domingo, abril 05, 2015

El traidor que destruye a Colombia


No, no es Santos. que a su manera es leal a su clan y a su casta y hace lo que siempre han hecho los patanes que se apropiaron del país desde el siglo XIX y que ven a los ciudadanos como "indiamenta" a la que tratan de cualquier manera sin preocuparse mucho. Claro que es el agente directo de la destrucción, pero exculparlo sería como culpar al VIH de la expansión del sida por ciertos países. Antes de que un personaje de su categoría intelectual y moral pueda hacer de las suyas hace falta un medio favorable, un medio de indolencia y servilismo formado por gente que en cuanto dispone de una renta recita cualquier mentira y se hace amiga de cualquier asesino.

Se puede decir que engañó a los colombianos pero ¿habrá engañado a alguien? No recuerdo haber leído a nadie que tenga buena opinión de Santos. Cuando era ministro de Defensa de Uribe se lo aceptaba como parte del equipo de gobierno, pero no había ni hay nadie que lo considere su líder o su modelo. Salvo, claro está, Fernando Carrillo, personaje que forma parte de un estilo de criatura característica de Colombia, como Cristo Bustos o Silva Luján, seres cuya altura de miras y cuya moralidad avergonzarían a los peores personajes de cualquier época y lugar.

El que engañó a los colombianos fue Uribe, que primero prometió no buscar un tercer periodo y después lo buscó, y que generó la impresión de que al irse quedaba algo que seguía controlando. NINGUNO de los congresistas y senadores elegidos como "uribistas" planteó ningún rechazo notorio a los desmanes de Santos. Si se piensa en el optimismo de los colombianos hacia 2010 resulta todo infundado: no había cambiado en nada el poder judicial heredado del 91 y controlado por los terroristas, ni había una prensa diferente a la que controlaba el grupo de Alternativa, con un predominio increíble de las opiniones favorables a los terroristas. Tampoco había ningún partido diferente sino una componenda a través de la cual Uribe recibía el apoyo interesado de Santos y la red de los López y los Samper, sin ninguna renovación. Eso por no hablar de la universidad, que en 2010 era el mismo adoctrinadero de asesinos que en 2002 sin que a los felices gobernantes les preocupara mucho.

Pero Uribe es quien es y no tiene mucho sentido andarle pidiendo peras al olmo: los hampones del PSUN que lo persiguen desde 2010 eran sus compañeros en su época de senador, cargo al que llegó del brazo de Samper, al que defendía incluso después de dejar la gobernación de Antioquia en 1997. Nunca cuestionó la Constitución de 1991 y por el contrario fue el ponente de una ley que aseguraba la impunidad de los jefes del M-19. En lugar de pensar en desplazar al clan oligárquico del poder, se dedicó a gobernar en alianza con él (el mismo Enrique Santos era un reconocido "uribista" y en las elecciones de 2006 el editorial de El Tiempo que recomendaba el voto apoyaba a Uribe).

Además, después de salir del gobierno se le vieron pocas ganas de oponerse a Santos, pese a lo que digan los propagandistas de las FARC. En las elecciones de 2011 no hubo ninguna muestra de oposición a Santos sino al contrario un apoyo a sus candidatos. Ni siquiera se denunció la maquinación que permitió elegir a Petro alcalde de Bogotá: Uribe estaba seguro de que la gente votaría por el candidato que él recomendara y más allá de lo que los candidatos representaran intentó demostrar que era así. Sus compañeros elogiaban a Santos pese a la persecución (por ejemplo, Óscar Iván Zuluaga) y a toda costa trataban de salvar los puestos de personas afines que peligraban si se combatía a Santos.

Pese a lo que piensan muchos, Uribe es un personaje del pasado y su influjo es menor de lo que se cree. Sus diversas críticas a la paz no llevan nunca a un cuestionamiento rotundo y resultan suavizadas por las actuaciones de su séquito, formado por la misma clase de gente con la que gobernó, personajes que se ven encantados de acudir a las tertulias de María Jimena Duzán a hacer el papel de "extrema derecha" con toda clase de quejas para buscar la mejora de la negociación.

De hecho, en pocos meses habrá de nuevo elecciones y no habrá ningún candidato que cuestione la paz. Contra ese peligro (de que algún candidato buscara votos denunciando la paz) se manifestaba hace poco un columnista uribista. Tal vez quienes menos se puedan definir como traidores son esos personajes próximos a Uribe, extremadamente leales a tal punto que estarían con su líder si se aliara con las FARC, y pendientes de las recompensas que reciben por su lealtad (muchos accedieron a curules en el Congreso y el Senado y muchos otros esperan ser concejales y alcaldes en los próximos años).

El traidor que destruye a Colombia es otra clase de personaje: el que siendo consciente de que el premio al genocidio es la abolición de todo vestigio de democracia y la entrega del país a los criminales (que ahora dispondrán de sus grandes fortunas legalizadas y de un control total gracias a ellas y al miedo que generan), no es capaz de hacer nada por miedo a estar en minoría, no quiere acudir a marchas contra los terroristas porque no las promueven los medios y cree que un grupo pequeño haría el ridículo, no quiere denunciar en las redes sociales la paz porque cree que eso no tiene impacto, no discute nada de lo que hacen los jefes uribistas porque teme echarse de enemigos a los demás uribistas; espera en secreto, y a veces en voz alta, que los militares se rebelen y resuelvan el problema por mucho que cada vez más se ve que el régimen tiene cooptado al alto mando...

Ese personaje es el ÚNICO que podría hacer algo para impedir la catástrofe anunciada pero no lo hace, y esa traición es más grave porque es una traición a sí mismo. Cuando pase el tiempo y se dé cuenta de lo que fueron estos años, de la cobardía generalizada y la indolencia que permitieron a los terroristas implantar su tiranía, verá que su enanismo moral fue lo que lo permitió.

(Publicado en el blog País Bizarro el 25 de febrero de 2015.)