Se me ocurrió promover en Twitter el lema #PónganleUnNombreDePersona y el asunto no interesó a nadie. Es un indicador de la actitud de los colombianos ante ese fenómeno curioso de los nombres absurdos. Se podría decir que cuanto más absurdos son los nombres que la gente humilde les pone a sus hijos mejor se cotiza el que fue bendecido por unos padres muy informados que le pusieron Tadeo o Tobías: en el infierno de servilismo y enanismo moral que es Colombia, ese privilegio sacia muchas vanidades.
El caso es que los colombianos más amados por sus compatriotas se llaman Radamel Falcao, Nairo y James. Los dos primeros son meras adiciones de sílabas con alguna sonoridad que recuerda un nombre, el tercero es la versión inglesa de las traducciones del hebreo Jacob (o Yákob) que en español dan Jaime, Diego, Santiago, Yago y Jacobo. Al alejarse de la pronunciación inglesa, simplemente es otra suma de sílabas, que se escribe igual que "yeims".
En los demás países la gente oye esos nombres con una mezcla de lástima y risa. Mientras que prácticamente todos los colombianos valoran más que nada los éxitos de sus héroes, no parece haber ninguno que se quiera dar cuenta de que cuanto más suenen esos nombres más lamentables y dignos de pesar resultan todos los colombianos.
¿Quién ha dicho que los nombres pueden ser simples sumas de sílabas? No sólo los nombres propios sino todas las palabras tienen un origen y se usan por convención. Si alguien en cualquier parte empieza a llamar a una cosa o a una acción con un término caprichoso todo el mundo lo mira como si se hubiera vuelto loco o como si usara un término de otra lengua. Sólo en el terreno de las marcas comerciales es posible buscar términos vacíos pero eufónicos para nombrar algo, pero ése no es el lenguaje común.
Lo que merece atención es que eso no ocurre ni ha ocurrido fuera de Iberoamérica. Según el predominio de un grupo cultural o de una religión se usan los nombres que corresponden, pero esos nombres no son ocurrencias sino que en su origen significaron algo y después iban ligados a la fama de quienes los usaban.
¿Qué significa pues ese salto en la tradición que lleva a disociar el nombre de los nuevos iberoamericanos de las tradiciones? ¿Qué significa espiritualmente esa disposición de la gente a inventarse nombres a partir de sumas de sílabas? Es algo en lo que a nadie le interesa pensar: los colombianos que ponen esos nombres a sus hijos no son muy propensos a dar explicaciones y los demás están felices de mirar con condescendencia a gente que no ha tenido la suerte de disfrutar de una buena educación.
En el plano más superficial se podría encontrar que esa disposición corresponde al anhelo de estar a la moda, de borrar el rastro de las generaciones anteriores, a las que se menosprecia por su rusticidad y pobreza, de parecer estadounidenses o de ser "originales", pero ¿cómo es que eso no ocurre ni ha ocurrido en el resto del mundo?
Cuando los niños no reciben nombres de personas sino adiciones de sílabas no sólo crecen desarraigados de sus antepasados miserables sino también de la humanización, que es en esencia un proceso inverso a esa rebelión: es el continuo perfeccionamiento de las formas de vida a partir de la asimilación de las costumbres y estilos de una minoría adelantada. ¿O habrá quien crea que todo el mundo empezó a hablar o a escribir al mismo tiempo?
Y ese fenómeno es contemporáneo a la fiebre revolucionaria que comenzó con el triunfo de Fidel Castro en Cuba en 1959: no existe una interpretación reconocida del origen de esa rebelión. En mi opinión, como ya lo expliqué en un post reciente, se trata de la resistencia del orden jerárquico de castas tradicional a la asimilación al modelo estadounidense: para atraer a la tropa se la imbuye de una ideología según la cual las dificultades o la miseria son resultado de una conjura de los ricos y poderosos. En buena medida el discurso ya había sido usado por los sacerdotes católicos, que a fin de cuenta son la reserva espiritual del viejo orden.
La proliferación de la delincuencia y el tráfico de drogas en Hispanoamérica es un fruto típico de esa ideología, cuyo exponente más característico es Antonio Caballero (la industria misma de la cocaína tiene también su centro en el régimen cubano). Si una persona padece carencias, eso es culpa de las demás y se justifica que las robe. ¿No fallaron antes los inventores del automóvil en proveerle a uno el que merecería tener? ¿Por qué va uno a responderle amablemente a un mundo que prefiere a otros?
Ese sentimiento de agravio es casi la principal seña de identidad del iberoamericano y algo que me ha llamado la atención hace mucho tiempo: ¿cómo es que no están descontentos de sí mismos? No cabe duda de que detrás está la omnipresente superstición creacionista, que de por sí impide entender el proceso de humanización: nadie parece darse cuenta de que los iberoamericanos no han inventado nada ni aportan nada a la comunidad humana, como no sean crímenes y atrocidades morales y estéticas.
Bueno: del agravio surge la rebelión y ese estado de ánimo en el que nada se considera respetable, ni las propiedades ajenas ni las nalgas de las muchachas que pasan ni las normas de urbanidad. Tampoco los nombres de las personas: a cada uno le parece que su capricho debe ser ley y lo único que tolera es la violencia que lo puede afectar.
De ese modo, un régimen como el cubano imbuye en sus ciudadanos la sumisión absoluta (so pena de ir a dar a un campo de concentración), pero fuera de aquello que está reglamentado y afecta al interés de la casta dominante, reina un desorden tremendo por la falta de modelos y normas con los que la gente se identifique. Sin duda que la revolución multiplicó el alcoholismo (como ya ocurrió antes en Rusia), pero también los incestos y los abusos de todo tipo en ámbitos íntimos.
También en los nombres: puede que el uso de nombres "originales" fuera incluso estimulado como parte del "ateísmo" oficial, el caso es que desde los años sesenta millones de cubanos empezaron a tener nombres como Yohandry, Yusnaby, etc. Fue donde primero ocurrió eso que después se convirtió en norma en la región, más cuanto más esté cerca un país del molde colonial (Cuba se independizó en 1898) y por tanto lejos de la asimilación al mundo moderno (seguro que es más raro en México).
La tragedia que eso significa para los hispanoamericanos es incomunicable, más aún para los colombianos, que no entienden que quien contrata a un sicario es el asesino y que quienes llaman "paz" al reconocimiento de los crímenes sólo los legitiman y alientan. Dentro de cada país esa "moda" contribuye a mantener la jerarquía, en el plano íntimo, la persona que tiene un nombre absurdo vive avergonzada de sí misma, salvo que su nivel cultural sea tan bajo que no se dé cuenta, pero en todos los casos su existencia resulta menos humana, pues ese adjetivo no sirve para aludir a una especie sino al proceso de humanización.
(Publicado en el blog País Bizarro el 10 de septiembre de 2014.)
(Publicado en el blog País Bizarro el 10 de septiembre de 2014.)