sábado, febrero 28, 2009

El llanto por Íngrid y el síndrome de "Colmobia"

No son pocos los balances de fin de año y los comentarios de expertos que aceptan como algo cierto el declive de las FARC, pese a que la ayuda venezolana les permite mantener su principal negocio de narcotráfico. Pero de ese declive el principal síntoma es la deserción de los comentaristas que habitualmente están de su parte, según la ocasión y la disposición de cada uno.

Por eso ya es más bien raro encontrar alusiones a los “actores del conflicto” y a la necesidad de la negociación política para resolverlo. Incluso la explotación del chantaje “humanitario” es más sutil, suele ir acompañada de insultos a las FARC, como dejándole el descaro a personajes que no tienen que vérselas con las víctimas ni con conocedores de la tragedia colombiana, como Daniel Ortega.

El recurso más utilizado es la condena a la insensibilidad de la sociedad, como denuncia Alejandro Gaviria, si bien en sus conclusiones rehúye la muy probable relación entre esas quejas y el interés de salvar a las FARC o derrotar al gobierno que las ha hecho retroceder y lo reduce todo a “exhibicionismo moral”. Desgraciadamente hay que recordar que durante el gobierno de Pastrana casi todos los artículos de opinión de la prensa bogotana eran no sólo favorables a la negociación, sino a las pretensiones que las FARC presentaban como pretexto. El editorial que publicó El Tiempo la primera vez que Pastrana amagó con suspender el despeje lo resume todo: si las FARC fueran derrotadas pronto habría quien las reemplazara, pues su origen es la injusticia de la sociedad colombiana y su misión es corregirla.

Así, la deserción de los pensadores de corazón justiciero es más bien una máscara con la que pretenden llevar a cabo más eficazmente esa tarea de cobrar al gobierno el 5 % de los secuestros, al tiempo que hacen desaparecer por completo los demás. De paso se lavan las manos ante el probable fracaso de la tropa que iba a implantar el socialismo. Bobos no son.Ejemplo más bien obsceno de eso es la entrevista que le hizo Roberto Pombo a Luis Eduardo Garzón, en la que la meta de la negociación política se disfraza rebajando su contenido: ¿cómo que ir a matarse por la elección del procurador? La cuestión de si una sociedad se deja imponer las leyes de una banda de asesinos desaparece, no es un tema por el que valga la pena sufrir. Aquello por lo que se da la guerra, la agresión de una facción minoritaria se resuelve así: se premian los crímenes porque peor es ir a matarse por eso. ¿Qué importa que los votantes de Garzón pretendan lo mismo que las FARC, el socialismo y la supresión de la democracia? Ellos no van a matarse por eso, es a los demás a quienes matan.

Es el arte del eufemismo, pero hay alguien que lo ejerce mucho mejor que Garzón, con tanta habilidad que hasta escribe en medios liberales como Letras Libres y recibe elogios de Fernando Savater. Se trata de Héctor Abad Faciolince. Su columna de la semana anterior es una joya de ese arte: tras todas las protestas y aclaraciones sale una determinación clara: salvar la vida de Íngrid a toda costa, es decir, despejar y favorecer el juego de las FARC. Muchos lectores poco recelosos habrán caído, y no es tanto por la habilidad del autor, sino que refleja la moral de la sociedad.

Cuando se escriba la verdadera historia universal de la infamia, entre los documentos que den testimonio cabal de la maldad y la injusticia humanas tendrá que estar esta carta dolorosa y bellísima de Íngrid Betancourt, este testamento, este grito desesperado, esta certera acusación a nuestra indiferencia y esta despedida de la vida de una mujer valerosa e inteligente que declara su derrota y se dispone a morir con dignidad. [...]
Lo “doloroso y bellísimo” de la carta es lo que conmueve al escritor, pues ¿qué escribirían esos cientos o miles de desgraciados finqueros, ganaderos, patanes, políticos y empresarios de provincia que fueron secuestrados en los setenta y permitieron a las FARC expandirse y dar lugar a la carrera política del padre de Abad Faciolince y a raíz de su asesinato al prestigio de este escritor? Es un dolor de estrato más bajo, como que no valía la pena indignarse por “nuestra” indiferencia respecto a todo eso. ¿Y qué va a importar que Abad sea amigo personal y promotor de Carlos Gaviria, el prócer que proclama que no es lo mismo matar para enriquecerse que matar para que la gente viva mejor? En esta ocasión lo “nuestro” de Abad lo comparte con los que enriquecieron pagando rescates a quienes lo promovieron a él. Él es uno más de “nosotros”, no faltaría más. Pero para ser sincero es mejor que nosotros, más sensible. Más delicado:

