lunes, agosto 29, 2011

La "paz" como forma de vida


En las "Notas del vago estío", un texto de 1925 incluido en el tomo V de El espectador, Ortega y Gasset se ocupa de los castillos característicos de la Europa medieval y de la clase de gente que los construyó. Para describir a esa gente concluye hablando de "la guerra como forma de vida". Me he acordado de ese texto, esencial para quien quiera entender el origen de nociones como "democracia" o "liberalismo", por estar hojeando un libro muy curioso que cayó en mis manos por casualidad. Es un volumen de más de 500 páginas titulado Se inician acuerdos parciales 1986-1990 y forma parte de una curiosa Biblioteca de la Paz que publica la Fundación Cultura Democrática con el patrocinio de USAID y la Organización Internacional para las Migraciones.

Se trata de una compilación de documentos en los que se registra el proceso de negociación del gobierno de Barco con el M-19, que habría de conducir a la Constitución de 1991 y al statu quo vigente. Lo que más maravilla de la lectura de ese libro es el orgullo de todos quienes participaron en dichos procesos de "paz". Como si tuvieran la sensación de que el país está en deuda con ellos por el prodigio que consiguieron.

En lo esencial, las tribulaciones colombianas actuales vienen de los procesos de esa década, y creo que conviene detenerse a entenderlos. El aspecto principal no es ningún hecho desconocido (pese a que los hay, como la relación de las guerrillas con las bombas atribuidas a Escobar o con los grupos de poder: el M-19 con Enrique Santos Calderón y su revista; el ELN con López Michelsen y las FARC con el conservatismo, a través de intermediarios como Álvaro Leyva y en búsqueda de una división del bando "izquierdista" que condujera a un nuevo bipartidismo, que fue lo que motivó el proceso de paz de Betancur con esa banda). No, lo esencial es el significado de esa palabra, "paz", que tan alegremente aceptan los más agrestes y aplicados uribistas.

Es curioso el escándalo que han armado porque en el texto de la Ley de Víctimas se aluda al "conflicto armado". Uno se pregunta cuál es el problema de cada una de esas palabras. Los partidarios de las bandas terroristas siempre argumentan que las convenciones internacionales señalan cierta cantidad de muertos o de combatientes para que se considere que hay un "conflicto armado", y yo me pregunto qué parte de "conflicto" o de "armado" no corresponde a la realidad, o si es que la adición de ambos términos genera una nueva noción con sentido esotérico que prohíba su uso.

En cambio, el término que sí es inadmisible en la retórica de los terroristas y de los gobiernos que buscan obtener galardones aliándose con ellos, es la palabra "paz". ¿Qué es paz? ¿Hubo algún avance hacia la paz gracias a los gobiernos de los ochenta? ¿Tienen alguna relación las conversaciones que entablan los gobiernos colombianos con las bandas terroristas con la paz? Eso es del máximo interés porque los paradigmas del uribismo respecto a la negación de que haya un conflicto armado y la proclama de una "amenaza terrorista" generan el curioso fenómeno de la guerrilla como una pura injerencia selenita sin relación con la sociedad colombiana.

Si uno piensa en la situación de Libia antes de las recientes revueltas, se podría decir que había paz. ¿No había paz? En el sentido de "ausencia de guerra", había paz, y por tanto cualquier negociación que comporte el perdón de los asesinatos que ha cometido Gadafi y aun la recuperación del poder por él se podrá considerar un avance hacia la paz. Lo mismo se podría decir de todas las situaciones en que un bando criminal se impone. Eso fue lo que ocurrió durante el gobierno de Barco y los gestores gubernamentales de paz, como Rafael Pardo, se han vuelto en realidad representantes de los criminales gracias a la necesidad de considerar un logro el sometimiento de la democracia a la voluntad de unos asesinos.

