Los hechos que tienen relación con la "paz" de La Habana son tan graves que es inevitable preguntarse por las causas de la pasividad increíble de los colombianos: parece que nadie se inquieta por el peculado gigantesco del llamado "carrusel de la paz" ni `por el asesinato de tres niños hermanos en el Caquetá ni por los contratos por la bicoca de 114.000 millones que favorecen a la familia Galán. Queda la impresión de que la única condena de los colombianos tuviera que ver con la posibilidad de cada uno de acceder a esas rentas.
Conviene recordar que los beneficiarios del llamado "carrusel de la paz" son personas que se distinguen por favorecer a los terroristas, como Alfredo Molano, un personaje que comparaba a Tirofijo con Bolívar y aplaudía a las FARC por la masacre de 30 soldados en Vigía del Fuerte (en tiempos del Caguán). O Mockus, cuya labor de propagandista del terrorismo ya hemos comentado antes en este blog (1 - 2). Pero Molano ya formaba parte de la comisión histórica nombrada para legitimar a los terroristas, con una remuneración que un colombiano humilde no obtendría en toda una vida de duro trabajo. Se comprueba un medio típico (la universidad es al fin eso mismo) de uso de la violencia: los asesinatos generan miedo y gracias a eso nadie se resiste al peculado sistemático (del que forman parte proezas como el contrato de la Fiscalía con Natalia Springer y muchísimos otros desfalcos semejantes).
Ese aspecto de la paz como plan para el robo en gran escala se manifiesta hace tiempo. El exministro Rudolf Hommes presentó en alguna ocasión un cálculo de lo que habría que gastar para obtener la paz, en el anterior periodo de Santos se aprobó la ley de víctimas, con previsiones de gasto equivalentes a un millón de pesos de entonces por cada colombiano, y la espeluznante Claudia López decía en la pasada campaña electoral que lo que exigía la paz era ante todo tributación (eso mismo dice en sus textos Salomón Kalmanovitz, que encuentra insuficientes los recursos del Estado, para gastar en educación, claro).
Para eso mandan matar y quieren obtenerlo sin una victoria sobre el ejército, al que ahora cooptan a partir del alto mando, pero ése no es el tema de este post.
Uno de los factores decisivos para que se produzca ese milagro del conformismo con una infamia infinita es la relativa prosperidad que alcanzó el país después de los dos gobiernos de Uribe, en parte gracias al aumento de la seguridad y de la eficiencia del aparato estatal, en parte gracias a los precios elevados de las materias primas, que fueron aún mejores durante el primer gobierno de Santos. El despilfarro increíble en recursos para las clientelas y los empleados estatales redujo de por sí el desempleo y favoreció la prosperidad de muchos sectores.
También la presión de la propaganda influye mucho porque una sociedad sin referentes morales ni intelectuales claros termina identificándose con quien le ordenen. Encender la televisión o la radio es encontrarse con la propaganda unánime a favor del gobierno y sus aliados terroristas, con todos los recursos imaginables, como la explotación sistemática de los rostros de la farándula. Pero no hay que confundirse con eso, la propaganda puede engañar sólo hasta cierto punto. El motivo por el que la "paz" tiene tan poca resistencia es la adhesión unánime de las clases poderosas al régimen. Y esa adhesión tiene que ver con la organización jerárquica tradicional del país: las bandas terroristas defienden las rentas de los profesores universitarios y el gasto en las carreras de los estudiantes porque esos grupos privilegiados siempre han dispuesto de todos los recursos sin producir nada. Más que un proyecto "revolucionario", las guerrillas son guardianas del orden social e intentan impedir que de ninguna manera se afiancen las estructuras y valores propios de la democracia liberal. Los universitarios pueden llenarse la boca de anhelos de "justicia social", pero todo el que los conoce sabe que tienen ingresos fabulosos en comparación con los del resto de la población, y lo que "producen" es sólo violencia para favorecer sus intereses.
Las mayorías excluidas seguramente anhelan vivir mejor y hasta una sociedad cabalmente democrática (que es aquella en la que mandan los votos de los ciudadanos y no las imposiciones de minorías organizadas reforzadas por asesinatos y actos de terror), pero lo más frecuente es que cada uno sueñe con integrarse en las clases superiores, para lo cual se ofrece alguna posibilidad siempre y cuando las personas aptas sean capaces de aprobar los exámenes en los que se evalúa su pertenencia al grupo ideológico dominante. Obviamente son poquísimas las personas de "origen humilde" que acceden a rentas comparables a las de gente como Molano, Kalmanovitz, Hommes, Mockus, Springer o Claudia López (los sueldos de los congresistas y el volumen de los contratos de la paz ya dejan claro quién es quién), pero cualquiera que salga "doctor" recibe la adhesión de su familia y se vuelve un activo defensor de ese orden que le provee ventajas, y en la medida de su militancia "revolucionaria" puede tener ingresos muy superiores a los de la mayoría.
