lunes, junio 11, 2012

Intimidación de lujo

Colombia es diáfana, pero no para los colombianos, y eso sin duda por un afán secreto de engañarse que merecería atención de algún antropólogo o, mejor, de algún psiquiatra. Por ejemplo, la relación de las bandas terroristas con los grupos universitarios conocidos como "la izquierda" es manifiesta y directa. El Polo "Democrático" o los progresistas jamás han pedido a las bandas terroristas que desistan, sino que cobran sus crímenes exigiendo que se los premie con engaños que parecen concebidos para manipular a niños de cuatro años. ¿O qué es lo que hacen? Sencillamente hay una parte considerable de la sociedad, la que se lucra del Estado, que saca provecho de esos crímenes y los justifica y alienta. Ya sé que es algo que he repetido cientos de veces, pero casi todo el mundo en Colombia obra como si fuera de otra manera.

Otro ejemplo, la relación de los medios de la familia del presidente Santos con las organizaciones terroristas. En esta entrada de Atrabilioso enlacé numerosos documentos que muestran que el hermano mayor del presidente fue uno de los organizadores del M-19 y sin duda estuvo detrás de muchas de sus acciones, por mucho que ahora intente tapar su vinculación a la secta terrorista. Lo mismo se puede decir de la actuación de dicho prócer durante los años del Caguán. ¿Alguien podría explicar que todos los días la prensa diera por sentado que había que permitir a los terroristas reclutar niños en la zona de despeje y emplearla para atacar al resto del país?

Mi explicación de esa ceguera es ésta: el aislamiento hizo que en el centro de Colombia se mantuviera el espíritu de la Contrarreforma, con su terror, sumado a la esclavitud que impusieron los conquistadores. Eso explica el miedo a pensar, la humildad abyecta de la gente pobre, el resentimiento infinito de los que se atreven a renunciar a esa humildad, la tolerancia ante la crueldad o la trampa, el desprecio de las leyes, el servilismo repulsivo de las clases acomodadas ante los poderosos y la doblez general. De ahí que esas realidades obvias, como que los asesinos Petro o León Valencia nunca se han arrepentido de sus asesinatos y secuestros, o que cuentan con protección de gente muy bien relacionada en los medios oligárquicos, sean casi invisibles para los colombianos, o aun tolerables.

Pensando en la familia del presidente, no sólo su hermano mayor dirigía El Tiempo en los años del Caguán, presionando para la negociación mientras que los terroristas se adueñaban del país, con una responsabilidad aún mayor que la de Pastrana en todos esos crímenes, ya que el presidente era sólo un socio de los terroristas (lo ha demostrado con sus recientes declaraciones en Venezuela), mientras que Santos Calderón era uno de sus jefes (ver referencias a la "Alternativa de combate" en el texto enlazado arriba), también su sobrino es el director de la revista Semana, cuyos columnistas principales son casi unánimemente partidarios de los terroristas o en todo caso empleados de ellos en la tarea de la calumnia o el chiste soez contra Uribe y los militares.

Pero es aún más: los demás medios ligados a esa revista contribuyen a la misma tarea. Es el caso de la revista Arcadia, de la que quiero reseñar un editorial muy llamativo, muy diciente.
El prejuicio

