miércoles, octubre 06, 2010

La rebelión atávica y la pirámide de Maslow


Desde su surgimiento en el siglo XVI, la sociedad colombiana ha tenido siempre una estructura piramidal muy acusada, con una minoría rica y completamente improductiva y una mayoría excluida y condenada a la miseria. Durante la mayor parte de esa historia, los tres siglos coloniales, esa división se expresaba en castas que se llamaban así y que correspondían al origen étnico de cada grupo. Durante los dos siglos de vida independiente las castas superiores de la vieja sociedad han vivido aferradas a su condición privilegiada y han seguido disfrutando de rentas gracias a su relación con el Estado. El país nunca ha tenido un verdadero desarrollo industrial y en definitiva es un exportador de materias primas, cuyo producto se reparte de forma leonina en favor de los de arriba.

Los rasgos de ese orden jerárquico son perfectamente visibles para cualquiera que vea la vida colombiana desde fuera. Todo el mundo es consciente de su estrato, todo el mundo desprecia a los "igualados"; las personas cuyo origen tiene que ver con etnias sometidas son serviles y acomplejadas, y a la vez resentidas; las que tienen relación con Europa, por ejemplo los descendientes de inmigrantes centroeuropeos, mezclados con las castas superiores de la vieja sociedad, son en extremo arrogantes y convencidos tanto de la superioridad de sus ocurrencias como de su derecho a disfrutar de rentas que nadie evalúa. Las personas que producen son despreciadas: los tenderos o dueños de talleres por su codicia y estrechez de miras, los finqueros y ganaderos por su rusticidad y demás rasgos que los distinguen de los habitantes de la capital.

A lo largo del siglo XX se produjo un desplazamiento de las ocupaciones tradicionales de las familias de las castas superiores: si antes eran militares, clérigos y burócratas, a partir de los cambios sociales derivados del crecimiento de las ciudades pasaron a ser profesores universitarios (con las mismas prerrogativas del viejo clero, el mismo derecho a obtener rentas por sus actividades privadas y la misma autopercepción de jerarquía), miembros de ONG (muchos de ellos con ingresos propios de ministros), activistas políticos profesionalizados (cuyo verdadero negocio es la violencia, y que son indistinguibles de los miembros de ONG, salvo porque a veces su relación con la industria del crimen es más patente), y en todo caso burócratas y miembros de camarillas ("roscas") que disfrutan de los recursos públicos porque nadie sabe en qué se gasta realmente el dinero del erario.

Al igual que en toda Hispanoamérica, dichas castas superiores encontraron en la Revolución cubana el modelo de sociedad que correspondía a su sueño: control absoluto del Estado, seguridad en los ingresos y en la jerarquía, y sobre todo conservación segura del mando. A pesar de décadas de esfuerzos, si bien no muy dolorosos pues eran pagados por las víctimas, el comunismo no consiguió arraigar en la mayor parte del continente hasta la última década. Pero en Colombia la clientela de dichas castas, seleccionada eficazmente por los exámenes universitarios, consiguió repartirse los ingresos de la bonanza petrolera: es la historia del sindicalismo estatal, con decenas de miles de activistas cuyo único oficio es hacerse subir el sueldo, que ya es decenas de veces superior al de la mayoría de los colombianos, que no correspondía a ningún "trabajo" distinto al activismo y que en todo caso se convertía en renta segura mucho antes de que los beneficiados cumplieran cincuenta años.

Cuando se habla de guerrillas se suele olvidar que éstas no son más que la fuerza de choque de la llamada izquierda democrática, y que el dominio de la función pública que llegó a tener el Partido Comunista se basaba en la posibilidad de intimidar gracias a las tropas de niños y rústicos.

Pero la reacción popular contra las guerrillas que llevó al poder a Uribe Vélez en 2002 y la continuidad de dicho rechazo hicieron inviable a la izquierda democrática como discurso aglutinador de una mayoría capaz de imponerse en las urnas. De ahí que dicho sector social se aferrara a la relativa popularidad del ex alcalde Mockus (léase "Moscus") y a la comodidad del uso de las redes sociales de internet para crear una moda con la que algunos todavía sueñan que podrán desplazar del poder al uribismo, que a fin de cuentas está dirigido en buena medida por políticos de la periferia. No se entiende nada de Colombia si no se ve que dicho movimiento expresa las mismas pretensiones jerárquicas que tenía ya en el siglo XVI la minoría dueña del poder: la "pedagogía" lleva en sí la misma pretensión de superioridad que la evangelización; con la tributación por una parte pretenden ensanchar el poder del Estado (gasto público como parte del PIB), controlado por los mandarines formados en tales universidades, y por la otra asegurar las rentas de esa vasta clientela "educada" pero incapaz de formar parte de una sociedad competitiva y de producir nada evaluable.

