jueves, marzo 16, 2017

¿Pasamos página?


En la telenovela El cartel de los sapos se repetía una situación en que un bandido le proponía a otro "hacerle la vuelta" a un tercero. Era un intercambio de miradas y gestos que siempre conducía a la misma solución, con la correspondiente expresión de resignación del que tiene que fingir que le duele tener que mandar matar a un amigo, sobre todo porque cada interlocutor sabe que en cualquier momento será a él a quien el otro mande matar. Esa misma persuasión y esa misma resignación las viven los ciudadanos colombianos descontentos con la componenda de Santos y los terroristas: lo que les propone tácitamente el uribismo, con trampas retóricas, lloriqueo y hasta gritos, es "pasar página" al capítulo de la paz, darlo por cerrado y seguir adelante en la nueva realidad.

No es algo nuevo. Por ejemplo (y el lector de este blog perdonará la insistencia en algo descrito muchas veces), la expresión "paz sin impunidad" parece una exigencia dura frente al terrorismo, pero es en realidad reconocimiento a la negociación. SIEMPRE, SIEMPRE, SIEMPRE los líderes uribistas, empezando por el propio Uribe, han aplaudido la negociación con los terroristas, y ni siquiera porque crean en ella sino porque cuentan con que la mayoría de la gente va a aceptar el atajo y resistirse es exponerse a que se los acuse de causar la violencia. Esa disposición a secundar la mentira por cálculos de corto plazo describe a la perfección a los colombianos: la verdad es complicada y acarrea problemas, mientras que compartiendo la mentira se encuentra acomodo en una realidad más o menos conocida.

Lo de "Paz sin impunidad" es sólo un ejemplo. Hay muchísimos otros, como "Paz sí pero no así" en los que se secunda la mentira atroz de la propaganda del régimen (que convierte "negociación de paz" en una acepción de "paz"). Desde el comienzo la actitud del uribismo ha sido ese equilibrio gracias al cual por una parte exhiben descontento con Santos y las FARC (para "dar contentillo" a los que quisieran que hubiera oposición) y por la otra aplauden la negociación y se plantean mejorarla, incluso corregirla desde la presidencia de la república, que es desde donde se hacen los nombramientos, que es lo que importa.

Por eso las discusiones sobre los precandidatos uribistas son vacías y tediosas: puras rivalidades de camarillas que buscan algún disfraz ideológico pero que en ningún caso llegan a plantearse cuestionar la negociación de paz ni el poder multiplicado que tendrán los terroristas, que ya antes de "la paz" dominaban todo el poder judicial, la educación, la función pública, los medios de comunicación y hasta las redes sociales.

Realidades:

- La disposición a negociar con los terroristas, característica de todos los gobiernos colombianos, al menos desde Turbay (que también lo intentó), constituye una garantía de impunidad que alienta a los criminales, que saben que siempre podrán obtener algo, por mal que les vaya. No es sólo un vicio de los gobiernos, sino algo que tradicionalmente se acepta, por eso Pastrana se aseguró la elección en 1998 reuniéndose con Tirofijo (la habría arriesgado si se hubiera mostrado contrario a negociar), y las proclamas de Santos en su discurso de posesión no generaron una rebelión. Es decir, la disposición de los colombianos a sacrificar la ley en aras del posible alivio que obtendrían desistiendo de aplicarla es lo que alienta a los criminales. Hay que hacerle frente a esa disposición, no compartirla para no resultar incomprendido y en minoría.

- Los crímenes de que son reos los guerrilleros comunistas no se pueden pasar por alto y perdonar por la simple cobardía de unos ciudadanos. Ésa es una realidad universal, como una ley física, por mucho que en Colombia parezca que prescindir de la ley es una solución tolerable. El castigo del crimen es la base de la sociedad y nadie tiene derecho a suprimirlo. Si los colombianos actuales, acompañados por toda clase de canallas de otros países, desisten de aplicar la ley, ésta no deja de existir, menos desde que hay una jurisprudencia internacional que impide la prescripción de los crímenes de lesa humanidad. Los grupos políticos que renuncian a esa aspiración están por fuerza en el mismo bando de los terroristas, no importa que sean todos y que obtengan todos los votos. Las leyes que prohíben el asesinato o la esclavitud no son cuestionables. Los nazis impusieron "leyes" parecidas a las que emanan de la negociación de paz y a nadie se le ocurriría que su aprobación mayoritaria las hiciera legítimas. La exigencia de castigo por todos los crímenes terroristas es irrenunciable y todos los que buscan acomodarse a la paz firmada por Santos son simplemente cómplices de los criminales que esperan prosperar favoreciéndolos (como los policías que cobran una parte del botín a los ladrones).

