Cuando se publicaron las propuestas de "paz" del Centro Democrático hubo algunas quejas en Twitter, que pronto fueron contestadas por varios tuiteros uribistas: "Eso es estrategia", decían. Es una lógica muy colombiana, muy hispanoamericana: cuando algo es falso y torcido, es que es inteligente, la rectitud es sólo simplicidad y candidez.
Y la verdad es que hay varios grados de compromiso y responsabilidad en esa "estrategia". Los candidatos a senadores y congresistas, los precandidatos presidenciales, los columnistas y el propio Uribe son coherentes y claros: nunca se han opuesto a esos diálogos, siempre que hablan de "la paz" aluden a eso, su entusiasmo por la negociación cuando comenzó fue claro y resuelto. No han dicho que buscan que los incluyan en la mesa de La Habana pero tampoco que se negarían a participar ni menos que no reconocerán lo acordado.
Yo no sé si realmente los colombianos serían indiferentes a una denuncia clara del sentido de las negociaciones de paz, de lo que significan como renuncia a la ley y destrucción del Estado en su sentido (que es la ley: cuando el Estado no está para aplicar la ley es sólo una gran banda de forajidos, según recordaba el papa Benedicto XVI citando a san Agustín). Lo cierto es que hay mucha gente que no quiere premiar a los terroristas pero se siente aislada e insignificante frente a la autoridad y el poder de los que quieren hacerlo (en esencia, las clases poderosas, lo que permite ver a las guerrillas comunistas como un simple recurso de dominación: la paz les asegura rentas a las castas superiores, tienen que hacerla necesaria y prometer un futuro amable mientras preparan la siguiente oleada de paz, que podría ser con el ELN a partir de 2018).
Pero el uribismo no está para representar la oposición al premio del crimen porque su sentido es otro y los sectores cuyos intereses representa no son propiamente los ciudadanos que desean la democracia (que son minoría por la cultura del país). Baste recordar la Constitución de 1991, el sometimiento de la sociedad a punta de carros bomba y la imposición de una ley que prohibía la extradición de colombianos y aseguraba el poder a las redes comunistas de las universidades (el caso de la abortada destitución de Petro sirvió para demostrar cuál es la función de la "acción de tutela", la supresión total de la ley, que no vale nada ante la determinación de cualquier funcionario). ¿Dónde estaba Uribe entonces? Era senador liberal muy próximo a Samper, de cuyo movimiento, "Poder Popular", era miembro. (Aun cuando el 8000, Uribe fue un defensor de Samper, según noticias ampliamente divulgadas.) El uribismo fue hegemónico en la sociedad unos diez años, a pesar de la obsesiva propaganda hostil de los medios, y ciertamente NUNCA ha querido cambiar la Constitución de 1991.
Lo que es llamativo no es Uribe y su séquito sino los seguidores "de base", que con frecuencia sienten una genuina indignación con los crímenes terroristas y quisieran que no se premiaran. Por diversas causas, sobre todo por la indigencia intelectual típica del país, esas personas no tienen alternativa a confiar en Uribe y continuamente reorganizan su información para que su rechazo al terrorismo corresponda a los intereses y "estrategias" del líder. Los hay ultraderechistas, conservadores, moderados, etc., pero ante cada situación termina predominando su adhesión al rebaño y su pasión por el Gran Timonel. No es concebible la crítica ni la distancia ni menos el rechazo cabal a la infamia de La Habana: se entendería como división de una oposición que los llena de esperanza a pesar de que al final siempre termina cediendo en todo.
Es decir, Uribe y su séquito son lo que son y dicen lo que piensan, pero gracias a los seguidores que se engañan a sí mismos (y engañan a muchos otros) creyendo que el lloriqueo es rechazo efectivo al premio del crimen, el uribismo termina obrando como la gran trampa que impide que haya oposición. Cualquiera que se quiera oponer a la infamia de La Habana resulta aislado porque unos creen que Uribe se opone y otros que no hay que oponerse porque Uribe tiene una "estrategia" mejor. Ya pasaron cuatro años en que el régimen terrorista no tuvo oposición, tal vez falten cuarenta para que se entienda que premiar el crimen sólo sirve para alentarlo y que el uribismo nunca ha estado en contra de premiarlo. A tal punto que después de que Uribe como senador en 1992 fuera ponente de una ley que aseguraba la impunidad de los autores de la toma del Palacio de Justicia, en 2014 llevó en su lista al Senado a uno de los que la planearon y dirigieron.