Pero además las mayorías excluidas están acostumbradas a la dominación, e implantar la democracia liberal no es como recuperar algo que existió alguna vez: no hay un terreno apropiado para eso, cosa por lo demás común a toda Hispanoamérica (sin excluir a España). Si se hurgara en la conciencia de un colombiano "del pueblo" se encontraría toda la ideología socialista de las FARC, aunque sin el recitativo marxista. El orgullo con que Germán Vargas Lleras habla de las casas gratis es muestra de que ese peculado es imperceptible para todos los colombianos, que no pueden ver que el dinero de esas casas es el que les quitan a ellos por muy diversos medios y que las casas terminarán en manos de los clientes del ministro. Tal vez piensen lo mismo de lo que le pagan a Mockus por una campaña "por la vida" que no es condena a los que han matado a más de doscientos mil colombianos sino legitimación de sus actos; o de lo que obtienen los Galán por contratos consistentes, cuando no en rentas que pueden guardar tranquilamente en sus cuentas corrientes, en la promoción de sus intereses. Y no se debe pensar que ese socialismo "espontáneo" de la población es sólo producto del adoctrinamiento en las escuelas y a través de los medios de comunicación. En realidad, está en la conciencia tradicional, que siempre ha legitimado la envidia y promovido el culto del fracaso.
Lo que determina no obstante la pasividad de la gente, pues a pesar de todo lo anterior hubo resistencia contra el Caguán y rechazo enérgico a las FARC durante los gobiernos de Uribe, es la ausencia de oposición, y más aún la ausencia de respeto a la ley y a los valores democráticos. Cuando Uribe contaba con el apoyo de las mayorías no vaciló en intentar quedarse otro periodo pese a que no quiso alterar el orden impuesto en 1991: ¿qué importa que la Constitución aliente a matar gente para abolirla y admita delitos que restan penas de los demás delitos? Todo lo que importaba era quedarse en los cargos, sin afectar al orden de partidos existente (Cambio Radical y el PSUN son sólo variantes del viejo "liberalismo" por políticos formados en ese "partido") ni crear medios de prensa distinto (estaban felices de llegar a columnistas de los medios del clan de los amos del país). Todos los congresistas elegidos por los partidos uribistas apoyaron a Santos, que cambió totalmente la orientación del gobierno pese a sus promesas.
Y como la sociedad adolece de esa ausencia de "músculo moral", ese golpe de Estado no tuvo rechazo por parte de los perdedores. Óscar Iván Zuluaga hizo toda clase de elogios al gobierno cuando cumplía un año y no porque fuera tan ingenuo sino porque recibía algún tipo de favor de Santos. Lo mismo ocurrió en las elecciones de ese año, en que Uribe hacía campaña con Luis Eduardo Garzón y Armando Benedetti, por no hablar del hijo de Roy Barreras. No pretendía presentarle una oposición a Santos sino demostrar que era él quien ponía los votos, cosa que no resultó cierta, porque la "mermelada" podía más. Ni siquiera hubo el más vago gesto por parte de Uribe y su séquito de denunciar la maquinación del gobierno para hacer elegir a Petro (dispersando el voto de rechazo a los comunistas con candidaturas sospechosamente financiadas).
Respecto a la "paz", la reacción ha sido la misma: entusiasmo de casi todos los líderes del uribismo y "crítica constructiva" por parte de Uribe, juego que sigue hasta la fecha ya que el mecanismo del atraco le resulta muy rentable al gobierno (nadie va a destacarse cono actor minoritario contra el terrorismo porque arriesga la vida, y el conjunto de la sociedad "interioriza" de esa forma el miedo) y la supuesta oposición carece de principios y fines, más allá de las rentas, puestos y negocios de sus jefes.
Luego, los colombianos no reaccionan ante la creciente infamia del gobierno porque carecen de la menor sombra de liderazgo, porque los valores de la democracia liberal son extraños al país y porque las clientelas del terrorismo sólo ven reforzada una dominación que siempre han ejercido. ¿Cambiará eso alguna vez? La tendencia es a la imposición de una tiranía criminal mucho peor que la que ya impera. La resistencia está en clara desventaja y seguirá por mucho tiempo detrás de Uribe y su séquito confuso, muchos de cuyos miembros se muestran encantados de ser senadores y discutir con los terroristas en las tertulias de Semana. La salida para muchos será emigrar, cosa que podría empezar a observarse tal vez este mismo año con la crisis económica y la fuga de las inversiones, a medida que las FARC implantan su régimen.
