lunes, abril 18, 2011

Apocalípticos e integrados ante la crueldad de la niña del invierno

Parodio el título de un libro famoso de Umberto Eco porque los dos adjetivos iniciales corresponden a la disposición de los grandes pensadores del país, que recientemente han polemizado sobre las causas e interpretaciones de la catástrofe ambiental. Aunque son varios escritos, y dado que mucha gente se resiste a leerme por escribir textos muy largos, me limitaré a uno que pretende resumir la discusión, y que debemos al que es tal vez el escritor más reconocido después del ganador del Nobel. Ya son dos maravillas, o un mundo maravilloso con varias facetas: el de la cultura colombiana y el de su conspicuo intérprete.

Aclarando un poco más el título, debo mencionar el fastidio que me produce esa variación del término "invierno" en la América tropical, con el que se alude a la abundancia de lluvias; en el Mediterráneo español es más o menos "época en que no llueve". Dentro de poco llamarán "nieve" al barro que se produce por el "invierno".

Copio las partes interesantes:
Naturaleza: crimen y castigo
Por: Héctor Abad Faciolince
En las últimas semanas, mirándose de reojo y con cara de pocos amigos, ha habido en El Espectador una polémica interesante entre dos valiosos intelectuales colombianos: Alejandro Gaviria y William Ospina.

Otros articulistas han metido baza en el asunto, pero me limitaré a Ospina y Gaviria (la llama y el hielo) porque sus posiciones representan los dos extremos opuestos, y se prestan fácilmente para hacer una caricatura de sus actitudes antagónicas. Si los caricaturizo no es para simplificar sus ideas ni para burlarme de sus posiciones, sino para que se entienda más claramente el debate.

La discrepancia empieza desde el mismo estilo, es decir, desde la estrategia retórica de cada uno. Ospina, poeta, usa las armas emotivas del sermón lírico y apela más a la emoción que a la razón; lo típico, en su alegato, es la anáfora (repetir las mismas palabras al principio de cada frase). Gaviria, técnico, experto economista, usa el helado bisturí del conocimiento científico; su figura retórica predilecta es el sarcasmo: muerde a los místicos y a los supersticiosos que ven motivos mágicos y metafísicos donde lo que hay es la acción brutal de la naturaleza.
Realmente no hay ningún misterio interesante en la catástrofe ambiental sino en la clase de cosas que son normales para los colombianos. Sólo en Colombia "poeta" es alguien que usa las armas emotivas del sermón lírico y apela más a la emoción que a la razón y es dado a usar la anáfora. Pues ni Jorge Luis Borges ni Pablo Neruda ni Octavio Paz ni Antonio Machado ni Miguel Hernández, ni siquiera García Lorca, caben en esa descripción de los poetas. Tanto las anáforas como el sermón lírico son rasgos de los oráculos de comunidades primitivas, de los curas de pueblo, de los oradores de la Universidad Nacional y de los demagogos tradicionales en época electoral. Cada vez que se habla de las "dos culturas", como hacía el propio Alejandro Gaviria hace unos años, se da por sentado que los poetas no respetan la razón ni los números ni el sentido común, cosa que forma parte de la cultura del triste muladar que es Colombia. Un lugar en el que parece que se representara la vida humana pero los actores fueran una compañía de micos.

Ciertamente, el bisturí de la ciencia no conduce propiamente al sarcasmo, y si algo distingue a los científicos de los poetas es eso, que los primeros suelen perderse allí donde el lenguaje adquiere la función precisamente llamada poética, cuyo comienzo es la ironía. Sólo es que ese primer peldaño de lo literario resulta demasiado molesto y racionalista a una comunidad inclinada a verse traspasada por la emoción allí donde las palabras trascienden su sentido... En serio, ¿no les parece que esos personajes chavistas como Ospina se burlan de su público? La altisonancia idiota de sus párrafos, no hablemos de sus razones, parece una parodia de un estudiante de bachillerato que quisiera burlarse del rancio cretinismo de la mentalidad tradicional del triste trópico.
El motivo de la disputa es muy simple: se trata de decidir si los desastres del invierno son culpa del hombre (de la sociedad, de los gobiernos, de la técnica arrogante y trasplantada sin tino desde otras latitudes, como piensa Ospina) o consecuencia inevitable de una naturaleza ciega, como cree Gaviria.

Vale la pena oír los argumentos en sus propias palabras. No voy a ofender la inteligencia del lector diciéndole quién es quién. Será fácil reconocerlos cuando hablan de nuestra tierra y de lo que deberíamos hacer con ella. Para uno de ellos deberíamos hacer un homenaje a la naturaleza, que sea “un canto a las montañas nevadas de la pared occidental del Tolima, un canto a las aguas que bajan trayendo fertilidad a los valles, un canto a las llanuras donde fosforecen los cultivos de arroz y a donde bajan a tomar sombra los gavilanes y las águilas, un canto al río que a pesar de las ofrendas con que lo envilecen nuestras ciudades sigue llevando peces y garzas, canoas y músicas”. Para el otro, simplemente: “Hemos sufrido los peores aguaceros de los últimos cuarenta años. Vivimos en un país con una geografía difícil, casi imposible. Los asentamientos en las laderas de las montañas y las riberas de los ríos no son nuevos. Ni van a desaparecer. Son parte de este país”. Ahí pueden escoger: la lírica ensoñadora o el cinismo de los hechos irremediables.
Hay una poderosa corriente académica, periodística, política y cultural en todo el mundo que atribuye el cambio climático, el calentamiento global y el "efecto invernadero", a la acción del hombre. Las inclinaciones de sus defensores no dan para confiar mucho en dicha corriente, pero siendo algo que uno no conoce en detalle, mejor deja hablar a los que sí lo han estudiado a fondo. Ahora bien, que esa corriente se vea representada en el canto a la naturaleza, en el canto rutinario de la tontería solemne, en el canto de la palabrería y el embriagador elixir que ofrece a los ignorantes, en el canto que no interpreta nada sino que tapa la pereza mental con invocaciones y adjetivos y poses y la cautivadora fascinación del polisíndeton... Sinceramente, hace falta un pueblo de micos para aceptar semejante afrenta a esa corriente.