Para entender la estrategia del Centro Democrático a partir de ahora, baste prestar atención al discurso de Uribe el 20 de julio. Empieza mostrando ejemplos de la expansión de las bandas terroristas, pero eso sólo sirve como base para el discurso de la "seguridad". La seguridad es muy bonita, sin duda mejor que la inseguridad. Lo más probable es que en Corea del Norte haya mucha seguridad. El problema del terrorismo es la iniquidad, la abolición de la democracia y del Derecho, no la inseguridad. Si el problema colombiano fuera la inseguridad, tal vez habría que darle razón a Santos y a su gente, que intentan remediar la inseguridad apaciguando a los que la generan.
Los anuncios de proyectos de ley son otro ingrediente legitimador: el 80% del legislativo está en manos del crimen organizado, ¿qué sentido tienen esos proyectos de ley que con toda certeza no serán aprobados? Hacen quedar bien a Uribe con los militares perseguidos, no van a cambiar nada. Sólo que un régimen criminal resulta legitimado por la oposición decorativa que encontró.
Los anuncios de proyectos de ley son otro ingrediente legitimador: el 80% del legislativo está en manos del crimen organizado, ¿qué sentido tienen esos proyectos de ley que con toda certeza no serán aprobados? Hacen quedar bien a Uribe con los militares perseguidos, no van a cambiar nada. Sólo que un régimen criminal resulta legitimado por la oposición decorativa que encontró.
Lo mismo ocurre con las críticas sobre la inversión, la tasa de cambio, el agro: la clase de oposición que encontraría cualquier gobierno, como si se discutiera con Alfredo Garavito sobre modales en la mesa. La gerencia es el punto fuerte de Uribe, al que se deben la mayor parte de sus logros en el gobierno, pero un país no es una empresa.
Esa clase de temas propios de cualquier discusión con un gobierno normal ocupan casi todo el discurso, aunque ciertamente las singularidades colombianas no le incomodan a Uribe: no menciona el 4 X 1000 ni la persistencia de la parafiscalidad, tal vez porque las concepciones de Uribe sobre economía están más cerca de la plutocracia que del neoliberalismo, como decía una vez Alejandro Gaviria.
En lo concerniente a la "paz", el final del discurso, tengo que citarlo porque la ofuscación de los uribistas resulta de verdad cómica:
¿Cuáles son nuestras preocupaciones frente a la paz? Primero, deterioro de la seguridad; segundo, la impunidad; tercero, la elegibilidad, y cuarto, los riesgos para la iniciativa privada colombiana.¿De qué "paz" habla? Los uribistas "de a pie" siempre niegan que "paz" quiera decir en esa jerga "conversaciones de La Habana con las FARC", no aluden a la buena paz en que no hay guerra. ¿Qué es "paz" en el discurso de Uribe? Esa frivolidad los hace cómplices del terrorismo, cuyo principal engaño es llamar paz a la legitimación de los crímenes.
Bueno, ¿qué tal las preocupaciones? Todas son legitimación de la infamia de La Habana. El deterioro de la seguridad es un problema que se podría resolver premiando más o antes a las FARC. Los demás puntos los explica Uribe más adelante.
Pero nada de eso corresponde a las preocupaciones de un demócrata: las conversaciones de La Habana son ilícitas e inmorales porque constituyen la renuncia a la democracia y la legitimación de los crímenes terroristas. La estrategia le aconseja a Uribe olvidar eso. Encontrarle a la "paz" los inconvenientes que le encuentra Uribe es como quejarse de los hornos crematorios del Holocausto por el mal olor que generarían.