La semana pasada algunos escritores que estábamos representando a Colombia en la Feria del Libro de Guadalajara, con vergüenza por nuestro país, con vergüenza por nosotros mismos y con un hondo pesar por Íngrid, llorábamos en el desayuno mientras leíamos esta carta. Era un dolor silencioso, por ella, y por la inutilidad de las palabras. Después hablamos, a pesar de todo, y escribimos un comunicado y dimos declaraciones, que quizá no sirvan de nada, condenando la barbarie criminal de las Farc que la tienen secuestrada a ella, a Clara Rojas, a su niño Emmanuel y a todos los demás, desde hace ya tantos años.
¿Alguien se imagina a estos representantes de Colombia desayunando en un hotel de lujo y avergonzados del país que les paga varios viajes al año, prestos a llorar en honor de la buena prosa de Íngrid (pues los secuestrados son varias decenas de miles y hasta ahora sólo han presionado para premiar a los secuestradores)? ¡Y cómo no iban a condenar la barbarie de las FARC si son promotores del partido que quiere que se negocien las leyes con las FARC y aprovecha cada atrocidad para denunciar el fracaso de la seguridad democrática! El odio a las FARC resulta algo asqueroso cuando se comparte con esta clase de personajes y no se extiende a ellos.

[...] El secuestro es un infierno y no hay representante más diabólico del Mal que el secuestrador.
[...] Estamos conmovidos, sí, pero no nos movemos. Y nos tenemos que mover, antes de que Íngrid y los demás se nos mueran.

Pero si el secuestrador es el representante más diabólico del mal, ¿por qué Abad promueve a un partido formado por secuestradores pensionados? Comparada con esa labor canallesca de cobrar los secuestros (que es el sentido de la segunda frase: llamar a presionar al gobierno para que ceda a la presión de las FARC, tal como hacen casi todos los columnistas amigos de la guerrilla), la tarea de cometerlos sólo corresponde a una división técnica del trabajo. Quienes se llevan a las víctimas son torpes peones, quienes las cuidan, pobres niños: quienes se lucran del crimen son los amigos de Abad y de otros delfines que heredaron poder y prestigio del poder tradicional del PCC.

[...] Hay que dar la batalla por la libertad de Íngrid y de todos los secuestrados, hablando y movilizándonos, pidiéndole al gobierno que sea flexible, y exigiendo a la guerrilla que abandone su resentimiento criminal, sus métodos salvajes de lucha.
Respecto a las exigencias a la guerrilla, ya se sabe qué utilidad tienen: es como cuando la víctima de una violación le pide cariño a su agresor. Pero lo otro sí es útil, nadie debe olvidar que las movilizaciones que ocasionó la masacre de los diputados del Valle sirvió para que el PDA clamara por el “intercambio humanitario”, y que la bomba de El Nogal sirvió para que los mismos exigieran “Ni un peso más para la guerra”, objetivo que ahora comparte José Fernando Isaza. Ellos llaman a movilizarse para convertir las movilizaciones en recursos a favor de su industria de secuestros. A muchos esto les parecerá excesivo, pero ¡qué curioso!, ¿alguien se imagina por qué los demás secuestrados no interesan a nadie? ¿Y por qué desaparecen de la prensa las noticias sobre víctimas del terrorismo, cientos de miles en las últimas décadas? Los rehenes del “intercambio humanitario” sólo son importantes porque convienen a las FARC y a sus promotores.

Pero el lenguaje eufemístico de este canalla es sólo un formato, una “presentación” dirigida a un público más necesitado de pretextos. Uno de esos “representantes diabólicos del mal”, en uso de buen retiro y copiosamente recompensado por su amigo Enrique Santos Calderón y la parte de la sociedad a la que defendió (aunque lo más seguro es que al final paga el Estado, es decir, los demás colombianos), León Valencia, es un poco más sincero en sus mentiras, menos aprensivo en su tarea. Complementa a Abad, tal vez está previsto que lo lean después:

[...] En cambio, la posición clara y única de las víctimas ha sido el "acuerdo humanitario". Lo han pedido desde lo profundo de las montañas donde están los cautivos en las condiciones más infamantes. Lo han repetido en todos los foros nacionales e internacionales. Se lo han implorado al Presidente y se lo han exigido a las Farc.
¡Las víctimas van a todos los foros a pedir el intercambio humanitario y hasta escogieron a este asesino de portavoz! Y yo que creía que lo era el nunca bien ponderado Cepeda II. ¿Alguien se imagina lo que le ocurriría a un “retenido” si su familia contrariara a las ONG que organizan la presión sobre el gobierno para que premie a las FARC. Ni siquiera el lobby descarado a favor de los terroristas de personas como Yolanda Pulecio deja a su hija a salvo de los atropellos de los “hermanos” de Daniel Ortega y León Valencia, no hay ni que imaginarse lo que sería una familia hostil. Al lado de esa mentira de ese canalla empleado de Santos Calderón el secuestro es algo de poca monta. El secuestro es sólo una parte de la misma industria de la que forman parte esos escritos.

Se le estremece a uno el corazón cada que aparecen pruebas de supervivencia y ve la huella trágica que deja este delito atroz, o cada que se encuentra con familiares y recibe el recuento exacto de las mil plegarias y acciones que han realizado en estos años. De los desvelos y sacrificios que han vivido. De la angustia infinita que llevan a cuestas.
Para que vean que Abad no es el único sensible, también a este secuestrador retirado se le estremece el corazón. Lástima que no tenga testigos de que también llora.

