viernes, octubre 17, 2014

No hay bandos antitéticos e irreconciliables


Cuando uno viaja por regiones apartadas es frecuente encontrarse con personas de pueblos o ciudades pequeñas en los que hay antiguas rivalidades: para ellos el molde perfecto de lo que no son ni quieren ser es la gente del otro pueblo, para el viajero es imposible saber en qué se diferencian.

Eso mismo pasa en Colombia con la rivalidad entre uribistas y antiuribistas, entre partidarios de la paz que aplauden la condena a Arias y descontentos lloriqueantes que la lamentan. Ambos grupos creen que están en extremos opuestos pero en realidad son muy parecidos.

Tal vez lo que distingue a los uribistas sea una mayor deshonestidad intelectual: al mismo tiempo sostienen una cosa y la contraria y sin el menor pudor cambian el sentido de los términos según les convenga. El caso de la palabra paz es paradigmático: tanto Uribe como Zuluaga y todos los congresistas y senadores la usan con el sentido de "Conversaciones de paz" y más claramente con el de "Negociación entre el gobierno de Santos y las FARC en La Habana", que es a lo que aludía Uribe cuando decía que "no sería obstáculo para la paz", pero los uribistas se las arreglan para entender la paz como el paraíso sin violencia. ¿Se plantea algún político decir que no será obstáculo para el paraíso sin violencia? No importa, no importa que Uribe les ofreciera a los terroristas una Constituyente, que lo acompañe Valencia Cossio, que hizo lo mismo en el Caguán, que lleve al Senado a un genocida sin pudor como Everth Bustamante, que proteja al asesino múltiple Sigifredo López... Da lo mismo: a los uribistas no les importa que las FARC masacren gente sino que eso pueda molestar a su líder.

De hecho, en todas las cuestiones importantes los uribistas están en el mismo bando de los antiuribistas, sólo que no conciben que alguien pueda discrepar de aquello que comparten. ¿Alguna vez se pensó en cambiar la Constitución de 1991 durante los ocho años de Uribe? Al contrario, se la validó todo lo posible a pesar de los desmanes de las cortes, que perseguían al gobierno y no dejaban gobernar. Uribe fue el ponente de una ley que reforzaba la impunidad del M-19 y a veces queda la impresión de que su hostilidad hacia las FARC obedece a puros rencores personales y no a ninguna oposición ideológica (¿no es aún más antidemocrático y antiliberal el maoísmo de sus compañeros del "Centro de Pensamiento Primero Colombia" y de tantos valedores de Robledo?).

No recuerdo al PRIMER uribista que no apoye la "acción de tutela", prodigio del 91 que simplemente significa la abolición del derecho (todo queda en manos del capricho del funcionario). Tiene su lógica: ese prodigio favorece a los sectores poderosos de la sociedad, a los que estudian derecho o tienen alguna relación con los jueces o al menos con los abogados, o recursos para pagarlos, a la gente de los grupos de renta más alta (es decir, de estrato 3-6, que sumados no llegan a ser la mitad de la población). Los uribistas no aspiran a una sociedad democrática como las de Europa y Norteamérica, donde un esperpento así asquearía si supieran lo que es, sino a competir por los puestos públicos con los seguidores de otros líderes.

Eso mismo pasa con la paz, ciertamente, a la que le añaden el adorno de la no impunidad (Rafael Guarín explicó en qué consiste esa aspiración, que resulta patética en quienes llevan al Senado a uno de los que planearon la toma del Palacio de Justicia) y del cese de las acciones violentas. Lo primero es absurdo pero corresponde al mismo impulso de lo segundo, a la disposición a negociar las leyes con exigencias que a la vez serían negociables, como aceptar prostituirse con la condición de un trato respetuoso y tierno.

