jueves, julio 15, 2010

¡Cómo hemos cambiado!

La campaña electoral, las elecciones legislativas, las encuestas, los debates, etc., son circunstancias especiales que parecen especialmente apropiadas para adornar los doscientos años de historia independiente. Como si Colombia hubiera decidido aprovechar la ocasión para empezar de nuevo y alguien que la hubiera visto hace sólo diez años no la reconociera. Y tratándose de un fenómeno social, cada sujeto que esté inmerso en él tiene dificultades para percibir el cambio: al colombiano urbano de clase media de veinticinco años no le resulta fácil imaginarse la fe en el socialismo que caracterizó la juventud del que ahora tiene cincuenta años, y lo más probable es que hace quince años no leyera la prensa, por lo que no puede detectar lo nuevo. El de cincuenta años casi se olvidó del paraíso de justicia con que soñaba, y ya se siente aliviado de percibir que la caída inexorable en el abismo, que fueron las décadas anteriores, al menos se ha detenido.

Claro que los blogs son gratuitos y quienes escribimos en ellos hasta podemos permanecer en el anonimato, por lo que un párrafo como el anterior podría tener tanto valor como uno en que se afirmara lo contrario. Y como es triste perder el tiempo leyendo cualquier cosa que escribe cualquiera, invito al lector a tener en cuenta una serie de características de la actual campaña electoral para resolver si es cierto o no que algo es completamente distinto, como si el país hubiera salido de la infancia y ya no coleccionara cromos, y hasta le resultara difícil acordarse de la época en que lo hacía.

Lo más llamativo es la desbandada del comunismo. ¿Qué candidatos presidenciales están proponiendo "desprivatizar" (el término salía en una página del Polo Democrático) la economía? ¿Cuáles basan su política en la retórica de la lucha de clases? Casi resulta increíble que el candidato que hace diez años parecía tener más opción a ganar las elecciones, Horacio Serpa, fuera a entrevistarse con Fidel Castro antes de la campaña. Y los ejemplos son innumerables: cualquiera que frecuentara entonces los foros de Terra o de Caracol encontraba, el mismo día en que la prensa publicaba la noticia de alguna atrocidad espantosa, una mayoría de comentarios identificados con el punto de vista de las guerrillas, con frecuencia burlándose de las víctimas, y eso cuando se trataba de los crímenes, porque si eran cuestiones generales la doctrina totalitaria más brutal afloraba en los razonamientos de cualquier comentarista.

Se puede decir que las atrocidades de las guerrillas despertaron a la mayoría de la sociedad que no tiene de por sí ninguna afinidad forzosa con los comunistas, al tiempo que la difusión de internet permitió a mucha gente ponerse al día de lo que se piensa en el resto del mundo. La "derechización" fue el efecto retrasado de lo que experimentaron los europeos desde los noventa: hoy en día la izquierda socialista sólo gobierna en España. Los esfuerzos de los comunistas colombianos por erosionar al gobierno desde 2002 son un sonoro fracaso. Ante la voluntad de la mayoría de la gente de no someterse a las FARC, el tema habitual de propaganda era que la oligarquía quería "hacer la guerra con los hijos ajenos", toda vez que la propaganda había permitido durante mucho tiempo adormecer a la mayoría de la gente por el camino de hacerla indiferente ante los secuestros (que se presentaban como un problema de los explotadores). De esa época recuerdo un artículo del inefable Óscar Collazos felicitándose de que los colombianos prefirieran ser "bacanes" interesados por el baile y la diversión, sin tomar partido por el régimen ni por la guerrilla: claro que "el régimen" eran los secuestrados, los niños reclutados a la fuerza, los agricultores y ganaderos extorsionados, los policías castrados, etc., por quienes los bacanes no tomaban partido, sabios en su desasimiento: los vividores siempre han sido una especie más despreciable y repulsiva que la de los mismos verdugos, pues éstos son sólo personas torpes a las que aquéllos manipulan.

La combinación de terror y mentiras no les funcionó. El terrorismo y el tráfico de cocaína se habían vuelto un negocio imparable, y los defensores de los derechos humanos, los especialistas en solución de conflictos y demás diplomáticos del terrorismo necesitaban la dosis semanal de atrocidades para poder acceder a sus rentas. Alguna vez se harán las cuentas de lo que obtuvieron y gastaron las miles de ONG que los terroristas urbanos y cínicos crearon para sacar partido de los crímenes del servicio doméstico armado. Cuando vieron que el cuento de "hacer la guerra con los hijos ajenos" no les funcionaba empezó la siguiente campaña: ¡había que dejar de gastar en la guerra los recursos que se debían invertir en salud y educación! Fue el lema con que la izquierda democrática explotó la masacre de El Nogal, casi jactándose de la proeza delante de las víctimas.