Los colombianos pagarán carísima su pasividad de estos años. Que nadie crea que por ponerse del lado de Uribe es menos pasivo, no hay día en que el expresidente no muestre su apoyo a la "paz" (con sus propuestas de mejora, claro está).
(Publicado en el blog País Bizarro el 13 de febrero de 2015.)
Conviene recordar que los beneficiarios del llamado "carrusel de la paz" son personas que se distinguen por favorecer a los terroristas, como Alfredo Molano, un personaje que comparaba a Tirofijo con Bolívar y aplaudía a las FARC por la masacre de 30 soldados en Vigía del Fuerte (en tiempos del Caguán). O Mockus, cuya labor de propagandista del terrorismo ya hemos comentado antes en este blog (1 - 2). Pero Molano ya formaba parte de la comisión histórica nombrada para legitimar a los terroristas, con una remuneración que un colombiano humilde no obtendría en toda una vida de duro trabajo. Se comprueba un medio típico (la universidad es al fin eso mismo) de uso de la violencia: los asesinatos generan miedo y gracias a eso nadie se resiste al peculado sistemático (del que forman parte proezas como el contrato de la Fiscalía con Natalia Springer y muchísimos otros desfalcos semejantes).
Ese aspecto de la paz como plan para el robo en gran escala se manifiesta hace tiempo. El exministro Rudolf Hommes presentó en alguna ocasión un cálculo de lo que habría que gastar para obtener la paz, en el anterior periodo de Santos se aprobó la ley de víctimas, con previsiones de gasto equivalentes a un millón de pesos de entonces por cada colombiano, y la espeluznante Claudia López decía en la pasada campaña electoral que lo que exigía la paz era ante todo tributación (eso mismo dice en sus textos Salomón Kalmanovitz, que encuentra insuficientes los recursos del Estado, para gastar en educación, claro).
Para eso mandan matar y quieren obtenerlo sin una victoria sobre el ejército, al que ahora cooptan a partir del alto mando, pero ése no es el tema de este post.
Uno de los factores decisivos para que se produzca ese milagro del conformismo con una infamia infinita es la relativa prosperidad que alcanzó el país después de los dos gobiernos de Uribe, en parte gracias al aumento de la seguridad y de la eficiencia del aparato estatal, en parte gracias a los precios elevados de las materias primas, que fueron aún mejores durante el primer gobierno de Santos. El despilfarro increíble en recursos para las clientelas y los empleados estatales redujo de por sí el desempleo y favoreció la prosperidad de muchos sectores.
También la presión de la propaganda influye mucho porque una sociedad sin referentes morales ni intelectuales claros termina identificándose con quien le ordenen. Encender la televisión o la radio es encontrarse con la propaganda unánime a favor del gobierno y sus aliados terroristas, con todos los recursos imaginables, como la explotación sistemática de los rostros de la farándula. Pero no hay que confundirse con eso, la propaganda puede engañar sólo hasta cierto punto. El motivo por el que la "paz" tiene tan poca resistencia es la adhesión unánime de las clases poderosas al régimen. Y esa adhesión tiene que ver con la organización jerárquica tradicional del país: las bandas terroristas defienden las rentas de los profesores universitarios y el gasto en las carreras de los estudiantes porque esos grupos privilegiados siempre han dispuesto de todos los recursos sin producir nada. Más que un proyecto "revolucionario", las guerrillas son guardianas del orden social e intentan impedir que de ninguna manera se afiancen las estructuras y valores propios de la democracia liberal. Los universitarios pueden llenarse la boca de anhelos de "justicia social", pero todo el que los conoce sabe que tienen ingresos fabulosos en comparación con los del resto de la población, y lo que "producen" es sólo violencia para favorecer sus intereses.
Las mayorías excluidas seguramente anhelan vivir mejor y hasta una sociedad cabalmente democrática (que es aquella en la que mandan los votos de los ciudadanos y no las imposiciones de minorías organizadas reforzadas por asesinatos y actos de terror), pero lo más frecuente es que cada uno sueñe con integrarse en las clases superiores, para lo cual se ofrece alguna posibilidad siempre y cuando las personas aptas sean capaces de aprobar los exámenes en los que se evalúa su pertenencia al grupo ideológico dominante. Obviamente son poquísimas las personas de "origen humilde" que acceden a rentas comparables a las de gente como Molano, Kalmanovitz, Hommes, Mockus, Springer o Claudia López (los sueldos de los congresistas y el volumen de los contratos de la paz ya dejan claro quién es quién), pero cualquiera que salga "doctor" recibe la adhesión de su familia y se vuelve un activo defensor de ese orden que le provee ventajas, y en la medida de su militancia "revolucionaria" puede tener ingresos muy superiores a los de la mayoría.
