domingo, noviembre 28, 2010

El "ego" del estratego

Si alguien conoce una fórmula infalible para ganar en los juegos de envite, como el póquer, es poco probable que la divulgue. Pero yo conozco una fórmula infalible para perder: tener demasiadas ganas de jugar. Y es que, dado el componente de irresponsabilidad y aun de autodestrucción del juego, cualquiera que mantenga la calma está en ventaja respecto de un jugador ansioso. Cualquiera que evalúe riesgos y se interese más por lo que puede perder que por la satisfacción de un éxito fácil.

Cuando se trata de un estadista como el doctor Santos, todo es mucho más grave: el dinero que se juega no es suyo, y se supone que es el mandatario que ejecuta un mandato, que no era precisamente aliarse con la banda de criminales que hoy ocupa la Corte Suprema de Justicia (que impiden que se investigue a los que aparecen en los computadores de Raúl Reyes porque "no hay pruebas") y con Chávez y negociar con las FARC. Su conducta lo descalifica como demócrata, y dice mucho acerca de los enemigos del ex presidente Uribe, tan cargados de pretextos y moralinas que se entusiasman como niños en cuanto hay perspectivas de proceso de paz. Era la dicha que uno encontraba en la prensa en los años del Caguán.

¿Qué sale de la reunión de Santos con Chávez? Pues obviamente que el dictador venezolano perdona a Colombia y vuelve a permitir algunas exportaciones, que ya verá si paga (hace años que debe miles de millones). Claro que Santos podrá haber pensado en exigirle algo sobre las FARC, pero dado que su aspiración no consiste en promover la democracia en Venezuela ni en exigir al Gorila Rojo que deje de ofrecer el burladero a los terroristas, sino en ejercer protagonismo como "estadista", ni siquiera habrá mencionado a las FARC: lo que cuenta es salir en la foto con el hermoso trofeo de la reanudación de relaciones.

Esa actitud es calcada de la que animó a Andrés Pastrana durante la larga pre-negociación con las FARC, con la diferencia de que Pastrana había anunciado sus intenciones antes de ser elegido, y Santos no. Y el efecto es seguro y previsible: las FARC seguirán en Venezuela y las deudas del opulento exportador de petróleo se pagarán sólo en parte. Pero esos pírricos resultados serán presentados como un gran triunfo histórico por la prensa, la gran aliada de Santos (hasta ahora sobre todo hay halagos por el increíble fraude de aliarse con todos los enemigos de Uribe después de usar hasta un actor con su voz para ganar las elecciones).

La expresión de felicidad de Chávez es muy diciente: su régimen es una dictadura totalitaria en fase de consolidación que afronta algunos problemas, por ejemplo por la denuncia de Uribe ante la CPI. El reconocimiento de Santos a su gobierno descalifica esa denuncia y le provee material para afianzarse en el poder mientras acaba de aniquilar a la oposición y de ejecutar el previsible fraude en las elecciones de septiembre. Y como, lejos de lo que creen los tontos, no es nada tonto, llega a exigirle a Santos que se someta y aun a amenazarlo: sabe que el cómico estadista sólo busca protagonismo y que es indiferente respecto del futuro de la democracia en Venezuela.

Nadie duda de que el próximo paso de Santos será la negociación con las FARC, sobre la que sin duda le habrá hablado Chávez, provisto de la solución. No sólo la incluyó en su discurso presidencial, sino que sin duda cederá ante la presión de los medios que lo jalean, por no hablar de la muy probable labor de consejero privado de su hermano, el socio de García Márquez en Alternativa. Y el silencio ante ese rumbo es preocupante: como todos asumimos que Uribe debe dejar de obrar como si gobernara, la prensa acalla las voces críticas y así se va hacia otra "negociación" en la que Santos cree que tiene condiciones para imponer la desmovilización de las FARC.

Los militares, al menos los militares retirados, deberían alzar la voz. La mera posibilidad de emprender negociaciones de paz resucita literalmente a las FARC. Como todos los proyectos humanos, el ejército comunista vive de esperanza, con lo que los maltrechos frentes se aferrarán a esa posibilidad para persistir, al tiempo que los recursos bolivarianos permitirán reclutar más gente y controlar la deserción.