De tal modo, el mockusianismo y la ola verde forman parte del folclor local de un modo que sólo es visible para alguien que no conviva con los colombianos. Y eso a tal punto que realmente es difícil, muy difícil, encontrar a alguien que no comparta valores e ideas con los partidarios del ex alcalde: es como una persona que no tuviera ningún parecido con ninguno de sus cuatro abuelos. Y es que la rebelión de la "decencia" (en realidad una mezcla de matonería, calumnias, pretensiones y ridiculez que constituye el paradigma de la indecencia) es sólo una respuesta atávica, de esa vieja sociedad del Barroco, al proceso de globalización y asimilación al Occidente que ha caracterizado esta década en Colombia.

Para poner un ejemplo típico, es casi imposible encontrar a un colombiano que no crea que la guerrilla se remediaría si hubiera educación. ¡Pero es que la guerrilla es el fruto de la educación! Y eso sencillamente porque los recursos públicos invertidos en las rentas de las castas dominantes sirven para preparar a los nuevos guerrilleros, como se demuestra cada día con las universidades públicas bogotanas. Ese culto de la educación es un vicio hispanoamericano que va ligado a la aspiración reaccionaria de las castas parasitarias: en los años cincuenta, la sociedad más rica y avanzada de toda la región caribeña (contando a Colombia, Venezuela y México) era Cuba. Por supuesto que también en alfabetización. No obstante, a partir de 1959, la principal tarea del país fue la educación, y eso ha convertido al país en el rival de Haití en miseria y atraso. También Nicaragua ha estado dedicada durante décadas a la educación y hoy por hoy es un país hambriento y desesperanzado.

Los colombianos suelen pensar que la educación asegura los ingresos de sus hijos, cosa que es relativamente cierta: cuando es un joven talentoso de extracción humilde llega a ganar con muchísimo esfuerzo casi lo mismo que gana un doctor bien relacionado y absolutamente ignorante e improductivo. Y eso porque la "educación" no está planteada como un aprendizaje con vistas a la producción, sino como el medio de verse reconocido por el orden superior de la sociedad. La educación sí genera ingresos, pero no es porque los educados sepan hacer nada, sino porque el haberse sometido al adoctrinamiento les asegura entrar a formar parte del reparto de la renta petrolera y minera.

En fin: las características ideológicas de la sociedad tradicional colombiana generan la demanda que viene a satisfacer Mockus. Es perfectamente hidalgo, no se le ha visto por ninguna parte ánimo de lucro, ni menos ganas de trabajar, incluso resulta quijotesco, aunque el personaje literario tenía una renta menguada y se ocupaba de la libertad y la justicia y no de la dominación de los demás (los quijotes del triste trópico heredaron de sus antepasados la pasión evangelizadora). Las personas caracterizadas por su superioridad social (expresada en el color de su piel, su pelo y sus ojos; en su acento bogotano; en sus maneras, que dejan ver que nunca han trabajado, en su aire europeo e intelectual, aunque es un milagro encontrar uno solo que escriba una sola línea sin espantosos errores de ortografía, etc.) se ven desesperadas por remediar los problemas del país subiéndoles los impuestos a las empresas (a ver si no hay tantas y sus dueños dejan de creerse los amos de los colombianos de buena familia) y obviamente asegurando empleos cómodos en la más hermosa de todas las tareas: ¡la educación!

Bueno, también en la ciencia y la cultura: todo aquello que no puede funcionar en términos de mercado, la mediocridad de los cineastas, editores, músicos, artistas plásticos, etc., por no hablar de la de los científicos y personal parecido, resultará graciosamente subvencionado gracias al aumento de impuestos. Un aspirante a un empleo en una empresa tecnológica podrá tener miles de millones para montarle competencia a la NASA mientras adquiere reconocimiento y contactos y puede hacer carrera de científico en otro país.

A tal punto es el mockusianismo un atavismo, una reminiscencia de las ideas y aspiraciones de los abuelos de los colombianos acomodados, que el más despreciable de todos los vicios locales ha encontrado un paraguas bajo el cual protegerse. Ese vicio es la creencia de que Colombia es un país rico por los supuestos dones de la Providencia y debido a eso los ciudadanos están exentos del deber de trabajar. Si la riqueza de una nación fuera eso, Sierra Leona o Angola serían países riquísimos mientras que Suiza y Japón serían miserables.