Es decir, si se considera que el paso de los miembros del M-19 de asesinos y secuestradores a ministros y embajadores es la paz, las conversaciones de paz son sólo la rendición de las víctimas, o de quienes debieran representarlas, ante el triunfo de los agresores. Lo que llaman "paz" es la abolición del derecho, y sólo por una vieja cultura del crimen político se pudo encubrir semejante monstruosidad. El gobierno siguiente al de Barco, continuista, una vez premió al M-19, buscó la paz con Pablo Escobar, que también era político y tenía el mismo derecho de la banda comunista disfrazada de "anapismo" para obtener poder político gracias a sus crímenes. Lo único que lo impidió fue la obstinación estadounidense en perseguir a los traficantes de cocaína.

Se podría plantear respecto de todos los criminales. En lugar de enviarlos a la cárcel se los premia con poder y generosos recursos públicos y se considera que se ha avanzado hacia la paz. ¿Cómo es que ningún país democrático ha premiado a las organizaciones terroristas? Porque el M-19 no era diferente a las Brigadas Rojas, a Acción Directa, a ETA o a la Fracción del Ejército Rojo alemana. Ciertamente, la banda de Bateman y Pizarro expandió su poder gracias a sus crímenes, pero alcanzó a copar incluso el poder judicial gracias a que el poder político encontró más rentable aliarse con los asesinos que combatirlos.

Esa curiosa solución de los problemas, que es la que claramente intenta el actual gobierno, no se podría explicar simplemente suponiendo que las bandas terroristas son sectas de unas cuantas decenas de fanáticos. De lo que se trata es de iniciativas de grupos ligados al poder que terminan teniendo éxito gracias a la eficacia de la conjura, a la capacidad de manipulación de sectores significativos y sobre todo a la ausencia de cultura política: enfrente de los conjurados sólo hay pícaros, demagogos y burócratas sin imaginación.

Para entender ese camino hacia la "paz", que convirtió el secuestro y el asesinato en la forma correcta de hacer carrera política en Colombia (a tal punto que en las décadas siguientes las FARC han obrado con la absoluta certeza de que tantos años de lucha darán resultados, como exigía Antonio Morales Rivera cuando era columnista de El Espectador), conviene examinar despacio el origen de las guerrillas y de los grupos de presión que las acompañaron. Eso es del máximo interés porque por cada militante guerrillero ideologizado y capaz de seguir la disciplina del Partido que dirige la conjura hay varios que forman parte de organizaciones no gubernamentales dedicadas a la paz. Y también varios funcionarios públicos vinculados a ellos. Las bandas terroristas, las ONG de paz y derechos humanos y los sindicatos de funcionarios estatales son partes complementarias del movimiento comunista.

Es decir, la retórica pacifista viene a ser como la actitud del tipo que se acerca a la cajera a exigirle el dinero para aplacar al merodeador de gafas y sombrero, que va armado. La labor de "paz" se basa en el sobreentendido de que hay un conflicto entre bandos igualmente legítimos que llegan a un acuerdo y evitan que siga la violencia. Esa falacia sería fácil de desbaratar de no ser porque en el interior de las instituciones están los agentes aliados de los terroristas, dispuestos a reconocer tal "conflicto". Cuando se hurga un poco más, esos agentes aliados son la mayoría de los funcionarios, más cuanto más alto es su rango, y de ese modo las bandas terroristas son sólo un recurso de los grupos sociales de los que salen esos funcionarios para someter al resto de la población.

Antes del M-19 y aun del auge de las FARC y el ELN había Movimiento Estudiantil Revolucionario, que es de donde salieron los líderes terroristas, los líderes de ONG y los jueces y políticos que acompañaron los procesos de paz. Pero antes de ese movimiento existía la universidad como refugio de las castas de la vieja sociedad, convertidas, como siempre en la historia, en casta sacerdotal. Las diferencias entre los distintos grupos de activistas tenían que ver con el origen social y regional, y de ese modo lo que hay es una división social del trabajo, para usar la jerga marxista.