Si se mira más allá del hecho concreto de la agresión terrorista, hacia los motivos que la generan, la afinidad del uribismo con el antiuribismo es aún más evidente. ¿Cuál es el país que conciben? El mismo: el núcleo de la campaña de Zuluaga era la revolución educativa, centrada en la promesa de brindar cupos universitarios a todos los jóvenes. No se piensa en un país en el que haya oportunidades de empleo (que no hay porque los recursos se gastan en generarles rentas a los educadores, al precio de la parafiscalidad, del 4 por 1000 y de tributos confiscatorios a las empresas que ciertamente los uribistas no se proponen cambiar) sino en satisfacer esa aspiración típica de la mentalidad del país (que es la que genera el atraso y la miseria) de ser doctores aunque el hecho cierto es que los egresados a menudo ignoran cosas que en un país civilizado no ignora nadie que haya hecho la primaria: el modelo uribista es el mismo de Cuba, el único país del mundo que ofrece universidad a todos.

¿Cuántos egresados universitarios habría en toda Europa hacia 1900? Decenas de veces menos que en Colombia hoy, pero extrañamente las óperas tenían un público copioso y las grandes novelas se vendían por millones. Es verdad que había menos oportunidades de entretenimiento, pero el caso cierto es que en Colombia ni siquiera los titulados en literatura están en condiciones de leer una gran novela.

Antes de seguir con esa cuestión del estudio quiero cerrar el tema de la extrema afinidad de los uribistas y los antiuribistas: unos y otros creen que el camino del progreso son los cupos universitarios, idea sumamente extraña pero típica de Hispanoamérica. No están pensando en hacer crecer el PIB favoreciendo la productividad sino en gastar recursos de todos en los más ricos y en complacer al estamento clerical heredado de la sociedad colonial asegurando sus rentas (la cantidad de antiguos seminaristas que terminaron de profesores de universidad enseñando marxismo en lugar de catecismo es fascinante). El que quiera una democracia cabal debe oponerse a eso, no ampliar los cupos universitarios sino procurar que todo el que los obtenga los pague, cerrando las universidades públicas porque su único logro es el adoctrinamiento de partidarios del terrorismo y cobrando impuestos a las privadas como a cualquier otra empresa.

¿Cómo puede ser que cientos de miles de ingenieros no hayan desarrollado ninguna patente útil a la industria mundial? Si se piensa en toda Hispanoamérica podrían ser varios millones. Es porque el viejo orden social se mantiene y hay en esencia una capa de parásitos y otra de esclavos. El título universitario simplemente es un trámite que reemplaza a la condición de hidalgo de otras épocas y no se espera que vaya a ofrecer ningún resultado, sólo asegurar la categoría social de quien lo ostenta. El hecho de brindárselo a todos es un objetivo que asegura grandes recursos para los funcionarios y rentas para los enseñantes: lo que se obtenga de las materias primas que se exporten se gasta en proveerles a los de arriba rentas seguras (por expresar sus opiniones) y para llegar a eso se tiene que cumplir el trámite de aprobar unos exámenes sobre unos temas concretos. El estudiante hace ese esfuerzo y así se encuentra uno con politólogos que no tienen ni idea de historia (ni siquiera la de la primaria) o con antropólogos que nunca han leído una obra literaria: no es lo que les van a preguntar ni se espera que sus estudios tengan otra función que permitirles ser profesores.



Hay que romper ese orden. ¿Que no hay nadie interesado? Como si la penicilina no hubiera sido aceptada por nadie como remedio de la sífilis. La oposición entre uribistas y antiuribistas es una vuelta tediosa alrededor de lo mismo. Al no afectarse el orden social profundo, siempre vuelve a surgir la potente presión en aras de las rentas de los parásitos, que con el triunfo uribista serían simplemente los hijos de los uribistas, a su vez extrañamente descubridores del comunismo (como pasó con los hijos de muchísimos funcionarios y políticos "tradicionales" de las décadas anteriores).

¿Publicado en el blog País Bizarro el 22 de julio de 2014.)