Pero además las mayorías excluidas están acostumbradas a la dominación, e implantar la democracia liberal no es como recuperar algo que existió alguna vez: no hay un terreno apropiado para eso, cosa por lo demás común a toda Hispanoamérica (sin excluir a España). Si se hurgara en la conciencia de un colombiano "del pueblo" se encontraría toda la ideología socialista de las FARC, aunque sin el recitativo marxista. El orgullo con que Germán Vargas Lleras habla de las casas gratis es muestra de que ese peculado es imperceptible para todos los colombianos, que no pueden ver que el dinero de esas casas es el que les quitan a ellos por muy diversos medios y que las casas terminarán en manos de los clientes del ministro. Tal vez piensen lo mismo de lo que le pagan a Mockus por una campaña "por la vida" que no es condena a los que han matado a más de doscientos mil colombianos sino legitimación de sus actos; o de lo que obtienen los Galán por contratos consistentes, cuando no en rentas que pueden guardar tranquilamente en sus cuentas corrientes, en la promoción de sus intereses. Y no se debe pensar que ese socialismo "espontáneo" de la población es sólo producto del adoctrinamiento en las escuelas y a través de los medios de comunicación. En realidad, está en la conciencia tradicional, que siempre ha legitimado la envidia y promovido el culto del fracaso.
Lo que determina no obstante la pasividad de la gente, pues a pesar de todo lo anterior hubo resistencia contra el Caguán y rechazo enérgico a las FARC durante los gobiernos de Uribe, es la ausencia de oposición, y más aún la ausencia de respeto a la ley y a los valores democráticos. Cuando Uribe contaba con el apoyo de las mayorías no vaciló en intentar quedarse otro periodo pese a que no quiso alterar el orden impuesto en 1991: ¿qué importa que la Constitución aliente a matar gente para abolirla y admita delitos que restan penas de los demás delitos? Todo lo que importaba era quedarse en los cargos, sin afectar al orden de partidos existente (Cambio Radical y el PSUN son sólo variantes del viejo "liberalismo" por políticos formados en ese "partido") ni crear medios de prensa distinto (estaban felices de llegar a columnistas de los medios del clan de los amos del país). Todos los congresistas elegidos por los partidos uribistas apoyaron a Santos, que cambió totalmente la orientación del gobierno pese a sus promesas.
Y como la sociedad adolece de esa ausencia de "músculo moral", ese golpe de Estado no tuvo rechazo por parte de los perdedores. Óscar Iván Zuluaga hizo toda clase de elogios al gobierno cuando cumplía un año y no porque fuera tan ingenuo sino porque recibía algún tipo de favor de Santos. Lo mismo ocurrió en las elecciones de ese año, en que Uribe hacía campaña con Luis Eduardo Garzón y Armando Benedetti, por no hablar del hijo de Roy Barreras. No pretendía presentarle una oposición a Santos sino demostrar que era él quien ponía los votos, cosa que no resultó cierta, porque la "mermelada" podía más. Ni siquiera hubo el más vago gesto por parte de Uribe y su séquito de denunciar la maquinación del gobierno para hacer elegir a Petro (dispersando el voto de rechazo a los comunistas con candidaturas sospechosamente financiadas).
Respecto a la "paz", la reacción ha sido la misma: entusiasmo de casi todos los líderes del uribismo y "crítica constructiva" por parte de Uribe, juego que sigue hasta la fecha ya que el mecanismo del atraco le resulta muy rentable al gobierno (nadie va a destacarse cono actor minoritario contra el terrorismo porque arriesga la vida, y el conjunto de la sociedad "interioriza" de esa forma el miedo) y la supuesta oposición carece de principios y fines, más allá de las rentas, puestos y negocios de sus jefes.
Luego, los colombianos no reaccionan ante la creciente infamia del gobierno porque carecen de la menor sombra de liderazgo, porque los valores de la democracia liberal son extraños al país y porque las clientelas del terrorismo sólo ven reforzada una dominación que siempre han ejercido. ¿Cambiará eso alguna vez? La tendencia es a la imposición de una tiranía criminal mucho peor que la que ya impera. La resistencia está en clara desventaja y seguirá por mucho tiempo detrás de Uribe y su séquito confuso, muchos de cuyos miembros se muestran encantados de ser senadores y discutir con los terroristas en las tertulias de Semana. La salida para muchos será emigrar, cosa que podría empezar a observarse tal vez este mismo año con la crisis económica y la fuga de las inversiones, a medida que las FARC implantan su régimen.
Los colombianos pagarán carísima su pasividad de estos años. Que nadie crea que por ponerse del lado de Uribe es menos pasivo, no hay día en que el expresidente no muestre su apoyo a la "paz" (con sus propuestas de mejora, claro está).
(Publicado en el blog País Bizarro el 13 de febrero de 2015.)