lunes, febrero 25, 2013

¿Es la hora de Colombia?

Según Nietzsche, la vanidad (lo que el traductor llama así, pues no corresponde a la definición del diccionario y alude a la disposición, por ejemplo, de un novelista a apreciar el reconocimiento de personas que no leen novelas) es un atavismo, un remanente de formas de vida remotas: propiamente de la esclavitud, situación en la que el esclavo no sabe quién es y espera que se lo diga el señor, tal como el "vanidoso" espera que los demás le digan quién es. Ese mismo fenómeno se detecta en la disposición de los colombianos a aceptar las opiniones de la gente de los demás países sobre la realidad que ellos tienen que conocer mejor: un "complejo de inferioridad" que los lleva a someterse fácilmente y a tolerar imposiciones conceptuales que son pura legitimación de crímenes que sufren los colombianos y no los opinadores remotos.

Eso naturalmente lo explotan los terroristas, que se gastan buena parte del dinero de sus crímenes en mantener "embajadores" en todos los países ricos "vendiendo" las mentiras con que se justifican las industrias criminales. Pero no tendría efectos si los colombianos no esperaran que los señores europeos se pusieran de su parte, cosa que no pueden hacer precisamente porque las opiniones de éstos sobre Colombia influyen más en las de los colombianos que las de los colombianos en las de ellos. Insisto, no porque no las quieran escuchar sino porque no se emiten.

En ese orden de cosas conviene comentar un editorial aparecido en El País de España este sábado. Conviene detenerse a mirar qué dice, porque da la impresión de que la mayoría de los colombianos no tuvieran suficiente información para contestar.
¿Es la hora de Colombia? 
Hay temas cruciales que no se negociarán con las FARC en la mesa de negociación de La Habana
El titular rezuma optimismo, como es previsible en un periódico ligado de muchísimas maneras tanto a la "izquierda" colombiana como a la familia Santos y al resto del clan oligárquico (un antiguo director, Joaquín Estefanía, era o es íntimo de Ernesto Samper). Pero el subtítulo ya no expresa un estado de ánimo sino otra clase de esfuerzo propagandístico, el elogio atenuado. ¡Parece una gran conquista que haya temas cruciales que no se negocian, como si hubiera alguno que sí se fuera lícito negociar! Eso lo dice ese periódico con un descaro increíble, aun en su editorial (los únicos colombianos que han escrito tribunas de opinión son Antonio Caballero, Alfredo Molano y Héctor Abad Faciolince), pero no encuentra rechazo de nadie en España. Y se comprende, ¿no hay un conformismo generalizado en Colombia ante una monstruosidad como la de negociar las leyes con los terroristas?
Que el Gobierno colombiano y la guerrilla marxista FARC hayan llegado, tras más de medio año de conversaciones secretas, a una agenda sobre la que negociar la paz a partir del mes próximo en La Habana alienta la posibilidad de que esta sea la ocasión definitiva para liquidar un conflicto de medio siglo, con centenares de miles de muertos y millones de desplazados. 
La alusión al "conflicto" y a los muertos es plenamente legitimadora: cuando una víctima de un atraco entrega la billetera, se puede decir que se da fin a un enfrentamiento violento que incluye lesiones personales y aun faciales y riesgo de muerte. Parece que la organización terrorista y el Estado fueran igualmente legítimos, retórica a la que están acostumbrados los colombianos y que muchos suscriben, gracias a que la inmensa mayoría de los que leen la prensa y los artículos de opinión son de algún modo usufructuarios de los crímenes terroristas.
De los prolegómenos escenificados en Oslo parece desprenderse que las dos partes, pese a patentes divergencias, han aprendido de sus errores pasados (las últimas negociaciones se remontan a una década). La inevitable soflama propagandística del jefe negociador guerrillero, llamando a “desenmascarar al asesino metafísico que es el libre mercado”, no oculta que también Bogotá asume la necesidad de cambios sociales profundos para combatir la brutal desigualdad del país sudamericano.
Nuevamente "las partes" han aprendido de sus errores pasados. ¿Cuáles son esos errores? ¿Tratar de aplicar las leyes e impedir que los terroristas secuestren a algo más de las casi 40.000 personas que han secuestrado? ¿No entregar el poder a unos terroristas que combaten el sistema democrático? Los "errores" que señala el editorialista para la "parte" del Estado no lo serían si se tratara de España y ETA, banda criminal que al lado de las FARC parece casi un tumor benigno. Pero la mentira más monstruosa de ese párrafo es lo de los "cambios sociales profundos". El sobrentendido es la típica legitimación de las FARC en las "injusticias" sociales, que por lo demás también comparten muchos colombianos, casi siempre miembros de la parte rica y sobre todo miembros de la parte rica gracias a la actividad terrorista.

