jueves, diciembre 15, 2011

Pero ¿por qué Breivik tenía que matar a los niños?


Como era previsible, Anders Behring Breivik no fue declarado "enfermo" por las autoridades noruegas ni ha mostrado arrepentimiento por los asesinatos que cometió. La ausencia de interés de lucro o poder en su acción lo muestra como un "idealista" que mata para cambiar la sociedad, pero concebir eso hace rabiar de santa indignación en un lugar como Colombia, donde quien más, quien menos, todos han sido admiradores del Che Guevara en alguna época de su vida y donde la misma Constitución y la máxima autoridad judicial legitiman el asesinato como acción "altruista". No tiene sentido sorprenderse: ¿por qué va a esperarse que no aplique la "ley del embudo" quien legitima el asesinato y aun le debe su poder y sus rentas fabulosas a dicha proeza, como ocurre con los herederos del engendro de Pablo que hacen "justicia" en nuestro deplorable muladar?

Ya comenté en otra ocasión que el crimen del noruego es expresión de un malestar innegable en muchos países de Europa a causa, entre otras muchas razones, de la inmigración de origen musulmán y la imposición amenazante de los preceptos islamistas, de lo que es buen ejemplo la persecución a Salman Rushdie o al autor de las famosas caricaturas de Mahoma. Pero sin la menor duda lo que indignaba a Breivik, que planeó su crimen durante muchos años, no serían los musulmanes, porque en tal caso habría ido a matarlos. Ni siquiera los marxistas propiamente dichos, a los que también "perdonó". Creo que vale la pena considerar el que matara a unos adolescentes del partido que ha dominado la política noruega por más tiempo, no a los dirigentes del partido ni a los altos cargos del gobierno.

Lo primero que merece atención es el carácter del partido, pues basta la percepción que se tiene de un término para reconocer la sarta de respuestas ideológicas que todo el mundo tiene antes de asomarse a algo. ¿Qué significa "socialista"? Para el colombiano medio significa "de izquierda", luego "justo", "equilibrado", "ecuánime" y aun "bueno". Por eso copiaré la definición del diccionario, porque si entendemos qué es "socialismo" tal vez sepamos de qué hablamos:
Sistema de organización social y económico basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y en la regulación por el Estado de las actividades económicas y sociales, y la distribución de los bienes.
Luego, el socialismo es el bando del Estado. En los países escandinavos el estatismo ha llegado a extremos mayores que en cualesquiera otras sociedades democráticas. La tasa impositiva ha sido durante mucho tiempo altísima. Se llega a extremos en los que la tasa impositiva es superior a los ingresos, como le ocurrió a la escritora Astrid Lindgren. La imagen que tienen los colombianos sobre esos países, siempre determinada por el adoctrinamiento que se considera "educación", es la de paraísos ordenados y amables gracias a la protección social. Todos los prejuicios y complejos racistas, la ignorancia y la ideología confluyen en el mito que hay al respecto. Se trata de países con una gran cohesión étnica (sin migraciones significativas desde hace miles de años), forzados a la solidaridad y el orden por el clima inclemente, regidos durante casi cinco siglos por una misma forma de vida religiosa y próximos lingüística y geográficamente a los grandes centros de innovación tecnológica y cultural de los últimos siglos (Alemania y el Reino Unido, junto con Estados Unidos). El paraíso del socialismo no cuenta con muchas ventajas respecto a Suiza, pero es casi perder el tiempo explicar eso a los colombianos, a quienes hasta la belleza de la arquitectura o de los paisajes escandinavos les parecen fruto del socialismo.

El sentido de este artículo es sobre todo discutir las falacias reinantes sobre el socialismo. La palabra evoca la idea de "igualdad", concebida en términos de la ideología creacionista del resentimiento como "justicia", aunque tiene poco que ver tanto con una noción como con la otra. La mayor parte de los recursos de los colombianos se gastan en pagar privilegios escandalosos a los socialistas: es decir, a los partidarios del Estado, es decir, a los burócratas. ¿O qué es el Estado?

