martes, noviembre 25, 2014

La traición de Uribe

Alguien tendrá que ocuparse alguna vez de escribir la historia colombiana reciente y de emitir juicios de valor autorizados sobre lo que significaron los dos gobiernos de Uribe. Al menos podríamos empezar a pensar en eso. Voy a intentarlo con mis escasísimos recursos.

Uribe antes de 2002
Era un funcionario eficientísimo que había sido alcalde de Medellín a los treinta años. Formó parte del Poder Popular de Ernesto Samper y se desempeñó como senador de éxito en el régimen que siguió a la Constitución de 1991. Fue elegido gobernador de Antioquia con los votos de la maquinaria liberal y de los leales a Samper y a Gaviria. En la gobernación se hizo famoso por defender las Convivir, lo que le abrió el camino a la presidencia como líder de los comprometidos con hacer frente a las guerrillas comunistas. Así ganó en 2002 al cohesionar a todos los grupos de interés conservadores y anticomunistas y encarnar el rechazo ciudadano al terrorismo.

La Colombia del Caguán
Pastrana tenía que ganar porque Colombia no podía refrendar el elefante. Pero para asegurarse el éxito descubrió las bondades de la paz y se la vendió a los colombianos. El resultado fue un fortalecimiento del terrorismo que Pastrana remedió aumentando la eficiencia militar. Pero los colombianos estaban indignados y asustados y pedían mano dura: que se aplicara la ley y se llevara a los asesinos ante un tribunal. Era lo contrario de lo que habían aceptado al apoyar la paz del Caguán, pero ya no se ilusionaban. Clamaban por seguridad.

El primer gobierno de Uribe
En esos años Colombia cambió: se preveían tasas de crecimiento del PIB que nadie había imaginado en 2002 y el crimen retrocedía, al tiempo que se respetaba la libertad de prensa y las decisiones judiciales. Cuando se preste atención a las cifras reales, no se verá un periodo de mejora de la vida colombiana comparable a los años de Uribe. La cuestión es que el precio de la primera reelección fue la entrega de las llaves del poder a Santos. El eficientísimo funcionario no es un gran creador de realidades políticas y se deja tentar del caudillismo, tan práctico. Después ocurrió que el precio de venderle el alma al diablo para conservar la juventud es perderla. Todos los congresistas que fueron elegidos como uribistas se volvieron antiuribistas, a veces a regañadientes, en unas semanas de 2010. Ese colapso moral convirtió en nada lo logrado en ocho años de gobierno: todo estaba en manos del enemigo.

El sucesor de Uribe
Imaginémonos un presidente distinto a Uribe elegido en 2006 por los uribistas. ¿Qué habría ocurrido después? La elección del candidato por la componenda con la vieja política es el acto de traición de Uribe a la gente que lo seguía. Fue necesaria esa componenda para aprobar la reforma constitucional en 2005 y para ganar las elecciones. Si hubieran pensado en un partido hostil a los de Piedad Córdoba y Álvaro Leyva, ya no habría FARC ni oligarquía totalitaria en el poder. Ese partido de las ideas de Uribe habría asegurado progreso y bienestar a las grandes mayorías. Pero el precio de cambiar la Constitución para que permitiera la reelección fue dar poder a todos los politiqueros.

El estilo de Fujimori

El caudillismo tiene un precio, que es reforzar simplezas y fanatismos que pueden usarse para otra cosa. Un presidente que está todos los días en la televisión se vuelve alguien admirable para muchos que lo ven, y más cuando se ven resultados. Pero en la base del Estado seguían las mafias regionales y las mafias ligadas a Gaviria y a Vargas y a Santos y a Samper y a los López. Uribe quiso gobernar aliado con ellas y se encontró ante una sinsalida: de algún modo se había comprometido con Santos, que promovía su causa con la página sinoesuribeesjuanmanuelsantos.com. Santos se quedó con el poder, con el país. Sin resistencia. ¿Cómo es que no lo vieron? El caudillo estaba demasiado distraído con su sueño de figurar al lado de Porfirio Díaz. Sus asesores eran un grupo de intelectuales maoístas y algún ultraconservador. Estaban seguros de que el mundo se tragaría la patochada del "Estado de opinión", como Fujimori con sus reformas ingeniosas.

A la defensiva
Después de 2010 la conducta de Uribe es cautelosa frente al poder institucional, como protegiéndose con sonrisas de la persecución. Un demócrata desautorizaría ese poder, y hay muchas formas de mostrarle al mundo que opera como una organización criminal. Lo que no hay es nivel para emprender esa tarea, la más necesaria. Algo como la actuación del fiscal en el caso de Sigifredo López daría para mostrarlo al mundo como un criminal, y lo que hace Uribe, seguido por sus cohortes de ambiciosos, es tapar. La negociación de La Habana habría sido vista como un crimen por la mayoría de los colombianos si Uribe la hubiera desautorizado como alianza con el régimen que promueve y dirige a los terroristas. Eso tampoco pasó. Nada de eso pasará. Los caciques políticos están hechos para una multitud que obedece y busca resultados prácticos, no a responder por principios o programas.

El uribismo futuro

Hay personas que piensan que la negociación de La Habana debe cesar inmediatamente y que se debe pedir la extradición de todos los jefes terroristas. Esas personas se consideran por lo general uribistas, pero no piensan como Uribe y los líderes de su bando. Ellos están a favor de esa negociación y quieren mejorarla con su aporte. Lean a Marta Lucía Ramírez en Twitter. Lean a Rafael Guarín o a Luis Carlos Restrepo. O busquen casos en que Uribe los contradiga. A esos ciudadanos honrados que quieren que reine la ley Uribe los traiciona para acomodarse a la componenda. Fue lo que hizo en 2005: darle el país a Santos. No tenía un proyecto, no lo tiene ahora, ni lo tienen sus seguidores.

(Publicado en el blog País Bizarro el 4 de septiembre de 2014.)