¿Cómo es que en Colombia hay tanta desigualdad? No será porque haya "capitalismo", porque en todos los verdaderos países capitalistas la desigualdad es mucho menor. La principal causa de la desigualdad es el poder de las bandas terroristas, que multiplican a punta de crímenes los ingresos de sus clientelas de empleados estatales. En ningún país civilizado podría darse el caso de que la mitad de los empleados estatales estén entre el 10 % de las personas más ricas, pero es lo que ocurre en Colombia, donde hasta hace poco era posible empezar a cobrar pensión a los cuarenta años, cobrar la pensión además del sueldo y muchísimos otros privilegios de ese tipo. Sencillamente, la sociedad colombiana se divide en una minoría de ricos que viven alrededor del Estado y una mayoría miserable que se "rebusca" para sobrevivir. Las FARC y sus mentores urbanos intentan ante todo asegurar las rentas de los parásitos. Tras una negociación, que en absoluto comportaría ninguna reducción de los crímenes (cuya rentabilidad habría quedado de nuevo demostrada, al tiempo que sus promotores estarían en mejores condiciones para impulsarlos), sencillamente se multiplicaría la desigualdad, tal como ocurrió después de las negociaciones de los ochenta con el M-19 y otras redes de asesinos.
El presidente Juan Manuel Santos ha descartado un alto el fuego durante el proceso negociador. Una lucha armada de generaciones no se liquida en dos días. El diálogo en embrión requerirá enorme discreción y cesiones por ambas partes. Pero hay elementos que apoyan la esperanza; el principal, la debilidad de una insurgencia diezmada por el Ejército y las deserciones, que ha pasado con los años de pretender un régimen marxista para Colombia a encenagarse en el imperio delictivo de la cocaína. La concreción en cinco puntos de la negociación (reforma agraria, desarme, asimilación civil de los guerrilleros, trafico de drogas y compensación a las víctimas) le confiere un foco indispensable.
No faltaría más sino que hubiera "cesiones por ambas partes", frase que de nuevo da por sentado que una sociedad debe someterse a una banda de asesinos. Y la debilidad de las FARC es cosa muy fácil de remediar ante la oferta de reconocimiento que se le hace, y más si tiene detrás a regímenes como el venezolano. Lo de "encenagarse en el imperio delictivo de la cocaína" es otra perla típica, ¡parece que el asesinato o el secuestro, o la rebelión militar para imponer una tiranía, fueran crímenes menores que el tráfico de cocaína! Pura ideología criminal que ciertamente nadie acepta en España respecto de ETA. Los cinco puntos de la negociación son otra mentira: la primera reforma agraria que habría que hacer sería devolver los millones de hectáreas robadas por las FARC a sus propietarios, que ciertamente no son los grandes oligarcas (patrocinadores del terrorismo) sino gente pobre en la inmensa mayoría de sus casos. Como fuere, en cada uno de los cinco puntos hay cesiones de un gobierno que no fue elegido para eso que significan la abolición de todo vestigio de democracia y de legalidad. La verdad más probable es que estén discutiendo sobre el "trafico" de drogas como negocio fabuloso que enriquece tanto al gobierno como a los terroristas.
La experiencia, sin embargo, no permite excesos de optimismo. Hay temas cruciales que no se decidirán en la mesa de La Habana. El más importante, si los colombianos están dispuestos a que los terroristas de las FARC —asesinatos indiscriminados, secuestros, atentados— se reintegren sin más a la vida social y política. Los sondeos muestran que casi el 80% no aprueba una eventual amnistía.
De nuevo el "optimismo" lleva el sobrentendido de que se debe renunciar a aplicar las leyes, como si quien nos acaba de atracar se lleva nuestra billetera y nos deja ir es una meta. La verdad es que el atraco lo comete el gobierno traidor aliado con los terroristas y con propagandistas como estos miserables que hace unos meses publicaban un obsceno publirreportaje del golpista.

Así, a base de mentiras como la de la desigualdad se va legitimando el poder terrorista y la abolición de la democracia, sin que haya entre los colombianos mucha disposición a responder.

(Publicado en el blog País Bizarro el 21 de octubre de 2010.)

lunes, febrero 18, 2013

El totalitarismo del siglo XXI

Ahora es casi raro oír decir que Chávez sólo es un loco, pero hace unos años era una opinión predominante en Colombia, salvo entre los comunistas, que son la inmensa mayoría de las clases altas (en las que incluyo a las personas que están a la vez entre el 10% que tiene más ingresos y entre el 10% que tiene más años de estudio; en realidad, una clase social es más una tradición que una situación económica, y en ese caso se podría demostrar que la ideología comunista es aún más hegemónica entre los descendientes de los poderosos de los siglos anteriores, pero no es el tema de este escrito). No obstante, abundan los que creen que el chavismo y los regímenes afines son una especie de antigualla, un extravío tropical del que se saldrá en algún momento, cuando se recupere la sensatez.