La definición del vocablo prejuicio del DRAE dice así: “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, de algo que se conoce mal”. Y prejuicio es lo que parece dejarse traslucir en las opiniones tenaces y desfavorables que han emitido, a una semana de su posesión, contra el nuevo alcalde de Bogotá desde sus columnas en El Espectador dos reconocidos intelectuales colombianos: Andrés Hoyos, propietario de la revista literaria El malpensante, y Héctor Abad Faciolince, uno de los escritores más apreciados del país.
La elección en octubre del año pasado de un ex guerrillero, que dejó voluntariamente las armas, en el segundo cargo político más importante de Colombia, un país empalado en la violencia ejercida por grupos ilegales armados y por el narcotráfico, fue una noticia que le dio la vuelta al mundo. Con la BBC y CNN a la cabeza, los más importantes medios de Occidente citaron las declaraciones de Petro tras la victoria —“Bogotá ha elegido a un hijo del proceso de paz de 1989 y demuestra con ello que la reconciliación es posible”— y reportaron normalidad en la comicios.
A ver, ¿cómo que Petro dejó voluntariamente las armas? Lo hizo después de que sus asesinatos y secuestros le aseguraran poder y rentas gracias a su alianza con los políticos de entonces. Pero ¿es que el que contrata a un sicario no es un asesino? ¿O es que Petro no ha estado desde entonces cobrando los crímenes de las FARC? ¿O cómo se entiende que en lugar de colaborar para impedir los crímenes de esa banda intenten destruir al gobierno que la combate y forzar una negociación que sencillamente ampliaría el poder de Petro y le dejaría otros aliados cobrando las masacres? ¿Habrá quien no quiera ver que tras el proceso de 1989 y la Constitución de 1991 la actividad de las FARC y el ELN se multiplicó? Es lógico: el Foro de Sao Paulo, al que pertenecían el PCC, el M-19 y las mencionadas bandas FARC y ELN, tenía ya cooptado una parte del Estado, sólo unos cuantos años de masacres le aseguraría el poder. Con el gobierno de Santos parece que lo han consumado.
Petro ha demostrado en pocos días una indudable inteligencia política. Tras un poco menos de dos años en los cuales la agenda mediática ha sido manejada con habilidad casi exclusivamente por el presidente Juan Manuel Santos, en menos de dos semanas el nuevo alcalde ha puesto sobre la mesa dos propuestas de trascendencia: la prohibición de porte de armas, y un rechazo al apoyo institucional a las corridas de toros. Ambas decisiones tienen un poderoso peso simbólico, dado el pasado armado del alcalde. Y lograron poner al país mediático —hoy mucho más democrático con la obligada inclusión de twitter y facebook— a debatir, dándoles a los ciudadanos un respiro a la agenda impuesta desde el palacio de Nariño. Eso forma parte del arte de gobernar.
Ahora resulta que como ya no mata directamente el prócer tiene derecho a desarmar a los ciudadanos para entregarle el monopolio de la fuerza a la milicia que piensa formar y que anunció claramente en la campaña electoral. Qué buena noticia es que un asesino amigo personal de Hugo Chávez quiera desarmar a la gente!
Por supuesto, en un país en el que ser de derecha es algo tan natural que ni se admite ni se reconoce, las críticas y temor ante una auténtica alcaldía de izquierda no se han hecho esperar. Se ha llegado al extremo de decir que es peligroso que a Petro le vaya bien porque eso lo convertiría en un fuerte contendor a la presidencia. Y ahora que ha nombrado un gabinete de lujo, en un país en el cual el ejercicio de la política se ha sumido en un aterrador desprestigio por culpa de la corrupción, se acusa a ese gabinete de falta de experiencia política. Nunca se oyó decir algo semejante cuando ganó la alcaldía el profesor de matemáticas Sergio Fajardo, a quien tanto admira Abad Faciolince. Es más, cuando los elegidos para cargos públicos provienen de la universidad privada, Los Andes más exactamente, se les suele denominar “tecnócratas” con satisfacción. Pero cuando vienen de la pública, de la Universidad Nacional en este caso, resulta que son “académicos” y por lo tanto inexpertos.
En Colombia oponerse al secuestro y al asesinato en masa se llama "ser de derecha". No hablemos de criticar a las bandas de asesinos como tropa al servicio de la oligarquía dueña de Arcadia y cuanta válvula busque el patético esnobismo local.
En su columna “Adios a las armas”, Abad Faciolince admite las bondades de la medida propuesta por el alcalde de prohibir el porte de armas, pero se va lanza en ristre contra Petro por haberla propuesto porque, según el columnista, no le compete: “el abandono de las armas, que es urgente y sería una medida pacificadora de toda la sociedad, que disminuiría nuestros vergonzosos índices de violencia, no puede venir de la iniciativa de un alcalde egocéntrico”. El hecho de que el Ejército haya aceptado la propuesta del alcalde indica que sí podía. Porque en política, los discursos, las palabras, esas mismas palabras que desde las humanidades defendemos tanto, son fundamentales y es a través de ellas que se ejerce el liderazgo político. Ellas propician la acción. (A Obama le dieron el Nobel de la Paz en reconocimiento a la importancia de las palabras.) El que sea el Ejército que firme un papel es un asunto secundario. ¿Y por qué egocéntrico? La gratuidad del insulto pone en evidencia la antipatía que le produce el alcalde, justo cuando la medida que ha tomado es la antítesis del egocentrismo: nada menos que buscar mecanismos para evitar que ciudadanos mueran asesinados.
Abad Faciolince es un sicario moral cuya carrera se debe a la explotación de su condición de mártir heredero. Su aversión a Petro viene de que lo acusa de haber incomodado a su amigo Carlos Gaviria, un jurista próximo a las FARC tan siniestro como el asesino Petro, o como la espeluznante editorialista, ¡capaz de decir que desarmar a los ciudadanos para que los maten como en Venezuela es ¡EVITAR QUE MUERAN ASESINADOS! En un lugar menos degradado moralmente una persona tan cínica sería acusada de asesinato: ¿o es que la indefensión de los ciudadanos que obran dentro de la ley no va a facilitarles el trabajo a los que portan armas ilegales? Es obvio, pero ¿acaso alguna vez han negado que quieren que Colombia tome el rumbo de Venezuela?
La columna “Petrópolis” de Andrés Hoyos es aún más sorprendente: le achaca su triunfo a una derecha dividida, y concluye que su gobernabilidad es muy débil y que no tiene por lo tanto derecho a hacer cambios profundos. “La ciudadanía lo que le dijo a Petro fue: arregle el caos, gobierne con ponderación y haga cambios modestos, mientras que él parece pensar que le extendieron una patente de corso para dar saltos mortales”. Cuando en el tercer país más desigual del mundo estamos ante una oportunidad de oro para equilibrar la balanza de la justicia social, Hoyos le dice a Petro que cuidado va y hace algo revolucionario. Que por favor acabe con los trancones y que con eso quedamos contentos. Pero el alcalde sí debe hacer cosas revolucionarias: él sí conoce las explanadas de miseria y pobreza que abrazan el sur de una ciudad injusta y triste, una ciudad de niños que pasan hambre, que tienen una educación deplorable, en la que la condena de la desigualdad se dicta desde la cuna.
Al lado del cinismo de esta asquerosa los terroristas que masacraron a varias decenas de colombianos estos días son casi gente decente. ¿por qué es Colombia el tercer país más desigual del mundo? Pues gracias a la gente "de izquierda", completamente parasitaria y hecha a cobrar el sueldo de decenas de personas por gritar e intrigar, a pensionarse a veces a los cuarenta años y a disfrutar de infinitas gabelas. ¿Qué sentirá un personaje así y los lectores? Pero ¿cómo es que la educación es deplorable? Claro, es sólo recitación de la burda demagogia del alcalde asesino y de la gentuza que lo promueve desde la prensa. ¿O alguien ha olvidado que la educación está en manos de un sindicato ligado a las FARC? ¿O la presencia de la ex presidenta de Fecode en los computadores de Raúl Reyes se debe olvidar? Claro que la condena de la desigualdad se dicta desde la cuna porque favorece a los dueños de Arcadia, que impidieron toda competencia encargando miles de secuestros.
Este editorial quiere invitar a estos dos importantes intelectuales a abandonar el prejuicio y a darle al nuevo alcalde de los bogotanos la oportunidad histórica que se merecen tanto él como la ciudad. Gustavo Petro ha llegado al poder por vía democrática tras una brillante carrera en el Congreso. No está de más recordar que él —al igual que Navarro Wolff—, dejó las armas tras un pacto con el establecimiento para luchar por sus ideales en la arena política, y ambos han cumplido su palabra a rajatabla —tanto que las Farc los desprecian—, a pesar del posterior asesinato de su líder, el carismático Carlos Pizarro. La historia, en este caso, nos da unos elementos contundentes para una reflexión más tolerante, más sosegada y más profunda.
¿El asesinato es una vía democrática? ¿O es que en 1991 no llegaron al poder? Si es por la elección como alcalde de Bogotá, es indudable que su ascenso es la obra de Santos y su interés en premiarse con el pretexto de las FARC.