Tiene mucha gracia lo de "el cinismo de los hechos irremediables" porque las palabras que usan los colombianos (incluso fuera de la fiesta de la proclama entusiasta de su patética ostentación verborreica) no tienen el mismo sentido que en otras partes. ¿Qué es "cinismo"? ¿Son cínicos los hechos o es cínico el realismo de evaluarlos por lo que son? ¿Qué es cinismo? Según el diccionario: "Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables". ¿Será la escuela de Antístenes y Diógenes? Poco tendría que ver con la simple resistencia a atribuirle intenciones a la Tierra.

Ya tenemos por una parte la sustentación lírica de la teoría de la responsabilidad del hombre en el cambio climático, después, la consideración realista de los hechos descrita como "cinismo". Así es la cultura colombiana, de estos valiosos intelectuales.
Para William, deberíamos recuperar la sabiduría de nuestros antepasados indígenas, que convivían en armónico idilio con la naturaleza, con la Pacha Mama, y por el mismo motivo ésta no los golpeaba. Para Gaviria, aunque no niegue que la corrupción o las malas decisiones en política ambiental agravan las emergencias, la tragedia que vive Colombia es una calamidad natural sin culpables: no es Gaia que se venga ni los dioses que nos mandan castigos bajo forma aguada. Esta polémica, y estas posiciones locales, reproducen una controversia planetaria: el cambio climático es un ciclo natural de la tierra, o una alteración brusca motivada por los daños ambientales provocados por el hombre.
Lo interesante es que Abad es un portavoz del ateísmo "progre" y se burla con frecuencia de las creencias religiosas de la gente (no vale la pena aludir a "sus" antepasados indígenas). Pues ya lo tenemos: es propio de un gran intelectual atribuir a los pueblos primitivos un idilio armónico con la naturaleza y aun una reciprocidad bondadosa de ésta. Cuando se piensa que alguna comunidad primitiva tenía alguna fórmula que no podemos entender para no dañar la naturaleza, se está desvalorizando todo el conocimiento, empezando por el que sirve para comprender y medir el daño ambiental, pues es innegable que esas hermosas comunidades desconocían aun los rudimentos de la matemática, no hablemos de la física o la química.

El nivel de esa clase de visiones, respetadas por toda la comunidad académica colombiana, aun por los matemáticos y físicos que escriben blogs y artículos en la prensa, para los que Ospina es un autor respetable, es representativo del de la cultura del país. La sabiduría armónica con la naturaleza de una comunidad que desconoce por completo toda la biología es sencillamente la superstición creacionista en su forma más burda, pero es normal en Colombia, donde los decanos de economía mienten de forma tan inverosímil que cuentan los impuestos no pagados por exenciones a la inversión y suman esas pérdidas a las que ocasiona la falta de inversión (esto lo hacía Salomón Kalmanovitz).

Con todo, lo más escandaloso es el aserto de que los que atribuyen a la acción del hombre el cambio climático estén representados en la versión de Ospina (o mejor, en la que da Abad de Ospina). Los que están representados son los apocalípticos colombianos, pero hace falta entender que Colombia no es realmente la humanidad. Al más fanatizado e infantil de los ecologistas europeos lo haría sonreír con infinita condescendencia la suposición de que la Pacha Mama es generosa con aquellos que saben cuidarla porque no se han complicado la vida entendiendo de botánica ni de fisiología.

(Después de escribir este artículo leí la respuesta de Ospina, en la que desautoriza la interpretación que hace Abad de sus ideas. No obstante, pese al contraste con la caricatura del amigo, su visión sigue siendo muy discutible: "Los zenúes, dije, 'ya hace mil años sabían controlar el régimen de las inundaciones y aprovecharlo para convertir las tierras inundables en zonas de cultivo. Quinientas mil hectáreas de canales son testimonio de una extraordinaria civilización hidráulica que, sin ninguno de los recursos técnicos del mundo moderno, crearon ese prodigio de ingeniería que aún sobrevive, siquiera como vestigio de una cultura ejemplar…'". Ahí se confunde la civilización moderna, capaz de movilizar máquinas poderosas y enormes recursos, con la mala gestión de los gobiernos colombianos, siguiendo una vieja rutina de la Cultura de la Universidad Nacional, de la que procede Ospina, que atribuye el atraso del país al sistema capitalista. Lo único que sirve como respuesta a las inundaciones son los recursos técnicos del mundo moderno. Por lo demás, ¿quién ha evaluado la resistencia de los sistemas de irrigación de esos antiguos colombianos frente a desastres como los de "la niña"?)

(Publicado en el blog Atrabilioso el 17 de enero de 2011.)