Tras ese juicio no hay más que la superstición creacionista, de la que ya me ocupé en alguna ocasión. El mundo no tiene por qué ir hacia ninguna parte, y lo que ocurre con las tiranías chavistas es que reflejan una tendencia poderosa de nuestra época en todo Occidente, sin que se pueda decir mucho sobre lo que ocurre en Asia y África. Y esa tendencia no es una moda de los últimos años sino el hecho político más importante desde la época de las revoluciones burguesas: la expansión incesante del poder estatal.

Este proceso ya fue denunciado en el siglo XIX, por ejemplo por Friedrich Nietzsche, lástima que  su comentario forme parte del Zaratustra, un libro oracular que se presta a malas interpretaciones y que difiere radicalmente de sus demás libros. En todo caso, ese capítulo, "Del nuevo ídolo" es extrañamente preciso y profético. Con mucha más claridad, José Ortega y Gasset describió el proceso en La rebelión de las masas, "El mayor peligro, el Estado", en el que destacan datos que nos pueden sorprender, como que el Estado absolutista, por ejemplo el de la época de la Conquista de América era una organización extraordinariamente pequeña en comparación con los Estados modernos.

Es decir, una corriente poderosa que crecía por diversos motivos, encontró en los socialistas del siglo XIX teóricos que concibieron una sociedad totalmente controlada por el Estado, cosa que fue posible en el siglo XX primero en el antiguo imperio ruso, a partir del proyecto marxista de los bolcheviques, y después en muchos sitios, muchas veces por socialistas no marxistas, como los fascistas italianos, los nazis alemanes, los falangistas españoles, los naseristas egipcios, los baazistas iraquíes y sirios y muchos otros. En Europa occidental se adoptó una versión blanda, marcada por las urgencias de la recuperación económica. En esta versión se respetaron las libertades individuales y la elegibilidad de los gobiernos, así como la propiedad de los medios de producción, aunque siempre sometida a tasas confiscatorias.

La caída del comunismo hizo creer a muchos que se había acabado el totalitarismo porque lo achacaban a las ideologías, pero la verdad es que las ideologías sólo eran el disfraz de las ambiciones de que habla Nietzsche. Más allá de ellas estaba la expansión de la casta burocrática, que ante la nueva organización reúne y organiza los remanentes de las viejas castas sacerdotales y guerreras. De modo que los huérfanos del comunismo, capaces de hacerse intérpretes de los intereses de la burocracia y las viejas realidades de dominación, encuentran una gran oportunidad al perderse la atención estadounidense sobre el resto del continente. Pero ese ascenso no es aislado, también en Europa y en la misma Norteamérica avanza la expansión estatal, y pronto recluta a grupos que tienen bastantes afinidades con las izquierdas tropicales.

Valdría la pena detenerse a considerar los rasgos del supuesto revival del comunismo para ver que realmente no hay ninguna diferencia importante entre la Venezuela de Chávez, la Colombia de Santos o la España de Zapatero y ahora la Cataluña que pretende separarse de España. De hecho, el mismo Partido Demócrata estadounidense tiene tendencias parecidas, si bien la cultura de su país y su propia tradición le impiden avanzar por esa senda socialista.

En lo esencial, los rasgos del totalitarismo del siglo XX se mantienen, es decir, el Estado como organización de los funcionarios se muestra afín a un partido que es el que representa los intereses de los funcionarios. Estos prestan diversos servicios, pero a medida que el aparato estatal se expande, predominan las funciones espirituales, de transmisión de la ideología del partido que se hace hegemónico. Los usufructuarios de ese orden no son necesariamente funcionarios, por ejemplo en Colombia los profesores de las universidades privadas pueden no tener ninguna relación directa con el Estado, pero al no tener sus empleadores derecho al lucro, y disfrutar de ventajas tributarias, dependen completamente de la perpetuación de ese orden, y aun de las inversiones crecientes del Estado en educación, y por tanto son clientela de la misma facción. Más marcadamente, y en todos los países, ocurre eso con los periodistas que tienden a ser simples propagandistas del régimen, como ocurre con la prensa colombiana, pero igual con la de todos los países bolivarianos, con la española, muchísimo más fuerte con la catalana, y también con la estadounidense. En este caso el gasto público es casi invisible para los ciudadanos, así como la relación subalterna de los medios respecto del poder político, o al revés.

Da igual cuál sea el origen del poder. A veces es el propio entramado mediático, como ocurre en Colombia, donde los grandes periódicos son el refugio de la casta de delfines, que manipulan los hilos de las relaciones políticas y así mantienen el control, pero puede ser al revés, como en todos los países bolivarianos, donde con diversas maquinaciones se crea una hegemonía ideológica artificial gracias a los favores o a las persecuciones del poder. Al respecto es muy recomendable este artículo de Andrés Oppenheimer. Todos esos rasgos se pueden encontrar en el gobierno de Obama, bien es cierto que atenuados. En todo caso se detecta un gran aumento del gasto público durante su gobierno, a la vez que la adhesión resuelta de todos los grupos ligados al Estado: "lobbistas" (Obama obtuvo en el Distrito de Columbia 14 veces más votos que McCain, cosa que no ocurre en ningunas elecciones en ninguna otra parte), medios, universidades, etc.