- La negociación de Santos con los terroristas es ilegítima, parte de un fraude, dado que no fue elegido para eso ni prometió hacerlo. Es un crimen, porque al renunciar el Estado a la ley pierde su función y se convierte en una banda de forajidos, como ya señaló san Agustín hace unos cuantos siglos. Al prescindir primero del programa de gobierno, después de las leyes y finalmente hasta de la votación popular en el plebiscito que convocó, Santos se convierte en un delincuente y toda su negociación carece de legalidad y constituye claramente la abolición de la democracia. De lo cual se infiere que sin anular toda la negociación ni denunciarla ni procesar a quienes la han llevado a cabo tampoco se puede hablar de democracia más que como una farsa. Es una tarea compleja la que tiene por delante quien quiera hacerle frente a esa situación, pero la alternativa es simplemente reconocer el triunfo del crimen organizado, cuyas pretensiones son claramente las de implantar una tiranía sangrienta de la que sólo se saldría con mucho más sufrimiento. En todo caso, el Centro Democrático no se plantea nada de eso, sólo ganar las elecciones para ocupar los puestos de poder y nombrar a los amigos.

- Sin aspirar a cambiar profundamente el orden político existente, no sólo el surgido de la negociación de La Habana sino también el de 1991, cualquier gobierno será sólo un títere del verdadero poder, conformado por las instancias que controlan los clanes oligárquicos y sus socios terroristas: las altas cortes, la Fiscalía, aun el legislativo (dado el peso del clientelismo en la elección de los representantes), los medios de comunicación y ahora también el Ejército y la Policía, dada la apasionada determinación de los actuales mandos (y es de temer que de la mayor parte de la oficialidad) a prosperar aliándose con los grandes empresarios de la cocaína (FARC-ELN y sus jefes políticos oligarcas y comunistas). ¿Habrá una mayoría de ciudadanos dispuestos a acompañar una transformación semejante? Primero tiene que haber ALGUIEN que quiera hacerlo. De momento no lo hay, como explicaba en mi post anterior, el uribismo pudo cambiar el engendro de 1991 y no quiso hacerlo porque sus aspiraciones siempre han sido otras. Lo único que se puede decir es que si no se aspira a hacer eso tampoco se ofrece ninguna resistencia a la implantación de la tiranía que buscan los terroristas.

- El entorno internacional no es el mismo que encontraron Pastrana, Uribe o Santos. En Europa la socialdemocracia va en claro retroceso y el antiamericanismo podría llevar a situaciones comprometidas, dada la debilidad evidente de las potencias de la región y la agresividad de las tiranías islámicas y de Rusia. Puede que los amigos de las FARC fueran muchos menos que los que han tenido hasta ahora. También el régimen iraní hace frente a un presidente estadounidense cuya disposición es muy distinta a la de Obama. Y los demás narcorregímenes de la región tienden a caer a medida que baja el precio de las materias primas y se acrecienta el sufrimiento de sus víctimas y su consecuente impopularidad. Si no se emprende ahora la tarea de derribar el narcoimperio cubano, incluida la casa matriz, puede que en mucho tiempo no vaya a haber una oportunidad semejante.

- La economía colombiana afronta una situación desesperada como resultado del despilfarro de Santos y de la caída de los precios de las materias primas. Puede que las presiones sobre la exportación de cocaína la hagan caer aún más. La perspectiva en el año largo que queda hasta las elecciones es de empobrecimiento apresurado, con su consiguiente descontento popular. A lo cual hay que sumar la clara impopularidad de Santos y la agresividad de los terroristas triunfantes y sus hordas de asesinos universitarios. Pese a todas las maquinaciones y a toda la propaganda, es posible que un candidato dispuesto a extraditar a los terroristas y a llevarlos a la CPI por crímenes de lesa humanidad, así como a transformar el Estado en el sentido de la ley, pudiera convocar a una mayoría. El obstáculo es Uribe y su partido, que no se proponen nada parecido pero siguen siendo para millones de colombianos la encarnación de la única respuesta posible.

Fracasarán, pero además impedirán que Colombia se plantee acabar con la dominación terrorista. Es un hecho claro del que cada persona se hace responsable.

(Publicado en el blog País Bizarro el 4 de febrero de 2017.)