La nueva fuente de riqueza que espera encontrar esa clase de colombianos es la biodiversidad. Desde hace tiempos personajes como el poeta William Ospina (chavista-mockusiano) le aseguran al país un futuro luminoso de bienestar gracias a la biodiversidad, aunque, despreciadores del lucro como son, no aciertan a explicar de qué modo tal bien se convertirá en dinero. Otro líder de la campaña de Mockus, el rabioso antiuribista profesor de la Universidad Nacional Pedro Medellín Torres, describía hace poco sin el menor rubor la biodiversidad "como primera fuente de riqueza en el mundo", y le atribuía "movilizar" el 45 % del PIB mundial.

Esa clase de estupideces, expresión del viejo vicio de vivir de las minas de oro, de los cultivos de quina, de las plantaciones de caucho, de los yacimientos petrolíferos y muchas otras riquezas remotas cuya extracción se dejaba a los indios y negros, son la característica de la campaña de Mockus: su fondo espiritual. Es verdad que no habla expresamente de expropiar empresas, pero es que el despojo ya es espantoso con el aumento de impuestos (que no afectaría obviamente a las rentas salariales altas). El principal asesor económico de la campaña de Mockus, Salomón Kalmanovitz, publicaba en los años setenta una revista, Ideología y Sociedad, junto con la escritora Laura Restrepo, la que contestó hace pocos años cuando le preguntaron su opinión sobre Cuba: "Es lo que queremos". No se proclaman marxistas ni chavistas, pero constituyen el mismo entorno sociológico de los antiguos marxistas, sólo ha cambiado el pretexto de la dominación.

En resumen, el contraste entre los dos grupos mayoritarios de la justa electoral es claro: trabajo versus estudio, empresas versus universidades, crecimiento versus pedagogía, manufacturas versus biodiversidad... No es difícil reconocer esa divergencia de opiniones, ni que un colombiano de origen social acomodado tiende a terminar de parte del bando parasitario: por eso el país es como es. Pero es más claro si se piensa en la clásica Pirámide de las necesidades humanas de Abraham Maslow:


Las necesidades de la parte baja de la pirámide son las que afectan a la mayoría y las que dependen de que haya prosperidad y firmeza en el gobierno. Las de la parte superior son aquellas que los típicos "señoritos" esperan ver aseguradas gracias a los nuevos impuestos, y al esperado éxito de la propaganda. Tanto el crecimiento económico como el trabajo les resultan más bien un fastidio, pues en realidad serían la causa de un "desorden" social en el que su jerarquía resultaría amenazada, y la indiamenta y la negramenta empezarían a volverse "igualadas" y a dejar de tomar ejemplo de sus señores.

Pero tal sueño, en el supuesto imposible de que finalmente Mockus ganara las elecciones, no se podría sostener por mucho tiempo: en las siguientes elecciones las "fuerzas productivas", constreñidas por la alta tributación y la colosal inversión en palabrería y dominación, se rebelarían y elegirían a algún candidato próximo al uribismo. Pero para eso hay solución, y también se ve esbozada en el programa del Partido Verde: la paz con Chávez y las FARC tiene un precio, pero es preferible a la guerra y la carrera armamentista. Con su tremenda honradez (pero no comparable ni de lejos a la de Chávez, que no empezó en 1998 con una recua de mafiosos como el tal Partido Verde), el nuevo tirano propondría una Constituyente de tipo "socialdemócrata", que resultaría aprobada en referendo dadas las grandes ventajas de la paz: el nuevo régimen, como ha ocurrido con todos los regímenes equívocos de la región, se mantendría a punta de terror.

Dejando un poco a un lado el tema de las características sociológicas de la facción "verde", tengo que aludir a algo que tiene que ver con la ideología y que augura lo peor: en su programa se alude al "derecho del niño o niña a ser deseado". Ese derecho, un disparate de por sí, sólo es el pretexto con que esperan imponer el aborto forzoso en casos de personas débiles, adolescentes, etc. La pedagogía incluye obviamente puestos bien pagados para miles de psicólogos y psiquiatras que extraerán las dudas sobre la condición de deseados de los embarazos y decidirán por las víctimas optar por el aborto. De otro modo, ¿qué sentido tiene ese derecho?

La amenaza para Colombia es en realidad clara, lo hemos visto en las maneras y en los conocimientos de los partidarios de la ola verde, por no hablar de la objetividad de sus acusaciones (siempre falsas): la educación será en realidad "reeducación", tal como se intentó en China durante la Revolución cultural o en Camboya durante la "réplica" de la Revolución cultural china.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 28 de mayo de 2010.)