Un rasgo que define en todas partes el totalitarismo del siglo XXI es el "buenismo", ese afán de exhibir las buenas intenciones que se detecta en la forma de obrar de todo el clero occidental y que se manifiesta desde el lenguaje "políticamente correcto" hasta la pasividad frente a las actuaciones violentas de sectores hostiles a Occidente, pasando por el despilfarro de recursos públicos en la cooptación de clientelas de gente desvalida. En lugar de la agresiva disposición de los bolcheviques y sus imitadores nazis y fascistas, ahora todo se hace con guante de seda aunque el fin es el mismo.

Otro rasgo característico en todas partes es el "progresismo", el afán de hacerse "protectores" de grupos marginados o potencialmente expuestos: minorías étnicas, sexuales, religiosas, etc., siempre en contra de la moral o la religión tradicionales (insisto, la descripción de Nietzsche es abrumadoramente exacta). En algunos casos esos fines parecen legitimar la agresión sectaria que el bando totalitario ejerce, como ocurría con la España de Zapatero, obstinada en promover todas las  manifestaciones culturales que fueran hostiles a la Iglesia católica o a sus tradiciones, pero otras veces hace falta un pretexto diferente: la identidad catalana, la defensa de los recursos naturales, el castigo de los gobiernos anteriores, como la dictadura argentina, o la salvación de la imagen del país, destruida por un agresor que generó el odio del resto del mundo (caso de los demócratas estadounidenses y Bush).

Si se toma como molde del totalitarismo la famosa novela de George Orwell, 1984, en casi todos los países se cumplen la mayoría de sus características, salvo por la apariencia de libertad individual, que depende de las posibilidades de negarla que hayan. Por ejemplo en Colombia la libertad individual es una ficción porque todo el mundo está expuesto a ser asesinado por las bandas terroristas aliadas del gobierno, o a sufrir persecución por el poder judicial, igualmente aliado del gobierno y de las bandas terroristas. Otro tanto ocurre en todos los países del área bolivariana, y sin duda terminará siendo la norma en Cataluña cuando se consume la secesión. Las instituciones estadounidenses parecen resistir mucho mejor esa clase de agresión.

La medida en que las castas usufructuarias del totalitarismo amenazan las libertades y se arrogan privilegios depende de las tradiciones de cada país. Es decir, dado que la esencia del colectivismo es la dominación, será más fácil y más drástico allí donde haya una experiencia reciente de esclavitud, como en Cuba, que no alcanzó a vivir un siglo sin esclavitud legal, o como en los países andinos, donde la condición de los descendientes de los aborígenes y de los esclavos negros nunca ha estado muy lejos de la esclavitud. El caso colombiano, con sus sueldos de 60 salarios mínimos, su prácticamente nula tributación a los salarios, sus pensiones a los cuarenta años y demás prodigios no debe de ser muy diferente del venezolano, y al final sólo expresar la capacidad de persistencia de un orden antiguo (que acomoda sus jerarquías a las nuevas circunstancias de gasto público). En otras partes podría variar un poco, pero siempre asegurándose el control de la economía y la opinión por parte de la casta organizada para controlar el Estado.

Pensando en la novela de Orwell, un rasgo universal del nuevo totalitarismo, igual que del antiguo, es la dedicación de grandes esfuerzos gubernamentales al odio: contra los "escuálidos" en Venezuela, contra los uribistas en Colombia, contra el PP en España (estigmatizado como franquista), contra los españoles de otras regiones en Cataluña y contra los republicanos en Estados Unidos (descritos por lo general como provincianos ignorantes, racistas y agresivos). La forma en que opera ese odio recuerda mucho a los autos de fe de la Inquisición, presentes en la tradición de España e Iberoamérica.

El otro rasgo, que comparte este totalitarismo con el del siglo XX es la capacidad de generar miseria y atraso. Es la norma en los países del eje bolivariano, donde la ingente riqueza de las exportaciones recientes no genera una mejora clara de las condiciones de vida de la gente, y será igual en Colombia, donde Santos se gasta los recursos en comprar apoyos inventando puestos para las clientelas. De algún modo fue la norma en Europa durante mucho tiempo (al respecto orienta mucho Guy Sorman). También en Cataluña la "construcción nacional" ha servido para dilapidar la riqueza de la región, que cada vez atrae a menos inversores. Ocurrirá otro tanto en Colombia, donde el avance de las FARC ya ha llevado incluso a proponer prohibir las inversiones extranjeras en el campo.