Empiezo con lo último. En lo que se ha dicho de acuerdos sobre el sector agropecuario, se pone en pie de igualad al propietario honesto con el propietario deshonesto, en el mismo riesgo de expropiación.Lo que se ha dicho de acuerdos sobre el sector agropecuario es monstruoso porque el Estado no puede negociar con unos asesinos las leyes ni nada que tenga que ver con el gobierno del país. El reproche de Uribe es fácilmente remediable, se cambia y se protege al propietario honesto, pronto las FARC le comprarán su tierra con los billones de la cocaína y el secuestro. ¿No es tácito el reconocimiento al crimen de La Habana? ¿Es tan complicado entender que los defensores de Uribe se hacen cómplices de esa infamia a la vez que lloriquean por lo que hacen los terroristas? Lo complicado para mí es entender la incapacidad de verlo.
Nosotros creemos que debe haber reducción de sentencias más aún en el caso de las bases de la FARC. No nos oponemos a que haya indulto, amnistía, a que haya elegibilidad política, pero no en el caso de los responsables de crímenes atroces. Por ejemplo, algunos frentes de la Farc y sus cabecillas son responsables del asesinato de más de 300 soldados y policías, en Patascoy, Mitú, Las Delicias. Son los grandes proveedores de los carteles de coca de México.Insisto, ya el hecho de que se negocie es un crimen contra la democracia, pero en gracia de discusión aceptemos que hubiera que negociar: ¿alguien detecta en el discurso de Uribe la menor alusión a la desmovilización y disolución de las bandas, a la confesión de todos los crímenes y la entrega de las armas? No: sencillamente añade un matiz para que se castigue a los responsables de crímenes atroces: éstos serán los que les dé la gana a los negociadores. Karina y gente así. ¿Cuáles son los crímenes atroces? Se podría decir que los asesinatos de soldados y policías que menciona no lo son porque en virtud del reconocimiento que se hace al negociar serían acciones de guerra. ¿Hay alguna responsabilidad de los jefes del Partido Comunista en esos crímenes atroces? A lo mejor alguien podría demostrar que los jefes del partido nazi no tenían participación directa en el Holocausto. El crimen es levantarse para implantar la tiranía, no lo que ocurre después de que se está en eso.
Es incomunicable y termina siendo claro que los uribistas están en el mismo bando que Santos.
SEÑORES URIBISTAS, YO SÍ ME OPONGO A QUE HAYA INDULTO Y AMNISTÍA Y ELEGIBILIDAD POLÍTICA.
Me opongo a que se dé cualquier reconocimiento a unos criminales y a que el país se someta al poder que han acumulado secuestrando gente. Los partidarios de "reconciliarse" con los terroristas dan menos asco que los que pretenden estar en contra y apoyan esa infamia de Uribe y el Centro Democrático (en todo el discurso no aparece la palabra víctimas).
Yo no creo que al país le convenga la impunidad, que es la madre de nuevas formas de violencia. Nosotros no podemos comparar a nuestro país para aplicar la justicia transicional, con lo que pasó en los países de la región donde se hizo el tránsito de la dictadura a la democracia. Nosotros tenemos una democracia respetable, aquí no estamos haciendo el tránsito de la dictadura a la democracia. La justicia transicional, si en los casos de anormalidad a normalidad, no acepta esa impunidad que se ha querido proponer, menos aquí. Para nosotros el trabajo social es un deber no una pena. Entonces concluimos diciendo: que la única manera de evitar que haya impunidad es con pena privativa de la libertad, así sea reducida, y aceptamos el indulto, la amnistía y la elegibilidad, para las bases de esos movimientos.
Las bases las constituyen niños y rústicos que no aspiran a ser elegidos, y sobre todo: las FARC no se van a desmovilizar ni van a cesar sus crímenes. Si Uribe no sabe eso es un imbécil. Si lo sabe y lo oculta es un canalla. Lo que se cuece en La Habana es la entrega del país al eje chavista representado en las bandas "narcoterroristas" y sus frentes universitarios. No están optando por ir a la cárcel o no, porque los que van a ir a la cárcel, que en gran medida ya están ahí, son los que les han incomodado.
Sólo hay un camino para oponerse a esa infamia: la justicia internacional, la Corte Penal Internacional, que no podría negarse a reconocer un genocidio emprendido por el Partido Comunista desde los años cincuenta. El señor Uribe y su séquito no van a hacer eso porque sólo están pensando en defender su cuota de poder en el nuevo orden, tal como hizo Álvaro Gómez en 1991.
(Publicado en el blog País Bizarro el 30 de julio de 2014.)