domingo, abril 11, 2010

La labor de la quinta columna

Pensándolo un poco, el hecho de que la caída del comunismo en Europa coincidiera con el comienzo de su mejor época en América es menos paradójico de lo que parece a primera vista: una vez desaparecida la amenaza soviética, Estados Unidos dejó de gastar energías en contener las poderosas corrientes totalitarias de las republiquetas del sur, en gran medida porque se impuso la creencia de que las elites políticas se merecían el descontento que podría barrerlas. Al parecer no se les ocurrió que el comunismo era una buena jugada de esas elites políticas, una tecnología superior para asegurar la permanencia de la cleptocracia.

El precursor fue el mismo Fidel Castro, que no tenía ninguna relación con el Partido Comunista hasta un mes antes de la toma del poder, cuando el Che Guevara se reunió con los dirigentes de la sucursal comunista cubana. Quien sí había sido aliado de los comunistas era Fulgencio Batista; durante su régimen el partido y su prensa eran legales. Ese aspecto "tecnológico" del proyecto totalitario es en extremo interesante: un ex agente de la CIA y despiadado perseguidor de los comunistas como Sadam Husein se inspiró en los métodos de Stalin para asegurarse el control de su país.

A partir del triunfo de Chávez en Venezuela y del afianzamiento de su régimen "bolivariano", diversas tendencias tradicionales de la región se encontraron con un modelo eficaz que prometía asegurar la persistencia en el poder de quienes lo adoptaban: el golpismo militar tradicional se mezcló con el guerrillerismo, con el populismo, con el indigenismo, con las nuevas corrientes de retórica de los derechos, etc., y de repente el viejo sueño de hacer la revolución empezó a hacerse factible y fácil de entender: Chávez provee dinero; los universitarios, marchas; los indígenas, asonadas; los intelectuales, diatribas; los sindicalistas, huelgas... Tras un triunfo electoral se cambia la Constitución y se implanta un régimen de terror que por un tiempo permite algunas libertades. En la mayor parte de los países de la región el modelo ha tenido éxito. Falta Colombia.

Ése es el sentido de la escalada bélica de Chávez: la revolución pendiente. Por eso no hay diferencia entre los fines de Chávez, los de las FARC y los de la izquierda colombiana. Sólo es la función la que cambia. Bueno, la izquierda colombiana, gracias a los millones de Chávez y al poder que conservan las FARC, concentra toda la oposición al gobierno actual: el hecho de que cuatro ex presidentes presionaran a Uribe para que despejara Pradera y Florida no es un hecho banal, como tampoco lo es la retórica incendiaria, calumniosa, deslegitimadora y abiertamente orientada a favorecer a los terroristas que despliegan las maquinarias de propaganda de las viejas elites: Semana, El Espectador, El Nuevo Siglo y El Tiempo (si bien en este último la entereza de los antiguos redactores de Alternativa desfallece ante la presencia de varios miembros de la familia propietaria en el alto gobierno).

Pero la intención de Chávez no es nueva: ya en tiempos del Caguán se sabía que quería poner una fábrica de munición para el tipo de fusiles que usan las FARC. Por eso es muy torpe suponer que la escalada es sólo el resultado de las dificultades que tienen los venezolanos o del probable descontento con el régimen. Primero porque Chávez no tiene miedo de que la gente empobrecida se le rebele, para eso tiene suficientes elementos de control organizados por los cubanos, y segundo porque la transformación de ese descontento en rebelión requeriría al menos el arraigo de valores diferentes entre la población. No tiene sentido esperar que la gente que se ilusionó con el sueño justiciero del gorila rojo se convierta de repente en liberal y ansiosa de disfrutar de las mieles del capitalismo y de trabajar duro para integrar a su país en el mundo civilizado.

Lo que pasa es que el afianzamiento de Chávez coincidió con el de Uribe y con el retroceso militar de las FARC: la manifiesta afinidad del tirano con los terroristas en declive terminó generando mucho rechazo a su figura en Colombia y aun dificultades en el país para los sectores políticos que trabajan por la revolución. De tal modo, la explotación del anticolombianismo y la amenaza de guerra es no sólo una forma de cohesionar a sus seguidores y arrinconar a los críticos con el pretexto patriótico, sino también de incidir en la campaña electoral colombiana. El acuerdo para el uso conjunto de las bases militares con EE UU le sirve de pretexto para escalar la retórica belicista. Y sus socios colombianos no tardan en cobrar las amenazas, tal como siempre han cobrado las atrocidades de la tropa de niños que les hace el trabajo sucio.

En eso contexto se entiende la insistencia de Gustavo Petro en pedirle al gobierno colombiano que renuncie al acuerdo. Sabe que no le harán caso, pero así puede justificar la agresión de Chávez. Lo último es la carta a Obama, que tiene el mismo fin y que en rigor es parte de la agresión del régimen venezolano. Aunque también hace reír con sus florituras leguleyas y su desparpajo. La verdad es que uno lo entiende bien y sabe a qué juega, pero la infinidad de lisiados morales que lo justifican o le creen sacan de quicio a cualquiera.