Sobre todo, la extrema afinidad de los medios colombianos y los canales chavistas, así como de la ideología y los hábitos del clero de todos los países de la región, hoy dominantes hacen que resulte muy difícil negar la realidad: Colombia es tan chavista como Ecuador y Bolivia, y el origen ilegítimo del gobierno chavista no significará nada porque ya tiene acceso a los recursos con que se asegurará la continuidad.

(Publicado en el blog País Bizarro el 19 de octubre de 2012.)

jueves, febrero 14, 2013

El frente de víctimas


Las personas de derecha suelen creer que alguien se convierte en un canalla por efecto de la ideología comunista. Es el clásico error de confundir la causa con la consecuencia. En realidad los canallas encuentran en el comunismo un pretexto para su crueldad y su ambición, una retórica que les permite presentarse unos ante otros como protagonistas de la historia y no como meros desalmados que se las arreglan para hacerse ricos y poderosos a punta de crímenes.

En la historia de Colombia esa crueldad tiene su origen en la Conquista y en la sociedad de castas resultante, y su expresión más típica en la "viveza" del colombianito típico, que encuentra de lo más honroso atropellar a los demás. Cuanto más humillados resulten, cuanto más perverso sea el ardid, mayor es la felicidad y el orgullo de quien comete el atropello.

En el caso concreto del comunismo o "izquierda" (todo lo que en Colombia se llama izquierda es leninismo, cosa que sería inexacta respecto al resto del mundo), la astucia despiadada de los canallas encuentra su materialización más repulsiva en la explotación de las víctimas. Cuando había cientos de alcaldes que no podían acudir a sus despachos por amenazas de las FARC, la "izquierda" se encargó de organizarlos para que presionaran al gobierno en aras de la negociación. Los parientes de secuestrados tenían una organización que dirigía Iván Cepeda Castro con cierta Marleny Orjuela que sigue en las mismas. En Francia los miles de embajadores de las FARC, casi siempre bien pagados con el dinero de los secuestros, movilizaban a los radicales para presionar al gobierno de Uribe para que se sentara a negociar explotando el cautiverio de Íngrid Betancur... Es ya una vieja costumbre.

El "encuentro de víctimas" del domingo forma parte del mismo juego, tal como el programa Las Voces del Secuestro, que no por casualidad pasa en la misma emisora del "colombiano por la paz" Darío Arizmendi. El "heroico periodista" de ese programa sufrió un secuestro de lo más extraño, gracias al cual obtuvo notoriedad. Para obtener financiación pública para vivir en el exterior y cobrar los secuestros fue necesario que las FARC lo intentaran matar muchas veces, ¡siempre fallando! Volvió a aparecer para dictarle las respuestas a un terrorista preso que era útil al montaje que permitió dejar impune a Sigifredo López y finalmente como garante del proceso de paz, para el que advierte que debemos estar preparados para soportar muchas víctimas.

¿Cómo puede estar representando por las víctimas un angelito así, que precisamente dice que tenemos que prepararnos para tenerlas? Es perfecta ocasión de notoriedad y de colaboración con la causa. Estoy completamente seguro de que cualquiera que conociera los antecedentes personales de Herbin Hoyos antes de su "secuestro" le encontraría relación con grupos comunistas. Su desfachatez llega a tal punto que entre las víctimas convocantes incluyó a Sigifredo López.

La desgracia de toda esa situación es que la gente descontenta siempre mira a Uribe y los uribistas como redentores cuando son parte del espectáculo y cada vez más abiertamente cómplices de esos montajes. La inmensa mayoría de los activistas hicieron oídos sordos ante el descarado montaje con que dejaron impune al asesino de los diputados del Valle, a quien el propio Uribe apoyó en su aspiración al Senado en 2010. También muchos aplaudieron el montaje del domingo en la plaza de Bolívar, y un personaje tan típico como el exviceministro Rafael Guarín se quejaba de que el gobierno no mandara representantes al "Encuentro de víctimas".

Aparte de sus cálculos mezquinos y de sus esfuerzos por salvarse de la persecución, el uribismo sólo es "crítica constructiva" al santismo, de cuya Unidad Nacional no se separa. La diferencia entre los políticos más próximos a Uribe y un líder del uribista Partido Social de Unidad Nacional como Augusto Posada Sánchez (que prefiere a Timochenko en el Congreso y no "repartiendo bala" en el monte) es que éste llegó a presidir el Congreso. Aparte de eso, todos apoyan la negociación con Santos con las FARC aunque le encuentran algún defecto que los autoriza a ser críticos.

Muchos se indignan porque les digo eso. A ellos no les parece que alguien debería denunciar los montajes del frente de víctimas, o la monstruosidad judicial que permitió dejar impune a Sigifredo López. Sólo tienen interés en mostrar su lealtad al Hombre Fuerte, seguro a la espera de ascensos que les permitan obrar como Roy Barreras o el citado Posada Sánchez. Realmente no les importa lo que hagan los terroristas sino su buena relación con el poder, si otros se adelantaron a influir en los nombramientos de Santos, ellos esperan su ocasión de apoyar la paz o lo que sea, para lo que servirán los votos que la gente ingenua seguirá depositando por Uribe.