Es muy interesante darse cuenta del retroceso tremendo de la izquierda en esta década, a pesar de los ingentes esfuerzos de sus patrocinadores para sacar provecho de los crímenes. No se debe olvidar que en 2002 los jaleadores más descarados de las FARC, como Alfredo Molano o Alejo Vargas, líderes de la universidad colombiana, acompañaron la campaña de Serpa, cuyo discurso populista no le sirvió el año pasado a la indecente y patética Cecilia López Montaño siquiera para superar a Rafael Pardo en la consulta de su partido, y hay que ver cuánta gente se declara dispuesta a votar por Pardo hoy en día. (En 2002, y pese a la rabia contra las FARC, los votos de Serpa y Garzón sumados eran casi el cuarenta por ciento.) Ese retroceso es idéntico si se piensa en las organizaciones armadas o en las redes sindicales, universitarias o políticas: siempre han sido lo mismo. Con ocasión del atentado contra la Escuela Superior de Guerra salieron los portavoces habituales del bando terrorista, como Antonio Caballero, a acusar al gobierno: ¿cómo explicar el desgaste tan tremendo que significó para el prestigio de esos personajes el que mucha gente empezara a notar la relación entre los crímenes y las mentiras?

Para darse cuenta del cambio que ha experimentado el país basta ver la cautela con que los candidatos de oposición aluden a los temas que hace apenas cuatro años más les resultaban rentables: la solución política negociada del conflicto social y armado y el intercambio humanitario. ¿Qué dicen los candidatos acerca de la negociación política? Parece que han descubierto que no es un tema que les vaya a reportar muchos votos, de modo que se hacen los distraídos, y los que siquiera vagamente se han pronunciado a favor no llegan a sumar ni un tercio de los votos según las encuestas. Cuando se entienda que la negociación política era el objetivo de los crímenes, todos los que han estado propugnando por esa "solución" serán vistos por los colombianos, sobre todo por las víctimas, como los verdaderos criminales.

El otro tema que explotó la oposición durante los dos gobiernos de Uribe fue el intercambio humanitario. En aras de tal necesidad fueron muchas las presiones para que el gobierno despejara territorio a las FARC para empezar a conversar sobre el canje: cuatro ex presidentes llegaron a apremiar a Uribe para que entregara Pradera y Florida a los terroristas. Dado que ya no se podía explotar a los alcaldes amenazados para que presionaran al gobierno, ni tomar poblaciones ni masacrar soldados ni secuestrar políticos, a los terroristas sólo les quedó manipular, a través de sus socios urbanos, la compasión de la gente por los rehenes que conservaban para tratar de debilitar la posición del gobierno. Nadie debe olvidar que el "verde" alcalde Luis Eduardo Garzón se gastó muchos millones de pesos de los bogotanos en campañas a favor de tan necesaria misión.

Pero tras la Operación Jaque hasta ese estribillo se les agotó. Las marchas del 4 de febrero de 2008 marcaron el fin de la influencia política del comunismo colombiano. Ciertamente siguen quedando los cientos de miles de "clientes" favorecidos con privilegios escandalosos obtenidos de los recursos comunes y gracias a la amenaza terrorista, y los miles de activistas, tanto armados como encorbatados, aunque cada vez más viejos y más alcoholizados. Pero, a diferencia de las últimas elecciones peruanas, mexicanas, paraguayas, uruguayas o salvadoreñas, en Colombia no hay verdaderas opciones para los radicales amigos de Hugo Chávez.

Nadie debe olvidar que aun en 2006 un portavoz desvergonzado del terrorismo como el ex magistrado Carlos Gaviria obtuvo más de dos millones y medio de votos, superando al Partido Liberal. Es verdad que muchos de esos votos eran obviamente incentivados, como los que permitieron al personaje ganar en La Guajira, pero el caso es que hoy vale la pena preguntarse ¿qué se hicieron esos votos? Sencillamente, el declive de las bandas terroristas y exportadoras de cocaína marca el declive de sus socios urbanos. Ya nadie apuesta por su triunfo y sus partidarios sólo explotan las viejas parcelas de poder que alcanzaron en las décadas doradas del tráfico de drogas y la industria del secuestro, como la mafia de la Corte Suprema de Justicia, para tratar de destruir al gobierno que se ha ocupado de desmantelarlas.

