Cuando se habla de los periodos históricos pasados es fácil aceptar el criterio predominante entre los periodistas o profesores, que tiende al consenso cuando ya no hay intereses inmediatos que muevan en una u otra dirección. Pero cuando se trata del presente reina la incertidumbre. Gracias al argumento de autoridad, y en últimas al rango social de los promotores del terrorismo, en Colombia parece de lo más lícito estar en el bando de la paz. Baste salir a cualquier otro país para ver que ese bando es sólo el bando del crimen. Lo más próximo es España, pero la comparación sería un escándalo, porque ETA no ha reclutado ni violado niñas, ni ha usado niños bomba, ni ha envenenado el territorio con agroquímicos ni con petróleo... No se puede comparar. Pero en España los únicos que piden que se negocie la paz con ETA son los partidarios de la banda terrorista. Bueno, en Colombia también, la paz es la bandera de los asesinos, pero como son los dueños de los medios de comunicación y del Estado, para mucha gente parece una gran audacia oponérseles.
La historia no está escrita, nadie puede asegurar qué pasará. A lo sumo puede uno tener la certeza de que quien habla de paz y reconciliación miente, porque el presupuesto de esa idea es que alguien agravió a los universitarios que emprendieron la revolución comunista, y que de algún modo las víctimas de los cientos de miles de asesinatos cometidos por los terroristas eran actores de un conflicto legítimo. La mayoría de los colombianos no creen en eso, pero eso no quiere decir que crean lo contrario: es por la esclavitud, el esclavo no cree nada, repite lo que le dicen para no sentir el látigo.
Por fin hay una respuesta popular a la infamia de La Habana, nadie puede a estas alturas no haberse dado cuenta de que todo lo que ha conseguido Santos es resucitar a las bandas terroristas y multiplicar su poder. Es el resultado natural de la legitimación que se ha hecho con ingente gasto del presupuesto en propaganda en los medios y aun con dedicación de los empleados públicos a tareas de propaganda. El fruto real de todo eso lo define con bastante acierto Jaime Bayly en la entrevista al coronel Plazas Vega que podrán ver al final de este post.
A estas alturas no se puede ser indiferente: no rechazar la infamia del régimen es hacerse cómplice de todas las atrocidades terroristas, que se han cometido para llegar a esta situación de completa impunidad y aun licencia para delinquir (con la práctica disolución de la Fuerza Pública por el gobierno, cosa que se comprueba en el "paro armado" del clan Úsuga, claramente convocado para sabotear la marcha del 2 de abril). Si las marchas no son masivas habrá que entender que los colombianos realmente prefieren llegar a tener los sueldos y las libertades de los cubanos, pero en Colombia será mucho peor, será otra Camboya.
(Publicado en el blog País Bizarro el 1 de abril de 2016.)
La historia no está escrita, nadie puede asegurar qué pasará. A lo sumo puede uno tener la certeza de que quien habla de paz y reconciliación miente, porque el presupuesto de esa idea es que alguien agravió a los universitarios que emprendieron la revolución comunista, y que de algún modo las víctimas de los cientos de miles de asesinatos cometidos por los terroristas eran actores de un conflicto legítimo. La mayoría de los colombianos no creen en eso, pero eso no quiere decir que crean lo contrario: es por la esclavitud, el esclavo no cree nada, repite lo que le dicen para no sentir el látigo.
Por fin hay una respuesta popular a la infamia de La Habana, nadie puede a estas alturas no haberse dado cuenta de que todo lo que ha conseguido Santos es resucitar a las bandas terroristas y multiplicar su poder. Es el resultado natural de la legitimación que se ha hecho con ingente gasto del presupuesto en propaganda en los medios y aun con dedicación de los empleados públicos a tareas de propaganda. El fruto real de todo eso lo define con bastante acierto Jaime Bayly en la entrevista al coronel Plazas Vega que podrán ver al final de este post.
A estas alturas no se puede ser indiferente: no rechazar la infamia del régimen es hacerse cómplice de todas las atrocidades terroristas, que se han cometido para llegar a esta situación de completa impunidad y aun licencia para delinquir (con la práctica disolución de la Fuerza Pública por el gobierno, cosa que se comprueba en el "paro armado" del clan Úsuga, claramente convocado para sabotear la marcha del 2 de abril). Si las marchas no son masivas habrá que entender que los colombianos realmente prefieren llegar a tener los sueldos y las libertades de los cubanos, pero en Colombia será mucho peor, será otra Camboya.