos profesionales que habían acompañado a los gobiernos de las décadas anteriores, comandadas por Santos.

Cuando titulo que la tragedia es el uribismo no me refiero a Uribe sino a la corriente que lo sigue. Por meritorio que sea un líder, puede equivocarse y tener limitaciones. Pero una sociedad en la que nadie echa de menos un partido centrado en un ideario y un programa coherentes y que dé cuenta de lo que es el país al que pretende dirigir "no está madura para la democracia". Uribe estaba feliz de seguir mandando y su sanedrín de seguir disfrutando de las rentas del poder y hasta de columnas en la prensa de la oligarquía (creo que soy el único que se daba cuenta de que la columna de José Obdulio Gaviria en El Tiempo estaba rodeada de otras cinco de valedores de las FARC). De modo que la buena racha continuaba y el gobierno tenía mayorías en el legislativo, nadie echaba de menos otra cosa. Puede que si alguien hubiera querido corregir las atrocidades de la Constitución, como las alusiones al "delito político", la mayoría no habría sido tan clara.

De ese modo, el segundo periodo de Uribe era la ocasión de recoger los frutos de lo sembrado en el primero, con grandes logros en todos los niveles, incluida la derrota estratégica de las FARC, consumada en la marcha del 4 de febrero de 2008 y en la posterior Operación Jaque. A nadie le pareció preocupante la clase de gente que formaba el gobierno, no sólo como Santos sino como muchos otros ministros de su estilo.

Y previsiblemente no había ningún plan para 2010. En medio de la euforia del triunfo fue apareciendo de lo más aconsejable cambiar otro articulito para permitir la reelección continua. Para eso había que hacer cuantas concesiones hicieran falta a los medios y al partido controlado por Santos. No hubo la menor discusión. Todo lo que significaba el uribismo se pudo ver entonces, con su inclinación al respeto de la ley (que se podía cambiar cada vez que conviniera, con lo que sencillamente dejaba de existir), con su percepción del interés de la comunidad y del país (ante todo el mundo quedaba claro que se trataba de otra dictadura encubierta y legitimada por plebiscitos, como las bolivarianas) y sobre todo con su percepción de lo que podrían hacer las cortes (¿era tan difícil suponer que la Corte Constitucional que había presidido Carlos Gaviria no toleraría la nueva reforma, por no hablar de los recursos bolivarianos fabulosos que tendrían los enemigos de Uribe para persuadir a los magistrados?).

Que Colombia caería en manos de las FARC debió ser claro entonces, pero muchos nos engañamos en la (ahora evidemente absurda) suposición de que Uribe controlaba al partido a cuyos legisladores había hecho elegir en 2006. Cuando empezó la propaganda contra Arias por el artificial escándalo de Agro Ingreso Seguro los "no tan amigos suyos" dentro del uribismo se apresuraron a reconocerla, de modo que afectara al joven ex ministro y no la posible reelección de Uribe.

Le salimos a deber
Tras el cambio de rumbo de Santos y de todos los congresistas elegidos como "uribistas" tampoco hubo el menor reproche a los líderes que habían llevado a semejantes hampones al poder: la clave del uribismo no es su orientación más o menos "guerrerista", más o menos "derechista", sino el culto de la personalidad que llega a niveles grotescos. El uribista no opina de ninguna manera respecto de nada sino que le entrega a Uribe y su séquito esa tarea. Por eso la disposición de Santos de aliarse con las FARC y sus propagandistas de los medios no tuvo ningún rechazo claro porque Uribe no quería enterarse de que había pasado a ser un proscrito para el régimen y que los recursos se dedicarían a perseguirlo.

Así llegaron las elecciones de 2011, mucho más de un año después de la bomba de Caracol (las FARC niegan haberla puesto y, al igual que muchas otras atrocidades, como la bomba contra Vargas Lleras, hay que pensar que es obra de los mismos amigos de Samper y Bejarano que mataron a Álvaro Gómez), y la actitud de Uribe respecto al nuevo rumbo se basó por una parte en conservar buenas relaciones con los legisladores uribistas (participó en la campaña del hijo de Roy Barreras) y aun con el gobierno (en el primer aniversario de la posesión de Santos, Óscar Iván Zuluaga escribió un artículo elogioso sobre el gobierno), y por la otra en tratar de demostrar que era él quien conseguía los votos, cosa en la que de nuevo fracasó.

Dicen que Uribe no podría ser candidato a la Alcaldía de Bogotá porque se expondría a ser perseguido por los sicarios judiciales sin la inmunidad que le da su rango de ex presidente. Tal vez se la habría dado mejor un triunfo rotundo como candidato a alcalde, pero sobre todo por el interés de los colombianos habría convenido que se evitara el ascenso del siniestro Petro. El caso es que el gran líder nacional no tenía un candidato propio al segundo puesto del país y no cuestionaba en nada al gobierno, ya por entonces claramente resuelto a entregar el país a los terroristas

El uribismo nunca ha echado de menos un partido que sabe adónde quiere llegar porque sus seguidores no conocen ni entienden la democracia. Son esa clase de gente que en Chile se enamoró de Pinochet y en Perú de Fujimori. A ninguno le sorprendió ver a Uribe bailando el aserejé con Luis Eduardo Garzón, que participaba en la campaña de Peñalosa para favorecer la candidatura de Petro. A eso había llegado el gran líder. Pero ¿qué importa él? Importa que los uribistas tampoco concibieron que se pudiera haber hecho algo mal. El amor no concibe vacilaciones, todo era perfecto por la lealtad del rebaño al Gran Timonel. Se le salía a deber de todos modos.