La desbandada de la izquierda se hace evidente sobre todo en las inverosímiles tablas de salvación que encuentran. Dado que una mayoría absoluta de Juan Manuel Santos en la primera vuelta es probable, el impedirla se ha vuelto la principal obsesión de los propagandistas. Por eso no le hacen ascos a una alianza con Noemí Sanín, candidata que parece representar el contubernio de las viejas camarillas del poder: pastranistas, gaviristas y samperistas hacen lo posible para conseguirle votos, al tiempo que ella tiene que intentar presentarse como la continuadora de la Seguridad Democrática y la emisaria de la "mano dura". ¿Qué importa que su jefe de campaña sea uno de los más furibundos enemigos de esa política? Para acercarse al botín de los recursos públicos aprovechando las redes de favores y corruptelas de los caciques regionales, los que "gobernaban" a Colombia en la época dorada de la industria del secuestro y el tráfico de drogas no tienen muchos frenos a la hora de mentir.

Pero Noemí Sanín parece concentrar los votos clientelares del "conservatismo", partido que sobrevive gracias al apoyo que le ofreció Uribe Vélez, como señala Saúl Hernández. Sólo es una opción de alianza de la izquierda democrática en caso de que consiga llegar a la segunda vuelta. El candidato que les gustaría tener es otro, el inefable ex rector de la Universidad Nacional y ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus. Y el hecho de que cifren sus esperanzas en alguien a quien a un tiempo aborrecían y despreciaban es muestra de la desesperación en que se encuentran. Bueno, como líder político Mockus está tan desesperado como sus nuevos partidarios: quién sabe en qué momento encontró al partido "verde" por el que se presenta, lo curioso es que, siguiendo la peor tradición de la política colombiana, las ideas son sólo un pretexto de las ambiciones personales. ¿O desde cuándo es Mockus ecologista? ¿No era Enrique Peñalosa el alcalde que había dejado sin árboles a Bogotá? Da igual, da igual: los que consiguieron sueldos y pensiones fabulosos gracias a las bandas terroristas y los que se enriquecieron gracias a los crímenes ahora son los adalides de la honradez, para lo cual se entusiasman con la imagen de probidad del ex alcalde.

Menciono esas lindezas de los nuevos aliados de Mockus porque la lista de disparates e imposturas es inverosímil: los que organizan sesiones masivas de consumo de marihuana son ahora partidarios del pedagogo que organizaba brigadas para quitarle a la gente los vasos con bebidas alcohólicas y tirarlos al suelo, al tiempo que el "colectivo LGTB" se entusiasma con un partido cuya líder con mayor votación en las legislativas es una señora que propone un referendo para decretar la cadena perpetua de los violadores de niños. ¡Son los transformadores de la sociedad! Como si el peor rasgo de lo vetusto y superable de Colombia no fuera precisamente el vicio de resolver los problemas con declaraciones sonoras. Como si la amenaza de la cadena perpetua fuera a aumentar la seguridad de los niños o a reducir la impunidad, cuando sólo multiplica el poder de los funcionarios judiciales y de los abogados respecto del desgraciado al que se acuse de eso. Como si el problema de impunidad consistiera en la levedad de las penas.

Ningún problema: ¿alguien ha oído hablar de una guerrilla comunista que quería tomar el poder y para eso secuestraba y asesinaba gente, y de unos activistas políticos que proponían que tales proezas se premiaran? ¡Dios mío, a tales salvadores de la patria los representa hoy en día un líder cuya bandera es la de la legalidad!

La derrota de tal payasada es una tarea aún más importante que el triunfo en primera vuelta del candidato continuista. Y nadie debe engañarse: es poco lo que se puede confiar en un político, pero ¿no es preferible verse traicionados por quienes reciben un mandato que no haberlo dado? Siendo que pueden votar casi treinta millones de personas, y que las encuestas son sólo pruebas parciales (las que se han publicado hasta ahora son de sólo 1.200 entrevistas), ¿no sería lo mejor que el nuevo país confirmara que deja atrás esa vida envilecida del muladar y pone a la minoría totalitaria y criminal en la condición marginal que le corresponde? Quedan dos meses de campaña electoral. Ojalá Santos triunfe en primera vuelta y con una participación superior a la mitad del censo. Ya es hora de construir un país normal.

(Publicado en el blog Atrabilioso el 31 de marzo de 2010.)