Pero la frase que he puesto en negrita es particularmente diciente: no es que una banda de asesinos resulte premiada por corresponder a los intereses de una oligarquía corrupta, sino que tuvieron el noble gesto de no matarnos y secuestrarnos.

La legitimación de los crímenes monstruosos de esos canallas está dada por sentada, pero además hay una clara amenaza: ¡que no vaya a ser que se molesten y desistan de seguir por las buenas! En un país decente esa editorialista estaría procesada, pero en Colombia quienes procesan son los mismos criminales, como ella misma.
Somos muchos quienes pensamos que es una gran noticia el hecho de que un hombre que dejó las armas voluntariamente llegue al poder por la vía democrática. Por ahora, es necesario dar un compás de espera al nuevo alcalde. Que sea su gestión la que diga si ha contribuido, aunque sea en parte, a saldar la enorme deuda histórica con la justicia social.
Una gran noticia que un asesino gane las elecciones a pesar de que no obtuvo el voto de más del 15% de los ciudadanos que podrían elegir, y eso gracias a la maquinaria clientelista del samperismo y a la que construyeron los terroristas del Polo Democrático en sus ocho años de destruir la ciudad. En lugar de pagar por sus crímenes, resulta que les salimos a deber.

Más repugnante aún es la rutina de la "deuda histórica con la justicia social". ¿Cuántas veces hay que explicar que los grupos parasitarios que descienden directamente de los encomenderos son los que se lo reparten todo y condenan a la miseria a la mayoría? Basta con pensar en los ingresos de los lectores de esa revista y en su productividad y comparar esos datos con los de las clases acomodadas de un país civilizado. No producen nada, viven del Estado o de negocios relacionados con él, cobran varias decenas de veces el ingreso promedio y ni siquiera pagan impuestos. Esa retórica es exactamente la condición para que en un país haya bandas al servicio de gente así matando y secuestrando. Esos benefactores de la humanidad son los verdaderos asesinos, y los niños que ponen bombas son sólo su servicio doméstico armado.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 3 de febrero de 2012.)