No son enemigos de la paz
No es el tema de este escrito analizar lo que hay detrás de la componenda de Santos y los terroristas, pero es evidente que desde mucho antes de 2001 los medios andan dedicados a divulgar la propaganda que conviene a las FARC. El embeleco de llamar "paz" a las "negociaciones de paz" es muy antiguo y nadie se le ha querido enfrentar. Cuando se anunciaron las negociaciones, todos los líderes uribistas las saludaron con entusiasmo, también los seguidores, que hacían de tripas corazón y estaban siempre de parte de su líder. Nunca han tenido ningún reproche que implique suponer que no las aprueban, sólo que buscan mejorarlas, en un claro anhelo de tomar parte en la mesa de La Habana. Eso se combina con el lloriqueo continuo por lo que hace el gobierno, sin que nunca se haya propuesto otra cosa.

Ése fue el drama de las elecciones de 2014, pero como los uribistas son colombianos, es decir, torcidos e infantiles, pretenden que alguien crea que los votantes se enfrentaban al dilema de si aprobaban la revolución educativa que llevaría a Colombia al primer mundo (consistente en crear cupos universitarios para todos), como decía el uribista Sergio Araújo, o continuar con Santos: sencillamente, Zuluaga y Uribe aludían lo menos posible a la paz para no contrariar a los descontentos, sin que en ningún momento propusieran cancelar los diálogos, al contrario. La base del rechazo es otro engaño: la idea de que la negociación debe seguir si las FARC desisten de sus crímenes. El que no quiere premiar a los terroristas sale muy "vivo" aplaudiendo a una negociación en la que unos criminales idiotas se resignan a aceptar lo que les quieran dar, y el que cree en la paz negociada y no quiere aguar la fiesta encuentra muy razonable que se mejore la negociación con ese bálsamo perfecto. ¿Alguien detecta el engaño? En el supuesto de que alguien lo hiciera, sin duda se lo callaría para no crear división (como me dijo esta semana una señora en Twitter).

En cuatro elecciones no hubo ningún candidato entre miles que propusiera desistir de negociar con los terroristas. El que pensara en eso no lo hizo para no perder el aval del partido de Uribe. Es lógico que Santos se sienta legitimado en su monstruosidad, todo rechazo a su infamia se encuentra con la pared firme del uribismo que a toda costa respalda la paz, con los adornos absurdos que haga falta, pero de ninguna manera cuestionando que se negocien las leyes con quienes las violan más que a niñas rústicas y hambrientas.

Angelino Garzón y Robledo
No puede haber más compromiso con la paz que el apoyo del Centro Democrático a la candidatura de Angelino Garzón a la Alcaldía de Cali. Se trata del candidato del partido de Santos, no sólo un dirigente de las FARC con rango superior a Tirofijo (que pertenecía al Comité Central del Partido Comunista pero no al Comité Ejecutivo Central), vicepresidente del partido creado por las FARC y activo representante del castrismo en el primer gobierno de Santos (fue a Cuba como vicepresidente de la república a agradecerle a Fidel Castro su apoyo a la paz en Colombia), sino un defensor manifiesto de la paz. No hay ningún problema: los uribistas serían felices en un régimen como el de Corea del Norte siempre y cuando eso produjera alegría a su amado líder, tal vez con el consuelo de que molestara a Santos.

Más obsceno, si se puede, es el coqueteo continuo con el líder del Polo Democrático Jorge Enrique Robledo, que a toda costa intenta mantener el ambiente de violencia callejera y descontento contra Santos de modo que la extrema izquierda obtenga apoyo popular pala implantar su régimen (el Polo Democrático es el frente de masas del Partido Comunista, que ya puede delegar la tarea en otros mientras avanza en la representación abierta de las FARC).

Así se llegó a la reciente proposición del Senado en que se pide al gobierno reanudar negociaciones con Fecode, propuesta por Robledo y apoyada por cuatro senadores uribistas. Obviamente entre los senadores que la apoyan está Iván Cepeda y todo su partido. En las redes sociales se ve el mismo intento de aplaudir al sindicato de maestros para crearle conflictos al gobierno. ¿Es que no saben qué es Fecode o qué busca el paro de maestros? Con tal de alentar el descontento están dispuestos a aliarse con quien sea y a favorecer a los terroristas, y los únicos que sacan partido de eso son éstos.

Oposición
Cuando se propuso la segunda reelección de Uribe no había en sus seguidores el menor respeto por la democracia. Tampoco lo hay cuando se cede a la negociación de La Habana para no resultar enemigos de la paz. En el medio plazo, empezando por las elecciones de este año, el rechazo a esas negociaciones será el gran derrotado porque no hay nadie que lo exprese en términos políticos. También el uribismo, que se aliará con cuanto hampón del partido de Santos (o sea, uribista, según lo que se decía hace cinco años) haga falta.

La tiranía castrista no se irá de Colombia por las buenas y sin una mayoría que la rechace. La realidad actual es que esa mayoría de 2008 ya no existe, y la minoría que aún se opone carece de otra idea que seguir a Uribe adonde quiera ir. La persecución podría cesar el día que acuda a apoyar a Santos en la firma de la paz, con lo que esa minoría quedará contenta, seguramente soñando con que podrá elegirlo otra vez. A lo mejor le dan algún cargo honorífico.

La democracia necesita empezar aparte. Puede que falte medio siglo para que despierte, lo que no se puede suponer es que la trayectoria del uribismo prometa ser alguna solución.

(Publicado en el blog País Bizarro el 1 de mayo de 2015.)