Cuando el colombiano está delante del ángel escandinavo (me gustaría imaginarme cuántas colombianas rechazarían una invitación a cenar de Breivik antes de su proeza), admira sobre todo el tipo físico, pero lo aliña con ideología: ese paraíso es socialista. No en balde dice Nietzsche, en un texto que explica todas las falacias que reinaron después, que el Estado, posea lo que posea, lo ha robado.

A quien le interese el tema del Estado le recomiendo el capítulo "El mayor peligro, el Estado", de La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset, del que copio un par de párrafos.
Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatifícación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos. Cuando la masa siente alguna desventura o, simplemente, algún fuerte apetito, es una gran tentación para ella esa permanente y segura posibilidad de conseguir todo — sin esfuerzo, lucha, duda, ni riesgo — sin mas que tocar el resorte y hacer funcionar la portentosa máquina. La masa se dice: "El Estado soy yo", lo cual es un perfecto error. El Estado es la masa sólo en el sentido en que puede decirse de dos hombres que son idénticos, porque ninguno de los dos se llama Juan. Estado contemporáneo y masa coinciden sólo en ser anónimos. Pero el caso es que el hombre-masa cree, en efecto, que él es el Estado, y tenderá cada vez más a hacerlo funcionar con cualquier pretexto, a aplastar con él toda minoría creadora que lo perturbe; que lo perturbe en cualquier orden: en política, en ideas, en industria.

El resultado de esta tendencia será fatal. La espontaneidad social quedará violentada una vez y otra por la intervención del Estado; ninguna nueva simiente podrá fructificar. La sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la maquina del gobierno. Y como a la postre no es sino una máquina cuya existencia y mantenimiento dependen de la vitalidad circundante que la mantenga, el Estado, después de chupar el tuétano a la sociedad, se quedará hético, esquelético, muerto con esa muerte herrumbrosa de la máquina, mucho más cadavérica que la del organismo vivo.
Pero en el contexto del "paraíso" escandinavo el proceso va mucho más lejos. La dominación burocrática conduce a una regulación en la que toda responsabilidad individual desaparece, tal como en la sociología totalitaria el delincuente es una víctima de una sociedad enferma. Un escritor danés publicó una novela, El hombre que quería ser culpable, sobre esa enajenación.

Es muy interesante examinar el contexto de la isla de Utoya, donde fue Breivik a matar a los adolescentes de las juventudes del Partido Socialdemócrata. Fue un regalo de los sindicatos al Partido, y está ligada a la historia de sus dirigentes.

Sencillamente, el partido del Estado se vuelve una casta hereditaria que poco a poco se va apropiando de la sociedad. Detrás del móvil del asesino puede estar un sentimiento de agravio que comparte mucha gente, y que tiene que ver con ese papel del Estado que describe Ortega: surge de la sociedad pero la va parasitando. Genera una dictadura invisible que conserva las formas de cortesía (algo que destacan todos los que conocen las sociedades escandinavas) pero poco a poco va generando privilegios para los descendientes de la casta burocrática. Como asegurarles protagonismo y mando desde jóvenes. Y al mismo tiempo muestra su radicalismo con la solidaridad con ángeles hermanos como los de las FARC colombianas.

Claro que ¿cómo va a entenderse eso en Colombia? Los privilegios de la nobleza de sangre motivan las cómicas muecas de desprecio (la "artista" Doris Salcedo, premiada en España, exhibió su rebeldía negándose a un trato deferente hacia un miembro de la familia real), al igual que los de la herencia patrimonial, típicos del orden burgués. No así los privilegios de las castas funcionariales, que a fin de cuentas son tradicionales en Colombia.

Porque el fondo de la adhesión al socialismo de los colombianos es su herencia ideológica y moral. Los privilegios de los de arriba les molestan menos si son burócratas o demagogos. Es decir, porque el ensueño ideológico del colombiano sólo es reflejo de aquello de que está constituido, de lo que ha visto y aprendido, de la plenitud del tinterillo o el cura que disponen de todo sin rendir cuentas.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 17 de agosto de 2011.)