En el bando de las Fuerzas Armadas el efecto sería catastrófico: claro que todo el mundo anhela la paz, y más los que se van a jugar la vida, pero cuando ya se preveía la victoria y las tropas estaban llenas de moral, la posibilidad de que los asesinos pasen a ser poderosos jefes políticos, columnistas, defensores de derechos humanos disuade de cualquier esfuerzo para capturarlos. Claro que cuando escribo descubro que los asesinos ya son todo eso, y es que Santos no se ve como un nuevo Pastrana sino como un nuevo Gaviria, cuya magna remuneración al M-19 por sus asesinatos y secuestros seguramente le producirá admiración.

El lunes había dos artículos en El Tiempo sobre la negociación con las FARC. Mauricio Vargas advierte sobre las "trampas del diálogo", con atendibles razones. No obstante, se deja lo principal, y es como si perversamente ofreciera opciones a los terroristas. Claro que pueden dejar de secuestrar, sencillamente extorsionando con amenazas de muerte. Y también sentarse a la mesa con la promesa de desmovilizarse, pero ¿qué pueden hacer si finalmente el régimen no hace la reforma agraria ni los cambios que tanta falta hacen? A Mauricio Vargas no le molesta que se negocie con los terroristas la administración del Estado o las leyes: tampoco le molestaba durante los años del Caguán. De hecho, no le molestaba a ningún columnista.

La posibilidad de que se premien las masacres, castraciones y secuestros inquieta todavía menos a Eduardo Pizarro, usufructuario él mismo de una negociación de paz. Pese a su tono condenatorio, lo que le parece exigible es sólo lo que propone el nuevo gobierno (y que perfectamente podría estar acordado con las FARC, dados los privilegiados canales del hermano del presidente). ¿Cómo se puede negociar con alguien que se compromete a desistir de su poder? Es como si uno entra a la tienda con el compromiso de salir sin un centavo de ahí, ¿qué es lo que se negocia? Uno exige todas las existencias, aunque lleve poquísimo dinero. ¿Qué pasa si no se las dan? La negociación tiene que romperse, porque el problema no es el resultado final sino aquello que se negocia. O no, la negociación no se rompe porque el premio de las FARC es suficiente para que pasen a mandar sobre los colombianos, en lugar de sólo matarlos y castrarlos.

Lo que hay en el escrito de Pizarro, y también en la propuesta del gobierno, es la perspectiva del premio de los crímenes: en forma de leyes que legitimen el accionar terrorista, como quedó legitimado el M-19 después de la Constitución del 91, que la clase política nunca ha cuestionado. En forma de cargos de poder, incluso como diplomáticos, para los jefes terroristas, de nuevo, tal como se hizo con el M-19. Y también en forma de recursos millonarios: no hay que olvidar que Uribe contó que él mismo había tenido que darle mucha plata al M-19 por compromisos de los gobiernos anteriores.

Es en realidad un problema cultural: en Colombia no se entiende qué es la democracia, y entonces se llama así a cualquier cosa, como el unicornio de que hablaba Borges. El mismo partido de los terroristas se llama "Polo Democrático". De ahí que por el alivio de no tener que aplicar las leyes se permita que éstas sean impuestas a punta de asesinatos, y por las probables dádivas del poder todos los "creadores de opinión" se entusiasmen con un fraude descarado a la voluntad de los ciudadanos.

Todo eso terminará peor que con Pastrana, pero ¿cómo hacerle entender al señorito, devenido grotesco reyezuelo de una grotesca república bananera, que no puede jugarse la plata de la familia y que por su ridícula vanidad, amén de los turbios intereses familiares que sin duda estarían detrás de la promoción del terrorismo por su hermano, no debe echar a perder el esfuerzo de estos años? Está ansioso por jugar y por lucir su talento, y sólo conseguirá que Colombia vuelva a los noventa, peligro que se creía conjurado con la derrota del lamentable Mockus.

En enero de 2002 el hermanísimo, como editorialista de El Tiempo, advirtió que aun si las FARC fueran derrotadas pronto habría quien retomara sus banderas. Era profético: después de que se confirme una vez más que el asesinato es la forma correcta de hacer carrera política en Colombia, ¿cómo pedirle a un aspirante a diplomático, senador o columnista que se resista a ponerlo en práctica? Se verá a sí mismo como un nuevo Alfonso Cano, que por entonces será defensor de los derechos humanos y de las víctimas, probablemente en la ONG de Iván Cepeda.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 11 de agosto de 2010.)