En fin: con todo el descaro imaginable, las FARC le mostraron al mundo su frente de víctimas que a la primera ocasión que las entrevistan están encantadas con la "paz". El único uribista que aludió a eso, el citado exviceministro (que descubrió que Santos iba a negociar con las FARC después de perder el puesto), lo hizo en términos de reconocimiento. La hegemonía fariana que viene, con mucha más sangre que la que se ha visto, tiene autores conocidos: todos los indolentes que lo permiten, interesados sólo en caerle bien al poderoso.

En lo profundo la "viveza" de Herbin Hoyos o de Sigifredo López la comparten los uribistas, que realmente no tienen ningún rechazo al crimen sino a la exclusión de los cargos públicos, ¿o no son casi unánimemente admiradores del vicepresidente, que antes también fue vicepresidente de la Unión Patriótica, el partido abiertamente surgido de las FARC?

(Publicado en el blog País Bizarro el 17 de octubre de 2012.)

sábado, febrero 09, 2013

Un líder "sui géneris"


Es difícil encontrar en otros países a un gobernante como Juan Manuel Santos. Antes de ser presidente nunca se había presentado a una elección, y no obstante había ocupado dos de los ministerios más importantes en gobiernos de signo opuesto, todo gracias al poderío de su familia. Eso puede influir en el hecho de que realmente no tenga partidarios. Cuando se piensa en la gente que opina espontáneamente en las redes sociales, todos sus defensores son personas que lo calumniaban y ridiculizaban cuando era candidato. Es posible que ninguno de sus actuales ministros haya votado por él, y la coalición parlamentaria que lo sostiene, en la que sólo está fuera el partido cuyas políticas aplica, funciona evidentemente gracias a los incentivos que reparte entre los congresistas y senadores.

Pero al tratar de plantearse una situación tan curiosa se encuentra uno con la dificultad de definir a un país o a una sociedad. Más que del hombre en sí habría que hablar del país que gobierna, pues lo curioso es que no tiene contestación, salvo algún lloriqueo disperso en las redes sociales. Claro que ocurre porque los dueños de los medios son sus parientes o sus socios, pero también porque Colombia es un país de gente servil, en el que no es difícil encontrar quien firme cualquier cosa a cambio de alguna prebenda, y en cambio es rarísimo el ciudadano que intenta hacer respetar sus valores y convicciones, por no hablar del que se escandaliza ante la desfachatez de la propaganda terrorista que ponen en práctica las máximas autoridades del país, como el presidente del Congreso o el jefe del Ministerio Público, o las publicaciones evidentemente encargadas para crear buena imagen del jefe del Estado, como los artículos del exdirector de la Policía Óscar Naranjo o del exministro de Defensa del segundo gobierno de Uribe, Gabriel Silva Luján (éste sobreactúa tanto su servilismo que parece querer vengarse de la humillación de prestarse a eso, como haciendo un guiño al lector).

Es decir, los defensores de Santos siempre son incentivados o enemigos de quienes lo eligieron que se ponen de su parte por conveniencia. No representa a la ciudadanía sino al poder que existe por fuera de la democracia, el de los recursos y prestigios de los poderosos de siempre. El nombre de una situación semejante, en la que la opinión de los votantes no cuenta y por el contrario se ven casi forzados a someterse a lo que manda el poder es DOMINACIÓN. Tal es el orden que impera hoy en Colombia y, como siempre, la causa profunda de tal estado de cosas es la indolencia general, la certeza de que "lo malo de la rosca es no estar en ella".

En otras palabras, Santos no tiene más apoyos que los que compra con el dinero ajeno, pero desgraciadamente en Colombia no sólo es fácil encontrar gente para eso, sino que no parece haber nadie a quien le incomode. De hecho, la presión de la propaganda, del gasto público dirigido hacia clientelas cada vez más "garosas" y de la compra directa de voluntades, sin contar con la altísima probabilidad de que le den el Nobel de la Paz en 2013, le permitirán ganar la elección en primera vuelta.

Bueno, eso también porque no hay realmente nadie que se le enfrente, ni una parte significativa de la ciudadanía que esté dispuesta a movilizarse en su contra. El más temible opositor, Óscar Iván Zuluaga, era hace nada un entusiasta defensor del gobierno, y ante la disposición a premiar los asesinatos y secuestros de las FARC se indigna porque cree que es una negociación ¡prematura!