El supuesto de que las bandas terroristas van a integrarse en la sociedad cuando se cede a sus pretensiones, pero gracias a que cometen crímenes, porque de otro modo no significarían nada, es algo que imponen los poderosos al resto de la sociedad, y en realidad sirve como pretexto para asegurar el mando por encima de toda competencia a los grupos de poder, a costa de premiar a las clientelas con privilegios que la gente de los países civilizados ni se imagina. De ese modo, el terrorismo, siempre ligado a sindicatos como los de la USO, Fecode o Sintratelecom, sólo es ventaja de las viejas castas respecto del resto de los ciudadanos. La misma Constitución de 1991 significó un logro de ese estilo, pues gracias a la arbitrariedad judicial que se implantó los recursos siguieron fluyendo hacia los grupos de poder con el pretexto de los "derechos fundamentales", y sobre todo de la discrecionalidad del juez que falla tutelas.

Los activistas del Movimiento Estudiantil Revolucionario que se dedicaron a la paz son los más afortunados de todos. Los líderes de las cientos de ONG de paz existentes ganan sueldos a menudo superiores a los de los ministros, y su labor consiste en redactar textos que no lee nadie y en los que proclaman sus maravillosas intenciones, siempre con el supuesto de reconocer legitimidad a organizaciones terroristas. Desde hace décadas se oye decir que "la paz es un buen negocio".

Bah... La condición del ingreso maravilloso de esos filántropos son los crímenes, y cuanto más cerca están las negociaciones de paz y más aumentan los ingresos y oportunidades para los pacifistas más aumentan aquellos. Durante el proceso del Caguán los periodistas señalaban ante cada atrocidad que "las partes necesitan llegar fuertes a la mesa de negociación", COSA QUE ES CIERTA, pues sin crímenes no habría nada que negociar.

El error es admitir que se puede premiar a los criminales en lugar de castigarlos. Pero ¿quién resistirá a una presión cuyo trasfondo es el de las viejas jerarquías de la sociedad? Considerar a los profesionales de la paz como criminales es algo que no cabe en la cabeza de los colombianos, que es donde está la raíz de todos los males del país. Ayer mismo, los uribistas estaban dichosos porque se aprobó la cadena perpetua para violadores de niños, reconciliados con sus partidos porque parece que por fin se conseguirá hacer sufrir a alguien. ¿Cómo van a ser criminales los expertos en solución de conflictos? El mismo señor Alfredo Molano, que comparaba a Tirofijo con Bolívar y alentaba a las FARC después de la masacre de Vigía del Fuerte, daba clases de ¡Solución de Conflictos! en Barcelona.

Los mismos que inundan Twitter indignados porque se aluda al "conflicto armado" en el texto de la ley que implanta la cleptocracia en Colombia felicitaban a Paloma Valencia Laserna por una columna en la que sin el menor rubor proclamaba que:
La debacle de Samuel nos ha afectado a todos: su administración desmejoró aún más la ya precaria calidad de vida de los capitalinos; pero el daño más grande fue la lesión al Polo.

El debilitamiento de este partido, que ha venido conformando una izquierda seria, no violenta, deslindada de las Farc, es un golpe para nuestra democracia. El Polo hizo una gran gestión de oposición durante el gobierno Uribe. Su participación fue fundamental para el enriquecimiento del debate público.
¿Cómo va a dudar alguien de que la mentira de llamar "paz" al cobro de los crímenes es una labor legítima cuando los uribistas muestran tanto respeto por el Partido Comunista y su frente de masas, que jamás ha pedido la desmovilización de las bandas terroristas? ¿Era legítima la labor de oposición consistente en intentar frenar todo esfuerzo que se hiciera contra las FARC y el ELN?

Muchas de esas bellas personas que trabajaron por la paz deben de estar por los setenta años, y si no se han exiliado serán colombianos riquísimos y prestigiosos. En otros países eso corresponde a los médicos, ingenieros, etc. En Colombia el negocio correcto es lucrarse del crimen legitimándolo y convirtiendo el acto de secuestrar gente en algo equivalente a que se intente impedir que se secuestre gente. Con todo el respeto de los terribles uribistas, sector político apegado a un caudillo que en la realidad parasita el anhelo legítimo de PAZ, de ausencia de bandas terroristas y de socios que prosperan gracias a sus crímenes.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 18 de mayo de 2011.)