Pero los secuestrados y sus familiares nunca han podido ganar entre los factores de poder y en la opinión colombiana el apoyo para obligar al Estado y a las Farc a negociar el intercambio. Pese a la justeza de su posición y al dolor inmensurable que transmiten, solo han logrado el respaldo de algunos líderes políticos, de un sector de la Iglesia, de algunos medios y columnistas de prensa. Pare de contar.
Hay corazones... colombianos, ésa es la palabra, que se estremecen oportunamente cuando el elemento de interés asoma. No importa si se es un angelito de buen corazón y hasta víctima o si se es representante del MAL, puestos a cobrar el secuestro todos pueden mostrarse muy sensibles.

No ha ocurrido así en la opinión internacional; de allí ha venido la presión para negociar. Han sido la insistencia del gobierno francés, o los llamados de Chávez, o las voces de Washington el factor que ha movido un poco, en algunas coyunturas, al Gobierno y a las Farc. Ahora mismo han obligado al presidente Uribe a ofrecer una zona de encuentro, que esperamos sea acogida por las Farc.
Se le olvidó mencionar a Nicaragua. Respecto a los franceses, ¿nadie los recuerda tratando de salvar a toda costa el despeje del Caguán? La mayoría de los gobiernos europeos que han tenido alguna injerencia en Colombia han intentado promover a las guerrillas, pues a fin de cuentas los contratos de explotación de recursos mineros irían a manos europeas si aquéllas triunfaran. No es por sensibilidad con las víctimas, ningún gobierno europeo ha intercambiado terroristas por rehenes.

En el reportaje con Yamid, [Francisco] Santos se lanza a criticar a los partidos y a la sociedad. Señala que cuando la Eta asesinó a Miguel Ángel Blanco, toda España se volcó a las calles y se queja de acá: ni las fuerzas políticas, ni la ciudadanía han sido capaces de manifestar la indignación frente a la barbarie de las Farc. Pero olvida que en España, cuando miembros de la Fuerza Pública, en una operación encubierta, torturaron a miembros del grupo terrorista 'Grapo', se gestó una crisis política, cayó un ministro y Felipe González sufrió un severo desgaste. También allí, ahora mismo, nadie se atreve a atentar contra la vida de los dirigentes de Herri Batasuna, un partido que no esconde sus nexos con la Eta. Persiguen en derecho a quienes delinquen. En contraste, en Colombia, se hizo la más brutal ronda de la muerte contra la Unión Patriótica y recientemente se puso en marcha una campaña de desapariciones, que llevó a la oscuridad de las fosas comunes a más de diez mil personas. Todo mediante la alianza entre políticos, militares, paramilitares y narcotraficantes.Francisco Santos debería recordar el movimiento de paz de los años 90 y saber que solo es posible desatar una gran fuerza ciudadana hablando desde el lugar de las víctimas y criticando por igual a todos los actores ilegales y a todas las violencias. Solo desde un alto pedestal moral se puede hacer justicia.
La alusión al GAL es parte del cinismo de este asesino: ¿qué miembros del gobierno colombiano tienen que ver con actividades delictivas? En tal caso, podría denunciarlos. En el caso del PSOE y el GAL, esta banda había sido organizada por altos cargos públicos de ese partido. ¡Ahora las complicidades de políticos y militares con los narcotraficantes legitiman a las FARC, ¿o qué es lo que se infiere de esas afirmaciones? Claro que en Colombia debe haber un rechazo enérgico de todos los crímenes y de todos los criminales, pero ¿a qué viene todo el cuento de los crímenes de la competencia de León Valencia contra los agentes desarmados del PCC?Ahí la sociedad colombiana, víctima también de los narcotraficantes y paramilitares, resulta en deuda con los terroristas por los crímenes cometidos por otros, y la forma de resolver el sufrimiento de las víctimas y de hacer justicia es favorecer miles de secuestros y asesinatos más.

Se suele hablar de “síndrome de Estocolmo” a la identificación de las víctimas de secuestros con sus verdugos, debido a la ansiedad que la situación provoca. Basta con ver episodios semejantes en la televisión para comprender a esas víctimas, de tal modo que uno puede preguntarse, ¿esto colmo? El colmo es Colombia, o mejor dicho “Colmobia”, el único lugar en el que un asesino desvergonzado sale a hacer presión para promover nuevos asesinatos y nuevos secuestros y no vacila en hacerlo desde un alto pedestal moral, el único lugar en el que una señora que declaraba que el encuentro con Tirofijo le había cambiado la vida y después se fotografiaba con los jefes del secuestro es nombrada Personaje del Año y la gente no dice nada, tal vez porque comparte el premio con un miserable que aprovecha su cargo de magistrado para promover falsas denuncias que permitan prosperar a los terroristas.

Muy triste es el destino de una sociedad que no es capaz de rechazar enérgicamente a esa clase de miserables que disfrutan de toda clase de lujos gracias a su proximidad a los secuestradores y no vacilan en dar lecciones de moral y en sacar provecho de un llanto que probablemente sólo procede del hecho de comprobar que la tropa de niños que los iba a convertir en ministros vitalicios retrocede y decae.