Más repugnante por su perversidad es el escrito del lamentable mártir heredero Héctor Abad Faciolince. Lo más sucio, lo más bajo, lo que más claramente hace de ese canalla un criminal de la peor calaña es que se presente como alguien imparcial que condena a Chávez y a las FARC. Así consigue aliviar las culpas de los que vacilan y aprovechar la rabia que generan las amenazas del gorila rojo para favorecer su agresión. Esa clase de personajes, esa clase de prensa, son la quinta columna de la agresión chavista, mucho más peligrosos que los niños del partido que dirigía el mártir senior.

Conviene prestar atención a las mentiras de ese canalla porque forman parte de la agresión, y desgraciadamente encuentran público:

Hace algunos meses el presidente Uribe declaró que sólo se quedaría otros cuatro años en el poder si ocurría una hecatombe. Y bien, la hecatombe se está fraguando en la frontera con Venezuela, con gran euforia de los gobiernos de uno y otro lado. Tanto a Uribe (por su segunda reelección) como a Chávez (por sus desastres internos) el ambiente de preguerra les conviene. Y como les conviene, harán todo lo posible porque la tensión se mantenga e incluso aumente hasta llegar a alguna escaramuza.

Lo que he puesto en negrita es completamente falso. ¿Se imaginan que Uribe tiene la posibilidad de concentrar esfuerzos para capturar a Cano y desbaratar los frentes de las FARC que operan en el sur del país, pero en lugar de eso tiene que estar pendiente de la posibilidad de que el ejército venezolano entre en Colombia? ¿Y si no hubiera problemas con el vecino y Colombia estuviera exportando por montones toda clase de productos? ¿En qué le conviene a Uribe?

Lo que pasa es que la propaganda y diversos tipos de presión tienen a cierta gente condicionada a la hostilidad hacia el gobierno: no faltan los que aluden al programa Agro Ingreso Seguro como un simple robo. Como la gente no se esfuerza en entender lo que pasa, y menos va a desautorizar a toda la prensa, tal falacia cuela fácilmente. La suposición de que el ambiente prebélico le conviene a Uribe es un viejo recurso de la propaganda comunista. Una vez creado el demonio, se le atribuyen todas las intenciones perversas que se quiera. No hace falta que tengan ninguna coherencia.

De ayer es la noticia del movimiento de tropas venezolanas hacia la frontera colombiana. También de ayer el dato de que noventa colombianos sin papeles serán deportados de Venezuela. De antier el asesinato de otros nueve que según algunos jugaban al fútbol y según otros conspiraban. De trasantier las mutuas acusaciones de espionaje y el asesinato de dos guardias venecos. Como denunciaba hace poco Ibsen Martínez, la xenofobia anticolombiana tiene en Venezuela una vieja tradición política en momentos de crisis de popularidad: “La pérfida Colombia vuelve a ser, como de costumbre, motivo electoral”. Y por supuesto el confuso e inoportuno acuerdo de bases colombianas abiertas a los militares estadounidenses son el pretexto perfecto (porque además tiene un fondo de verdad) para gritar que el lobo viene ya.

La enumeración de hechos violentos tiene un solo actor: el chavismo, pero ¿no recuerdan que las ONG formadas por los amigos de Abad Faciolince hacen la cuenta de las víctimas de las FARC y después se las cargan a "la violencia política" y después culpan al gobierno por no resolver la violencia política mediante el procedimiento de premiar a las FARC? Es lo mismo: los crímenes del chavismo ya son atribuibles al interés de Uribe en ganar el referendo: ¿qué importa quién los comete? El problema tremendo es un país en el que tales métodos son los normales en la prensa. En el que lo corriente es la mentira interesada en el ascenso del crimen (hay que leer por ejemplo los reportajes que Abad escribía sobre la Venezuela de Chávez, o su continuo reconocimiento a William Ospina, el ganador del Rómulo Gallegos después de aplaudir a Chávez). Estos personajes, promovidos por la secta comunista y aun por gobiernos de malhechores como el de Saºmper (también aliado de Chávez), encuentran el aplauso generalizado de la gente servil que predomina entre la cómica intelligentsia criolla.

Las Farc fueron el gran elector de Uribe en las dos campañas presidenciales anteriores. Arrinconadas ahora y menos protagonistas, el nuevo gran elector de Uribe será Chávez. Y si no Chávez, el espantajo que su figura y su gritería significan para la mayoría de los colombianos. Este coronel con sus modos estrafalarios, con su verborragia agresiva, con su fiebre consumista de armamentos modernos, sirve también aquí para crear la idea equivocada, pero muy arraigada, de que solamente Uribe puede contenerlo. Como si una guerra —supongamos que la hubiera— se ganara con sombrero, poncho, gritos y carriel. Si Chávez se atreviera a invadir nuestro país (y no se atreverá) cualquiera de los actuales candidatos colombianos que fuera presidente le daría total apoyo a nuestro ejército para repelerlo al instante. A Chávez, sin duda, le gusta desestabilizar, apoyar a las Farc, pero sabe que una guerra convencional la perdería contra un ejército mucho más numeroso, y el más entrenado a luchar de toda Suramérica.