(Publicado en el blog País Bizarro el 14 de octubre de 2012.)

martes, febrero 05, 2013

La esperanza


Según los datos de Real Clear Politics, las apuestas electorales hoy en día cifran las posibilidades de elección de Romney en 40,5 % contra 59,5 % de Obama, lo cual muestra un avance formidable del candidato republicano, pues hace apenas dos semanas la relación sería de 20-80. Tal como en economía el indicador fiable del futuro de una sociedad anónima es el precio de sus acciones, también este indicador me parece más confiable que las encuestas de intención de voto, más manipulables y expuestas a errores. En estas, Romney aventaja a Obama por un punto, mientras que al contar los votos electorales la relación es de 201 probables para Obama contra 181 de Romney y 156 en disputa. Hace dos semanas eran 269 del demócrata, con lo que bastaría que ganara en uno de los que presentaban empate para resultar elegido (son 270 de 538). Sin contar los estados en que la diferencia entre ambos candidatos es mínima, Obama ganaría 294 votos electorales contra 244 de Romney, con lo que podría ganar incluso si obtuviera menos votos totales.

Resumiendo: la tendencia actual es al empate y no hay nada seguro. En los indicadores más precisos, los de votos electorales y apuestas, Obama sigue llevando ventaja, pero una corriente de hastío y de benevolencia hacia Romney podría conducir al triunfo de este. Al hacerse extremadamente igualada la batalla, todos los votos pueden ser decisivos, y uno de los estados decisivos es Florida, donde cerca del 20% de los votantes son hispanos. En los demás estados disputados hay menor proporción de hispanos y es probable que siendo predominantemente de origen mexicano no vayan a cambiar su inclinación por los demócratas. Pero en Florida puede haber cientos de miles de votantes de origen sudamericano, además de los cubanos.

¿Cuántos de esos votantes son conscientes de la relación entre el imperio chavista y el partido demócrata? Es muy probable que la mayoría no voten, y que la mayoría de los que sí votarán lo hagan por Obama. Están expuestos a su tradición ideológica, llena de antiamericanismo epidérmico, y al halago del mulato que promete gastar y gastar más en "protegerlos" al tiempo que ensancha la burocracia y favorece a las clientelas sindicales que poco favor representan para los hispanos.

Pero el voto hispano de Florida es decisivo por la política internacional. El principio con el que subió al poder Obama fue el de culpar a Bush de la hostilidad europea, musulmana e hispanoamericana contra Estados Unidos, justificando a los enemigos del país, con los que siempre tuvo una actitud de apaciguamiento. El precio de que las agresiones de Chávez contra Estados Unidos se suavizaran fue la actitud complaciente de Obama, gracias a la cual demuestra ante sus votantes que su política representa el prestigio de Estados Unidos. Ese prestigio cómodo tiene el precio de la continua expansión de los intereses iraníes por Sudamérica, del control de la mayor parte del subcontinente por la dictadura venezolana y del refuerzo al terrorismo colombiano.

El triunfo de Chávez era difícilmente evitable, el de Obama, al menos en Florida, no. Depende de la decisión de los votantes. ¿Quieren que en aras de la comodidad Estados Unidos se aísle de Sudamérica y favorezca la expansión chavista o que haya una política de firmeza ante las mafias y los terroristas? ¿Recuerdan alguna reacción del gobierno estadounidense ante las pruebas de que el alto mando de las fuerzas armadas venezolanas está involucrado en el tráfico de cocaína? ¿No les han dicho que Obama felicitó a Santos por su decisión de desoír a quienes lo eligieron y decidirse a premiar a los terroristas? ¿Y las mentiras que divulgaba en 2008 sobre las muertes de sindicalistas colombianos? ¿Y que el ex embajador demócrata en Colombia, Myles Frechette, declaraba hace poco que Ricardo Palmera podría ser negociador de las FARC según quién ganara las elecciones?

El voto por Obama es el voto por el chavismo. No es cierto que favorezca en nada a los hispanos ni que sus proyectos de socialismo blando convengan a nadie: la gente tiene que emigrar a Estados Unidos porque fue el país donde no se aplicaron esas políticas.

Y esa elección importa mucho más que la venezolana, porque nada favorece tanto el avance de la tiranía como un aliado en el país más poderoso del mundo. Está en manos de esos votantes. Sería terrible que finalmente Obama ganara sólo por el voto hispano de Florida. Ojalá haya quien quiera ayudar a explicarlo.

(Publicado en el blog País Bizarro el 13 de octubre de 2012.)

viernes, febrero 01, 2013

El derecho fundamental a la paz


Como ya he explicado muchas veces, lo más complicado para quien escribe sobre Colombia es hacer que los colombianos entiendan la excepcionalidad de su realidad. Todo el mundo concibe la vida en otras partes según lo que ha visto, y es rarísimo el colombiano que no cree que el resto del mundo es como Colombia.

Pero es necesario repetirlo mil veces hasta que la gente lo entienda. Aunque además de esa curiosa proyección de la experiencia inmediata al conjunto del universo hay algo más chocante, que es la inocencia de las palabras. Ninguna de las muchas atrocidades que tienen lugar cada día es tan espantosa como las cosas que se dicen, respecto de las cuales nadie tiene la menor incomodidad.