El procedimiento es el mismo: todos los adjetivos que se descargan sobre Chávez refuerzan la acusación de que ayuda a elegir a Uribe. Las mentiras son grotescas: los candidatos de la oposición colombiana son casi abiertamente empleados de Chávez, incluido Sergio Fajardo, que ahora tiene en sus listas a Luis Eladio Pérez, el desvergonzado propagandista de las FARC. ¿No es prueba de que apoyarán a Chávez el que Petro pretenda convencer a alguien de que la agresividad del patán venezolano es el resultado del acuerdo con EE UU? Bueno, es que también Abad condena el acuerdo y justifica la agresividad venezolana respecto de él, como si Chávez no estuviera entrometiéndose en Colombia y amenazándola hace tiempo. Basta con pensar en la situación de Colombia, con clara inferioridad de armamento, sin alguna forma de respaldo exterior. ¡Abad ya estaría de ministro vitalicio!

Es triste que Latinoamérica, el continente con menor tradición de guerras internacionales del mundo entero, una de las más pacíficas regiones del mundo (en términos de guerras entre los vecinos), se esté hundiendo por culpa de Colombia y Venezuela en una retórica belicista creciente. No podemos aceptar que esta retórica guerrerista, por el hecho odioso de que les convenga tanto a Uribe como a Chávez, nos la vengan a imponer como un destino irremediable. Estos dos gobiernos son inoportunos y nefastos porque claman al odio, porque su animadversión es simétrica y complementaria, porque azuzan el nacionalismo más cerrero y primitivo, porque uno y otro se quieren perpetuar en el poder como si sólo este par de falsos mesías nos pudiera aliviar de nuestras desgracias.

¿Cómo puede pasar inadvertida una sarta de mentiras absurdas como ésa? Porque la atmósfera de propaganda fanática de los que buscan la revolución y la integración en el Alba nubla la razón de la gente cooptada para ese fin, por ejemplo de los estudiantes. ¿Cuál es la retórica belicista colombiana? Propiamente, ¿cuándo ha hecho gala el gobierno colombiano de retórica belicista? Es imposible clamar al odio, pues se clama a alguna autoridad superior (al cielo, por ejemplo), pero no a una pasión. Lo cierto es que el gobierno colombiano NO INCITA EL ODIO CONTRA VENEZUELA NI AZUZA EL NACIONALISMO. Se trata de más mentiras que forman parte de los diversos pretextos con que el gorila rojo intentará invadir a Colombia. Parece que Abad Faciolince espera ganar también el Rómulo Gallegos. O hay ya una conspiración para aprovechar los juguetes bélicos de Chávez y el escritor intenta posicionarse para un cargo importante.

Me recordaba hace poco Armando Montenegro que durante las crisis anteriores con Venezuela los escritores, artistas e intelectuales de los dos países jugaron un valioso papel de distensión. Una vez García Márquez y Miguel Otero Silva se comprometieron a salir a la calle a gritar ¡Viva Venezuela!, el primero, y ¡Viva Colombia!, el segundo, si los gobiernos se obstinaban en llevarnos a la guerra. Creo que ha llegado el momento de inventarnos un movimiento pacifista ciudadano parecido. No podemos dejar que Uribe y Chávez, estos exaltados a los que les convienen estos amagos de guerra, nos lleven pasivamente a una hecatombe absolutamente evitable e innecesaria.

La basura de este canalla es EXACTAMENTE la típica propaganda fascista: recuerda el incendio del Reichstag, cuando los propagandistas hitlerianos salieron a acusar a los comunistas del crimen. ¿De qué modo el gobierno colombiano "se obstina en llevarnos a la guerra"?

Otro objetivo evidente de esta clase de propaganda es acobardar al gobierno colombiano, cosa que al parecer no es necesaria, pues la lógica del apaciguamiento parece guiar su conducta. ¿Por qué no ha rechazado de plano las propuestas de mediación de Brasil y España? Es obvio que ambos gobiernos pretenden sacar ventaja para Chávez de las agresiones y debilitar la posición de Colombia explotando el tema de las bases. ¿Por qué va a dar quejas a la OEA sabiendo que es un órgano cuyos dirigentes y cuyos miembros son mayoritariamente sumisos a Chávez?

Esa lógica de apaciguamiento sólo sirve para que el criminal se envalentone y mande a sus propagandistas a justificar sus agresiones (que resultan culpa de la inexistente retórica belicista del gobierno colombiano). Lo que debería hacer el gobierno colombiano, y cada vez somos más los que pensamos en eso, es...

DENUNCIAR A CHÁVEZ ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL.

Sólo ocurre que antes de eso esperará y buscará congraciarse con Insulza, Lula y Zapatero, o esperará algún gesto de Obama, que a lo mejor hasta consiente en desistir de usar las bases para merecer el premio Nobel de la Paz (como le sugería Chávez). A fin de cuentas, quienes pueden morir no son los ministros ni la gente que los rodea.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 5 de noviembre de 2009)