Por ejemplo, en ningún país del mundo podría decir el presidente de una cámara legislativa que es preferible que un asesino esté dictando leyes y no matando gente. Ése es perfectamente el discurso del asesino, que dirá eso para obtener lo que pretende al matar gente. ¿Para qué habría policía? Es mejor que el atracador se case con nuestras hijas y no tener que arriesgarnos a que las mate. Parece un dicho cualquiera pero es una atrocidad, y lo colombiano es esa incapacidad de asociar las palabras a los hechos, como el personaje de un cuento de Borges que lo podía recordar todo pero no asociarlo.

Cuando el presidente del Congreso dice eso está demostrando que el gobierno colombiano y los partidos "uribistas" de la Unidad Nacional, son abiertamente socios de las FARC y comparten el objetivo de los terroristas. ¿Cuánto varía eso de ser cómplices de los crímenes? Sin el menor pudor antiguos asesinos como Antonio Navarro declaran que sería peor para Colombia que estuvieran matando, pero es que las FARC siguen matando, aún más desde que se anunció la negociación, y después de que ya se les ofrecen curules sin votos es obvio que más asesinatos multiplicarán sus pretensiones.

Lo del señor Posada Sánchez, que además es vulgar porque lo han dicho toda clase de canallas, es con todo poca cosa comparado con las declaraciones sobre el "derecho fundamental a la paz" del fiscal. En cualquier otro país eso sería escandaloso en boca de un presidiario, pero Colombia es tal muladar que quien lo dice es un antiguo presidente de la Corte Constitucional.

Es decir, en el país de los tinterillos no parece haber uno solo que se haya preocupado de buscar el origen de ese "derecho". ¿En qué norma existe? ¿Cuándo se ha invocado ese "derecho fundamental" en alguna instancia jurídica de otros países? ¿Cómo es que nadie les pregunta a los millones de "juristas" del país sobre el sentido de ese derecho?

Es el argumento perfecto de un atracador. ¿Prefiere uno un tajo en la yugular o la aplicación de las leyes de defensa de la propiedad? Lo estrictamente colombiano es que el policía es el atracador y proclama que para evitar muertes se dejará de castigar el atraco, cosa aún más grave cuando de todos modos el atraco no ha cesado.

Esa declaración del fiscal es propiamente la retórica de las FARC, y ni siquiera tiene ninguna originalidad: podría apostar a que se encuentra en algún discurso de Piedad Córdoba. Lo increíble de este alto funcionario que presidió la máxima instancia jurídica del país es su desfachatez, no su ingenio. Pero insisto, hay una inmoralidad profunda en cada colombiano que le permite tolerar esos discursos sin sentir malestar físico.

El personaje ya se lució a principios de siglo, cuando presidía la Corte Constitucional: en una entrevista le preguntaron sobre la reforma de la justicia que promovía el entonces ministro Fernando Londoño Hoyos. Uno de los puntos era la exigencia a las cortes de que sus sentencias atendieran a un principio de realidad y aquello que exigieran pagar efectivamente se pudiera pagar. ¿Qué respondió? ¡Que eso equivaldría a hacer a las cortes cómplices de la ineficiencia del Estado!

Valdría la pena detenerse en esa perla para entender que no hay un problema en las selvas ni en los conciliábulos de La Habana o Caracas comparable al que hay en la cabeza de los colombianos. ¿De modo que el Estado debe mostrar la máxima eficacia en atender a las demandas de sus amos? Es como el sueño de todos los colombianos, de remediarlo todo a punta de decretos que deben cumplir los demás. Perdón, "el Estado". ¿Qué es el Estado? La Corte Constitucional, según este prócer, es ajena al Estado.

De lo que se trata simplemente es de la parcela de poder que controla el hampón, desde la cual se enriquece y nombra a sus "fichas". La queja por no ser cómplices de la ineficiencia del Estado es sólo el derecho de pernada sin límites que las camarillas de "juristas" alcanzaron después de 1991 tras el asesinato de los verdaderos jueces y con la única condición de hacerse aliados de los clanes de dueños tradicionales del Estado y de sus socios terroristas.

Colombia está hoy entregada a las organizaciones criminales mucho más de lo que lo estuvo en los ochenta respecto a los grandes carteles de la cocaína. Los mismos protagonistas, políticos, jueces y periodistas exhiben hoy una desfachatez que habría escandalizado a los socios públicos de Pablo Escobar ("liberales"), todo lo cual se refuerza con el poder ideológico de los totalitarios, dueños de todos los niveles de la "educación" desde entonces y claramente relacionados con dichas organizaciones criminales.

Pero todo eso es posible porque nadie quiere ver la exepcionalidad del país. El lector que quiera demostrar que sólo es un muladar dominado por los peores criminales podría interesarse por encontrar en la literatura jurídica de cualquier otro país alusiones al "derecho fundamental a la paz".

(Publicado en el blog País Bizarro el 11 de octubre de 2012.)